Revista Cultura y Ocio

La Pianista, de Elfriede Jelinek

Publicado el 11 febrero 2014 por Covadonga Mendoza @Cova_Mendoza
La Pianista, de Elfriede Jelinek La pianista
Die Klavierspielerin, 1983
Elfriede Jelinek
Traducción de Pablo Diener Ojeda
Circulo de Lectores
288 pp
 
Argumento:
Erika es una mujer de más de 35 años, profesora de conservatorio, que vive sometida totalmente a su madre, quien no solo la crió para ser un genio (cosa que no logró, ya que fracasó durante un concierto de piano decisivo) sino que controla todos y cada uno de sus movimientos, especialmente que se acerque a hombres. Esto provocará una represión brutal en la profesora de piano y todo tipo de perversiones sexuales y fantasías autodestructivas, por no hablar de la terrorífica relación amor-odio entre madre e hija. Pero, un día, Walter Klemmer, un joven sano y fuerte, alumno de Erika, se enamora de ella y hace lo posible por ser correspondido. Su relación llegará al límite.
Comentario:
Ya había leído otra obra de Elfriede Jelinek y por tanto estaba familiarizada con su peculiar estilo de escritura, que se caracteriza por el uso del tiempo presente, la frialdad y desapasionamiento en la descripción de hechos terribles, y, sobre todo, de los sentimientos y emociones más extremos, la abundancia de metáforas y símiles extraordinarios para caracterizar sucesos cotidianos (que provocan una impactante sensación de extrañamiento), la crítica sin concesiones tanto a las relaciones entre sexos, como al capitalismo, a su propio país, Austria, etc... A pesar de ello, esta obra me ha impresionado. La manera cómo Elfriede desnuda lo que está oculto en nuestra sociedad, las cosas que todos saben pero nadie se atreve a decir, sobre todo en las novelas, concebidas como entretenimiento burgués, políticamente correcto, es tan implacable que es imposible no sentir desasosiego leyendo sus líneas, eso en el mejor de los casos.
Sería difícil explicar cuál es el tema central de La Pianista, novela corta, pero compleja a pesar de lo escaso de su argumento, y muy intensa en emociones. Podría decirse que es la sobrecogedora relación de amor y odio entre esa madre que controla la vida de Erika, cómo viste, con quién habla, a qué horas llega de la calle, etc, y que ha llegado al extremo de evitarle todo tipo de compañía masculina o incluso amigos. La madre y la hija tienen escenas de tremenda brutalidad. En al menos dos ocasiones que yo recuerde se enzarzan en una pelea violenta en la que arrancan los pelos, se golpean y se hacen de todo; pero también está el contrapunto de la escena en que Erika se arroja en la cama sobre la madre, y la cubre de besos, que incluso la madre interpreta como "cochinadas", besos casi sexuales, y trata de quitársela de encima. Erika no parece odiar conscientemente a su madre, sino más bien todo lo contrario. Pero esa madre la ha convertido en una reprimida incapaz de sentir no solo deseo sino incluso el menor placer. Erika visita salas X para ver pornografía, que no le excita. Toma los pañuelos manchados de semen de los hombres que estuvieron antes que ella y los huele; va a los parques de la ciudad donde se reunen las parejas y los espía mientras hacen el amor; pero nunca siente nada. Es un pedazo de hielo. Ni siquiera cuando se automutila con cuchillas, observandose con frialdad, es capaz de experimentar una sensación, aunque sea de dolor.
Podría ser también esa historia de "amor" tan sui géneris entre Erika y el joven Klemmer, quien desea posearla, y olvidarla. En una escena en un baño, se enzarzan en besos y caricias; ella lo masturba, pero luego no le permite tener un orgasmo. Le prohíbe tocarse, y él le suplica que le deje, que sino le va a doler y no podrá caminar durante tres días. Pero ella le impone esa condición si quiere seguir viéndola. Son escenas tormentosas, en las que el joven se somete no de buen grado a los caprichos de la profesora, a la cual admira por sus conocimientos musicales. A lo largo de la novela se iría incrementando la tensión entre ambos con escenas de sexo y violencia, siempre desgarradoras. En un momento dado, al conocer los terribles deseos masoquistas de Erika él se derrumba y le pierde el respeto y el amor, hasta llegar a satisfacerla en sus deseos, cuando ella ya no lo deseaba.
Lo más curioso es la reacción de violencia de Klemmer cuando siente que él no es el que domina la situación, sino que ella lo maneja. Entonces se rebela de un modo casi primitivo.
Así pues, se trata de una novela sobre relaciones de poder, usando como metáfora el sexo. Poder de la madre sobre Erika (al parecer la propia Elfriede tuvo una experiencia poco grata con su madre, que la quería convertir en niña prodigio de la música), de Erika sobre Klemmer y viceversa, sobre Erika y sus alumnos, con los cuales es dura y exigente, poder de los hombres sobre las mujeres, etc...
Jelinek critica el sexo masculino y pinta con cierto victimismo a la mujer, siempre objeto de los caprichos del hombre brutal. Su prosa es como un cuchillo; no deja títere con cabeza. Pone en evidencia lo que es capaz de lograr un exceso de exigencia de perfección, como el de la madre hacia su hija, "un genio", el exceso de amor, que transforma a los hijos de esa madre terrible en inútiles sociales, además de crear un vínculo de dependencia psicológica traumático. 
Jelinek es políticamente incorrecta, y no se priva de hacer juicios acerca de los extranjeros, los turcos, etc; claro que también se ensaña con sus compatriotas. Hay mucha violencia y sexo en esta novela, pero el sexo descrito también es violento. Cuando Erika quiere amor, después de sentir que su cuerpo muerto renace, el sexo sigue siendo violencia. Una historia muy triste. Y no apta para todos los paladares, pero que aporta una nueva visión y rompe los esquemas en un panorama literario aburrido, mediocre y acomodaticio.
No es una autora fácil, y quizás se excece en el número de páginas para lo que cuenta, pero la lectura de esta novela no dejará a nadie indiferente.
Existe una película del mismo título.
Fragmento de La Pianista:
De camino a la escuela Erika ve inevitablemente por todos lados la destrucción de individuos y comestibles, pocas veces ve que algo crece y florece. Tan sólo en el parque del ayuntamiento o en el parque público, donde las rosas y los tulipanes brotan carnosos. Pero incluso éstos se precipitan, porque llevan en sí mismos el proceso de descomposición. Es lo que piensa Erika. En sólo el arte tiene una existencia más duradera. Erika lo cuida, lo poda, lo ata a una guía, lo desmaleza y finalmente cosecha. Pero, ¿quién sabe todo lo que se ha perdido o ha sido acallado injustamente? Cada día muere una pieza musical, una novela o un poema porque ya no posee razón de existencia en nuestro tiempo. Y lo que parecía eterno ha perecido, ya nadie lo conoce. Aun cuando habría merecido seguir existiendo. En el curso de piano de Erika ya hay niños que machacan a Mozart o a Haydn, los más avanzados se deslizan sobre los patines de Brahms y Schumann, cubriendo el bosque de la literatura musical con sus babas de caracol.

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