Revista Historia

La picaresca contra la caradura: las Casas a la Malicia de Madrid

Por Ireneu @ireneuc

La picaresca contra la caradura: las Casas a la Malicia de Madrid

Casa a la malicia actual

En España, premios Nobel, seguro que no, pero pícaros, jetas, corruptos y otra gente de mal vivir, si quisiéramos, podríamos exportar a camiones; y si piensa que es una exageración, no hace falta más que leer los titulares de cualquier periódico o ver cualquier telediario para quedar absolutamente convencido. Este especial desarrollo de granujerío parece estar repartido equitativamente por toda la geografía peninsular y entre todas las clases sociales, amén de todas las épocas históricas. Aunque también se ha de reconocer que, en no pocas veces, la picardía y la caradura del pueblo ha sido una respuesta defensiva a la cazurrería mental de las élites gobernantes del momento. Un ejemplo de esta pillería del pueblo lo encontramos en las llamadas "casas a la malicia"(casas con trampa) de Madrid, en que la gente se buscó la vida de la forma más espabilada posible para eludir el morro de cemento armado de la Corte de Felipe II.
Cuando, sin encomendarse a ningún santo, Felipe II decidió trasladar la Corte a Madrid en 1561, además de dejar a Toledo sin la capital del Imperio -eso de dejar de ser el centro del mundo no gusta a nadie- el traslado metió en un serio apuro a la propia villa de Madrid.

La picaresca contra la caradura: las Casas a la Malicia de Madrid

Madrid en el siglo XVI

Madrid, a principios del siglo XVI, era una ciudad de unas 15.000 personas que no destacaba en exceso entre el resto de poblaciones castellanas. Sin embargo, los diferentes reyes castellanos le tenían cierta afición al ser un buen sitio para la caza, sobre todo en sus fincas de El Pardo; el tipo de presa que cogieran repetidamente ya queda a imaginación del lector. No me sean malpensados, hagan el favor.

La picaresca contra la caradura: las Casas a la Malicia de Madrid

Felipe II

Sea como fuere, los reyes tenían allí su "chalecito" de verano en forma de Real Alcázar y para pasar una temporada estaba bien, pero cuando Felipe II se instaló en Madrid, la ciudad recibió un alud de personas, personillas y personajes que iban en el mismo paquete que la Corte Real. El rey no tenía ningún problema de alojamiento, así como la Corte más cercana, pero todo el funcionariado adjunto que vivía de y para administrar las cosas del reino, no tenía sitio material donde hospedarse. No habían pensado en ello; typical spanish.
Visto lo apremiante de la situación y dado que la construcción de nuevos edificios que acogieran a la retahíla real aún llevaría un tiempo, la Corona tuvo que poner cartas en el asunto. Y...¿cuál fue la brillante solución que el lumbrera de turno discurrió para arreglar el problema? pues que todo el mundo que tuviera una casa se vería obligado a ceder la mitad para alojar un funcionario y, encima, a cuenta suyo. Sencillo.
De esta forma, la Regalía de Aposento -nombre oficial de la ley- se destapó para los madrileños como una de las innumerables ventajas de ser la Villa y Corte (aunque después la echarán de menos, ver El Duque de Lerma, la capital de España y su descarado pelotazo inmobiliario) la cual no podía ser eludida por nadie a excepción de que el propietario hiciera una suculenta donación a la corona -en cuyo caso se consideraría una "casa privilegiada"- o si la casa no tuviera una estructura fácilmente compartimentable y no pudiera alojar, físicamente, a tan "deseado" invitado, por lo cual se convertía en una "casa de incómoda partición".

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Una fachada escondía dos plantas

Lógicamente, la medida no gustó a nadie. A los pudientes porque si no querían disponer tan solo de la mitad de sus casas, tenían que aflojar la mosca y a los humildes porque se veían obligados a perder media casa y a mantener a pan y cuchillo a un desconocido. Por muy real que fuera el edicto, maldita la gracia que hacía a la gente y ésta se buscó las mil triquiñuelas para escaquearse de la cara dura de la Corona.
Madrid, con la llegada de la Corte, aumentó de forma bárbara su población, por lo que la construcción de nuevas viviendas se hizo poco menos que obligatorio, pero la Regalía de Aposento seguía en vigor y, por lo tanto, cada casa que se construyera tenía que observar la correspondiente parte para el funcionario real de turno... siempre y cuando no fuera de incómoda partición, claro.

La picaresca contra la caradura: las Casas a la Malicia de Madrid

Caos urbanístico derivado

De esta forma, se empezaron a levantar edificios de fachadas e interiores absolutamente caóticos, destinados a que los alguaciles reales no detectaran desde la calle las diferentes plantas o que, si accedían, quedaran convencidos de que su compartimentación era del todo inútil para alojar a los "huéspedes" reales. Así, se convertían en habitables patios, pasillos, desvanes o corralones para evitar la ley, creando una arquitectura de locura que era imposible de regular y que volvía tarumba a cualquiera que intentase inventariar con fines recaudatorios. Y es que el parque de viviendas de Madrid había pasado de 2.500 en 1561 a 10.000 en 1618, de las cuales más de 1.000 habían sido construidas "con trampa". ¡A ver quién controlaba eso!

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Crecimiento de Madrid s.XVI

Aunque cueste el creerlo la Regalía de Aposento no se abolió oficialmente hasta 1845, aunque -todo sea el decirlo- desde 1621 se había convertido en una especie de Impuesto de Bienes Inmuebles un tanto chapucero, habida cuenta que era casi imposible de cobrar en la práctica. A pesar de esto, no todo fue chapuza, improvisación y picaresca, ya que si algo tuvo de bueno fue la realización del primer catastro detallado (la Planimetría General de Madrid) levantado entre 1749 y 1774 y que significó un primer intento de poner un poco de orden a semejante galimatías urbanístico.
La historia nos enseña múltiples ejemplos de cuan pícaros y caraduras podemos llegar a ser en este país a todos los niveles. Si la culpa es de los políticos o de la misma sociedad de la que salen es parafrasear el conocido adagio de la gallina y el huevo, llegando, por mucho que le demos vueltas, exactamente a la misma indefinida conclusión: que no sabemos si sera la culpa de la gallina o del huevo. Eso si, visto lo visto, tenga la absoluta convicción de que está en medio de un gallinero.
Y es que hay algunos que tienen unos huevos...

La picaresca contra la caradura: las Casas a la Malicia de Madrid

Plano de una casa de "muy incómoda" partición


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