Se ha fallado el premio World Press Photo 2017, y la fotografía ganadora ha sido una del fotógrafo turco Burhan Ozbilici que muestra al asesino del embajador de Rusia en Turquía -que se suponía que estaba allí como su guardaespaldas, para protegerlo-, justo después de matarlo.
El cuerpo del embajador está tendido en el suelo boca arriba, muerto, mientras que el asesino, con la pistola recién disparada en la mano derecha, eleva al cielo el dedo índice de la mano izquierda mientras suelta un speech a los aterrorizados presentes (que no salen en la foto).
Fotografía ganadora del World Press Photo 2017
Burhan Ozbilici
El fotógrafo estaba allí para cubrir la inauguración de una exposición de cuadros bastante anodina y trivial. Para el embajador, decir unas palabras en ese acto era una de sus obligaciones rutinarias. Lo que ocurrió fue rápido e inconcebible. Por puro instinto profesional, Burhan Ozbilici se sobrepuso a la sorpresa y al miedo y disparó su cámara. Hizo una gran foto. (Hizo unas cuantas).
Porque, no nos olvidemos, lo que premia el World Press Photo son grandísimas fotos. Se trata de fotografías de prensa; es decir, con un mensaje, una noticia, una idea o incluso una denuncia, y no se trata por lo tanto de fotografías "artísticas". Pero no es menos cierto que, tengan la carga de denuncia o de testimonio que tengan, y aunque estén hechas con un criterio periodístico y reporteril, son obras de arte y se valoran y premian como tales.
Por una parte, ese tipo de fotos nos dejan consternados, pero por otra nos fascinan. Qué buenas.
A mí me impresiona muchísimo que ante una foto tan terrible los de WPP digan esto:
Datos técnicos de la fotografía premiada porque se trata de una fotografía muy buena, tomada con la técnica de un profesional e incluso de un artista, y porque todo aficionado a la fotografía quiere saber con qué equipo y con qué técnica está hecha.
La fotografía, cuyo mayor valor es la grandísima carga dramática que tiene, queda así como un objeto aséptico, inocente.
El resto de fotografías seleccionadas son todas muy "plásticas" y, por lo tanto, en muy gran medida "hermosas".
Muy hermosas.
Es algo realmente inquietante: cómo nos pueden fascinar plásticamente unas obras terribles, horribles, trágicas, que nos deberían remover por dentro (y de hecho nos remueven) y que deberían repugnarnos (pero no nos repugnan).
La plástica nos mueve, nos conmueve y nos remueve. La plástica no es inocente.
Como arquitectos, incluso los más triviales trabajamos con la plástica. Hacemos objetos plásticos. Componemos, disponemos, elegimos materiales, texturas, colores, proporciones, una ventana rasgada en horizontal en vez de cuadrada... Comparada con la del World Press Photo esta es una plástica inocente.
¿De verdad es inocente? No del todo. Todo tiene consecuencias. Elegimos (mal) ciertos elementos, tamaños y proporciones por su potencia plástica, y con ello a veces causamos daños o molestias, o malos funcionamientos o incluso malos sentimientos.
Y aunque todo salga bien y el resultado sea funcionalmente irreprochable, esa plástica significa algo y tiene alguna carga soterrada.
Tal vez la plástica no sea inocente nunca. Tal vez todo el arte sea trágico siempre o tenga siempre alguna componente trágica.
Este año se cumple un siglo de la fundación de De Stijl, que quiso hacer una plástica nueva (el neoplasticismo se suele usar como sinónimo de De Stijl), sin tragedia. ¿Lo consiguieron? En la próxima entrada de este blog seguiremos con el asunto.
Por ahora nos quedamos con estas bellísimas fotografías sobre la tragedia humana. Hermosísimas.