Cuando era pequeña -es decir: cuando yo era una Niña Pequeña- iba con frecuencia a la piscina de TíaMaríadolores; era grande, rectangular, rodeada de hierba y con pocas sombras cerca, cosa que no importaba mucho porque yo sólo me dedicaba a estar en las soleadas olas de agua clorada, mientras mi tía se horrorizaba por mis yemas de dedos arrugadas y el tiempo pasado en el agua.
Imagino que ella se sentía responsable de su única sobrina, mientras mis padres, imagino, harían una tarde de vida ausente de hijos y preocupaciones varias. Por eso mi tía acababa asomándose al borde marrón y redondeado de la piscina, dejando claro a su sobrina -yo- que ya era la hora de salir, cambiarse y merendar, amén de que cuando los dedos se arrugan por efecto de la humedad es el momento ineludible de abandonar el agua. Innegociable hasta el día de hoy: las yemas de los dedos son como el reloj water resistant de la infancia.
Y yo salía del agua, claro, pero escondiendo los tesoros encontrados en lo más profundo del subsuelo acuático: unos cuadrados azulejos en color azul, que no tenían más utilidad, evidentemente, que esperar a ser arrancados por los niños, como espléndidos zafiros de las paredes o del suelo de la piscina.
Hoy encontré nuevos tesoros en un parque. No había piscina, no había subsuelo, no había niños y no estaba mi tía, pero estoy segura de que Niña Pequeña -esta vez no yo, sino ella- sabrá apreciar el tono rosado de las nuevas joyas, que no serán zafiros, sino cuarzos rosas...