A base de convivir con ella empezamos a entenderla cada día más. Día tras día se va cobrando en vidas lo que quizás le corresponda, y también jornada tras jornada, noticiario tras noticiario, comunicación tras comunicación, el cerebro de los aún presentes se nos va acostumbrando a ese ruido silencioso y pertinaz del goteo constante de muertes.
Nos ha puesto en contacto con la eterna condición humana a la cual, quizás como le ocurría al arpa del poeta sevillano, teníamos arrumbada en un rincón de nuestra memoria. Constantemente buscamos en nuestro cerebro semejanzas, parecidos o similitudes con situaciones anteriores por eso de encontrar soluciones ya practicadas. A mí el momento que vivimos me lleva constantemente a esos 10 personajes del Decamerón de Boccaccio que, como nosotros en estos días, decidieron escapar de la Peste Negra que asolaba Florencia confinándose a las afueras de la gran ciudad en una villa abandonada situada en el campo de Fiesole. Y también como nosotros esas siete muchachas y sus tres acompañantes masculinos mitigaban el hastío y aburrimiento de las dos semanas de reclusión que se impusieron relatándose unos a otros historias que les permitiesen escapar al menos mentalmente de la enorme calamidad que arrasaba la bella ciudad de la Toscana y que amenazaba con llevárselos también a ellos de este mundo.
La sensación de fragilidad que la pandemia nos transmite nos hace evocar a los que ya marcharon de este mundo por ésta u otras causas. En la ‘vieja normalidad’, cuando el ritmo endiablado de la actividad productiva o diletante nos embargaba, las muertes de familiares, amigos o conocidos las incluíamos dentro de un incómodo capítulo titulado “Se fue“, “Marchas” o “Desapariciones” en el que procurábamos demorarnos lo mínimo imprescindible no fuera a ser que nos perdiéramos algo de lo importante: nosotros, nuestra vida, nuestro trabajo, nuestra contribución diaria a la destrucción del hábitat (‘progreso’ lo llamábamos)… Ahora la infección por coronavirus ha venido a poner las cosas en su sitio: somos poquita cosa, la vida que nos habíamos fabricado era una destructiva falsedad total, la Muerte existe aunque evitemos nombrarla o simbolizarla con crespones o corbatas negras, la Nueva Normalidad a la que caminamos es incierta por novedosa y está llena de riesgos… Es momento de volver la vista atrás y tratar de evocar actitudes y comportamientos practicados en momentos parecidos por quienes nos precedieron.
De las conductas familiares quiero quedarme con el desprendimiento y entrega amorosa hacia los demás que me transmitieron y que sentía al estar con ellos. Este recuerdo es reconfortante y evocarlo me sirve para comprender mejor la realidad y mi papel en el mundo. Del proceder de la Humanidad en su conjunto elijo rememorar a esos diez jóvenes florentinos pues me sirven para entender mejor cuál es la función del Arte. Señores, el Arte, en sus diversas manifestaciones, sirve para un mejor disfrute de la Vida y para, cuando suceda o nos tenga sitiados como ahora, un mejor afrontar el trance. En definitiva, como sostiene Ernst Fisher, el arte es el medio indispensable para la fusión del individuo con el todo. ¿Será esta la mejoría –‘saldremos siendo mejores personas‘- de la que tanto se habla para cuando finalice la pandemia? Bueno, no lo creo, pero de serlo, no estaría nada mal.