De la última película de Almodóvar se ha dicho y se dirá de todo. En resumen, sus confesadas referencias a clásicos del cine como Les yeux sans visage (1960) de Georges Franju, Tristana (1970) de Luis Buñuel o su inspiración en el arte contemporáneo de Louise Bourgeois o Felix González-Torres. Un acabado perfecto, un tratamiento del color impecable o un magistral trabajo de escritura próximo a la técnica del recorte (el cut-up de William Burroughs) en un viaje de ida y vuelta entre los negros universos de la Tarántula de Thierry Jonquet y los rojos del propio autor, que bien hubiese merecido un premio en Cannes.
Pedro Almodóvar es el cineasta del cine visible que mejor trata los temas habituales del cine invisible. Si el cuerpo fue el centro del universo y campo de batalla de las últimas décadas del siglo pasado, la posmodernidad actual se interesa más por sus transgresiones, sus límites o sus agresiones, ya sean propias o ajenas. En un excelente libro, Cine e imaginarios sociales (2010), Gérard Imbert trata la cuestión de una manera apasionante. Y Pedro Almodóvar parece haber consagrado su película a las dos primeras partes de la citada obra: El cuerpo vacío, entre la ausencia y el exceso e Identidad y ambivalencia. Es inútil repetir lo que otros han expresado mucho mejor.



En este futuro tan cercano el deseo ha desaparecido, ya no se duerme pegados unos contra otros y el amor ya sólo produce dolor. Ahora impera la ley de la posesión. Lo fundamental para el primer grupo es acumular, ya sea a un ser humano o a una obra maestra (y como esto es imposible, se copia en el mismo formato los grandes cuadros de los más prestigiosos museos). Borrar identidades, quemar el pasado, negar el futuro y ya veremos luego.
Tanto Almodóvar en el futuro, 2012, como De la Iglesia en Balada triste de trompeta, en el pasado, la guerra civil, muestran una España dividida e irreconciliable. Película más próxima al 15-M que al deseo. Almodóvar parece haber mostrado con su metáfora los defectos del país en el que vive, un lugar resquebrajado y herido, y que cuesta mirar de frente. Quizás, La piel que habito no sea lo parece a primera vista. El autor, con excelente criterio, ha conservado el título del film en el extranjero y todos sabemos que nuestro país es familiarmente conocido como la piel de toro.


no somos de ser,
somos de saber,
somos de sentir,
somos de poder y no querer,
somos de querer poder
y erguirnos vanidosos, titánicos.
Somos de temernos,
de ignorarnos.
De tener al corazón sometido
bombeando sólo hacia adentro.
