Una vida sin música sería como vivir en una Gandía sin sus fallas, un Nueva York sin sus taxis o sin el ruido de sus calles, o un fin de año en Madrid sin pisar la puerta del sol. Así es la música, tan esencial como el aire que respiras, tan fascinante como cada destino que pisas.
Soy de los que se levanta cantando, entra en la ducha para montar el mayor de sus conciertos y, después de esto, vuelve enrollado con el albornoz, capucha puesta por supuesto, a la habitación como si de Beyoncé se tratase tras hacer uno de sus grandes conciertos. Algún día, cuando mi vida no esté marcada por las prisas por llegar a los sitios puntual, os invitaré a vivir esto, lo prometo.
La gente me mira raro cuando digo aquello de “Cuando escribo, dejo bailar mis dedos sobre el teclado”. Pero es literal y esta frase cumple su sentido literal de la manera más estricta.
Te confesaré una cosa, bueno, más que una cosa, te confesaré un secreto. De esos de los que nadie sabe, de los que cuentas como si se tratase del mayor de tus tesoros. Dicen que cada persona tiene su musa, su inspiración, su rincón de concentración o su boli para la creación. Yo, en cambio, tengo como inspiración una canción.
Sí, como lo lees. Ahora cobra mucho más sentido aquello de dejar bailar los dedos sobre el teclado.
Soy hijo de maestra, mejor dicho y desde hace unos años, soy hijo y hermano de maestra. ¿Qué te quiero decir con esto? Durante años, de mi casa se ha creído que nos levantábamos cantando la canción que mi madre canta a los niños para darle la bienvenida cuando entran en clase, celebramos con otra más la hora de comer y nuestra vida es una fiesta constante , aunque no niego que lo sea, entre cartulinas, confeti y figuras de plastelina
Hay veces, sobre todo cuando voy en algún tipo de transporte público, llueve y la salida de Madrid está atascada que me gusta dejar a la mente pensar. Veo a gente hablando por el móvil, a otros revisando los últimos tweet que se cuelan en su time Line de Twitter y otros que viven en un universo paralelo con los cascos puestos, incluso algunos se atreven a sobrepasar el límite de marcar el compás con el pie y dejar a su cuerpo bailar. Y es que ¿qué sería del mundo sin música?
Los científicos dicen que, cuando vivimos uno de esos momentos que se quedan grabados en nuestra mente para siempre, no olvidamos nunca la música que en ese momento estaba sonando. Piénsalo, ahora parte de la vida tiene un poco más de sentido.
Desde hace unos cuantos meses vivo en un estado remember absoluto y constante. Debe ser que la vuelta de OT y el regreso de Fama me ha hecho sentir las cenizas que el cuerpo quedan de hace ya unos cuantos años
Cuando llegué a Nueva York por primera vez en mi vida, viví el momento que siempre había querido vivir: pasear por sus calles con la canción de “Empire State of mind” de Alicia Keys, aquella que siempre me pongo cuando echo de menos a la Gran Manzana. Siento que cada acorde, cada melodía, cada estrofa cantada por Alicia Keys me traslada a sus calles, a sus olores, a sus restaurantes.
Los viajes, al fin y al cabo, son recuerdos y, como tales, se merecen una banda sonora que esté a la altura. Por eso, he preparado esta bonita playlist con un toque un poco de los 70s, 80s y 90s para que bailes, cantes y rías en cualquier trayecto a tu próxima parada.
¿Cantamos juntos?
Feliz día
Vicent Bañuls
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