Hasta poco tiempo antes de las últimas manifestaciones populares contra el FMI, el Banco Mundial y a mundialización capitalista (Seattle, Davos, Praga, Génova, Porto Alegre, Buenos Aires, etc.) el problema y la temática del imperialismo había desaparecido en la Argentina y en otros países de América Latina de la agenda cotidiana y del lenguaje políticamente correcto. Si alguien osaba tan sólo mencionar la penetración cultural norteamericana quedaba expuesto automáticamente a la risa y a la sorna. Ese problema, se decía, pertenece a las viejas películas de espías que supiera hacer Hollywood. Como una bomba atómica este libro resulta devastador, demoledor y aplastante. Reduce a polvo la mitología de la libertad de expresión, de la interdependencia igualitaria de las naciones y la retórica de la sociedad abierta detrás de las cuales encuentra la estafa moral y el engaño, la manipulación y el control informativos, la neutralización de toda disidencia y la compra sistemática de intelectuales, de sus plumas, sus voces y sus conciencias. Por Néstor Kohan
"Creo que una de las principales fallas en la extensa literatura sobre economía, ciencia política e historia del imperialismo radica en que se presta muy poca atención al papel de la cultura para mantener un imperio".
Edward Said
Sin embargo la situación mundial cambió notablemente en los últimos tres años. Ahora está más claro que los conflictos y los intentos de dominación no han desaparecido y que la guerra ideológica, fría, tibia o caliente, abierta o encubierta, continúa. Aunque se ha puesto de moda cierta literatura filosófica de estirpe postestructuralista que tiende apresuradamente a dar por finalizada la etapa del imperialismo -estamos pensando en el último libro de Toni Negri y Michael Hardt- éste sigue, porfiadamente, existiendo. La "paz" no es entonces nada más que una fase del dominio estable, el momento máximo de la realización de la hegemonía.

Al menos así lo demuestra la reciente y oportuna aparición en español del voluminoso texto de Frances Stonor Saunders "La CIA y la guerra fría cultural" (edición en inglés de 1999, en español de octubre de 2001) que ha vuelto a poner en el tapete un debate curiosamente "olvidado" y sospechosamente encarpetado en los archivos de un pasado remoto y lejano.
Como una bomba atómica este libro resulta devastador, demoledor y aplastante. Reduce a polvo la mitología de la libertad de expresión, de la interdependencia igualitaria de las naciones y la retórica de la sociedad abierta detrás de las cuales encuentra la estafa moral y el engaño, la manipulación y el control informativos, la neutralización de toda disidencia y la compra sistemática de intelectuales, de sus plumas, sus voces y sus conciencias. Su pormenorizada investigación dibuja la gran épica del dólar y la inmensa telaraña que su poder tejió -a través de la CIA- sobre las conciencias europeas y las propias plumas estadounidenses desde 1945 en adelante.


El trabajo de Saunders confirma mucho de lo que siempre se sospechó. Detrás del glamour de los conciertos a toda orquesta, del aristocratismo de las galerías de arte más exclusivas y de la farándula agrupada en torno al Congreso por la Libertad de la Cultura y sus múltiples revistas literarias de alta cultura se podía oler el seco perfume del billete verde norteamericano. Un verdadero coro monocromático de voces que, aparentemente, eran pluralistas pero en realidad entonaban los acordes de una única y cerrada melodía dictada por agentes encubiertos. Los datos aportados por los propios protagonistas son contundentes, no dejan lugar a dudas. La CIA tenía poder de veto directo sobre casi todas las revistas y entidades culturales que financiaba.


Pero no todo era ideología anticomunista y moralina discursiva a favor de la "sociedad abierta" en el caso de los intelectuales mimados por la CIA. También entraban en juego prebendas personales y las caricias que el poder siempre brinda a sus intelectuales orgánicos. Los defensores del "mundo libre" también obtenían viajes en cruceros, estadías en hoteles cinco estrellas en las capitales de Europa y en New York y "descansos" en las mansiones más exclusivas del jet set internacional donde los atendía una legión de sirvientes. Corrosiva hasta el límite, Stonor Saunders apunta que ninguno de ellos se preguntaba quién pagaba todo ese lujo ni de dónde salía tanto dinero. Su idealismo moral tenía patas cortas, muy cortas.
Y si alguien preguntaba había una respuesta preparada…de las fundaciones "filantrópicas y humanitarias": Ford, Farfield, Kaplan, Rockefeller o Carnegie, auténticas “tapaderas” de la CIA. Aunque nunca apareciera en primer plano la larga y adinerada mano de la compañía siempre estaba detrás de ellas. El crítico uruguayo Ángel Rama las denominó, con justicia, "fachadas culturales".
Néstor Kohan - Un fragmento de este artículo fue publicado en la revista Casa de las Américas Nº 227.
abril-junio 2002. pp.144-152.

