Revista Cultura y Ocio

“La peste” de Albert Camus | Fabricio Guerra Salgado

Publicado el 03 abril 2020 por Iván Rodrigo Mendizábal @ivrodrigom

Por Fabricio Guerra Salgado

(Publicado originalmente en revista digital Máquina Combinatoria, Quito, el 23 de marzo de 2020)

“La peste” de Albert Camus | Fabricio Guerra Salgado
Desde las alcantarillas de la ciudad argelina de Orán, miles de ratas emergen agonizantes a las calles, plazas y casonas, en donde van muriendo una tras otra ante la indiferencia y la repulsión de la gente que, dedicada a sus ocupaciones cotidianas, es incapaz de imaginar que las alimañas muertas forman parte del primer acto de un suceso de tintes apocalípticos que apenas acaba de comenzar.

Bernard Rieux, un médico local de firmes convicciones humanistas identifica en varios de sus pacientes los síntomas inequívocos de la fiebre bubónica: ganglios linfáticos inflamados, bubones supurantes, olor a descomposición y dolores intensos. Aunque le resulte inverosímil, Rieux debe admitir y asumir que a Orán ha llegado la peste negra, la misma plaga espantosa que siglos atrás asoló vastas regiones de Europa y Asia, causando millones de víctimas mortales. Entre tanto, cientos de miles de pulgas procedentes de los roedores, que son los portadores iniciales de la peste, no tardarán en transmitirla a las personas.

Ante la gran cantidad de enfermos, las autoridades decretan la clausura de la ciudad apestada. Con el propósito de frenar los contagios, se establece también la cuarentena, mientras la peste avanza sin cesar por cada resquicio de Orán y los muertos se cuentan a la semana por centenas. La enfermedad aparece como la metáfora del mal, es ubicua, absoluta y burla los esfuerzos por contenerla, imponiendo así un nuevo orden.

Los habitantes se ven obligados a convivir con la plaga, saliendo a relucir lo mejor y lo peor de nuestra especie. Aquí los héroes son aquellos que, como el doctor Rieux, vencen al miedo, enfrentan a la peste y solidariamente ayudan a los infectados con todos los medios que están a su alcance. Al tiempo que los villanos serán, como es habitual, quienes se aprovechen de las circunstancias para obtener míseras ventajas personales, acogiéndose al egoísmo como principal baza.

Una epidemia de tales características parece ser inaceptable para cualquier entendimiento, ya que atenta contra el presente, pone en riesgo el porvenir y no encaja en la realidad de nadie. Es la teoría del cisne negro que se ha puesto en marcha, es decir, aquella que se refiere a un hecho negativo, fortuito e impactante que golpea a mucha gente a la que sorprende sin defensa alguna.

Entonces el sentido de la existencia se pone en entredicho, e incluso las certidumbres más firmes tambalean. Ni la fe ni la razón tienen las respuestas necesarias y quedan ambas reducidas a abollados trastos, mientras se instalan el temor, la incredulidad, la desesperanza. La idea de enfermar de pronto y morir a causa de un microorganismo insignificante habría sonado absurda hasta hace poco, pero el cisne negro surca ya las aguas y contamina las fuentes de las que hemos de beber.

Camus señala convencido que hay que combatir a las plagas, ya sean estas sanitarias, ideológicas o políticas, luchando de forma decidida y valiente contra ellas, sin esperar recompensas terrenales ni celestiales, puesto que es la regeneración ética la única gratificación alcanzada por los que han resistido entre tanta penuria. Porque después de todo “hay en los hombres más cosas dignas de admiración que de desprecio”, prosigue Camus, quien, sin embargo, no es ingenuo como para firmar finales felices, cerrando el relato con una advertencia tan admonitoria como amenazante: los bacilos y los virus nunca mueren, permanecen siempre al acecho, y “puede llegar un día en que la peste, para desgracia y enseñanza de los hombres, despierte a sus ratas y las mande a morir en una ciudad dichosa”.


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