Revista Opinión
La pobreza y el canciller en la infamia
Publicado el 19 septiembre 2017 por James Nightingale @atracoalpuebloLa pobreza y el canciller de la infamia.
Una muchacha recorre la calle llorando, inquieta se dirige de un lado a otro revisando el lugar, posiblemente también examinando a su propio ser e historia personal. En otro punto de la misma cuadra una niña pide dinero a los transeúntes, tiene mucha hambre, desea alimentarse. El niño que le acompaña lleva fija su mirada en la distancia, quién sabe si imaginando o soñando con un mundo mejor. El recién nacido va cubierto con una manta gruesa mientras lo carga en brazos una mujer. Ella observa todo alrededor, en cada rincón hurga bolsas de basura. Del brazo va una joven muy pegada a su cuerpo, se acompañan en el duro acontecer. Un hombre con ropa desgastada está sentado en unos escalones de la esquina, improvisa un pequeño fogón. Tapas de latas sirven de planchas para cocinar. La brasa que calienta son ramas y pequeños palos secos caídos de los árboles. En su soledad hace una preparación con restos de comida encontrados en la vía. Más allá algunas personas duermen arropados en cartón. El suelo y pequeños bancos sirven de camas.
Gente de todas las edades comparte el espacio. No hay escuela, empleo, nevera, cuarto, atención de salud, servicios básicos, comida, protección social. Sobra, sí, el intento de sobrevivir cada día. La casa es la inmensidad, el techo el firmamento y su color es gris oscuro permanentemente. La cara difícil de la sociedad. Les ha tocado la mala.
El canciller de la infamia va en su carro sentado con mucha comodidad. Lleno de carpetas, las abre e introduce la mirada en ellas. En apariencia está absorto en los documentos, impidiéndole ver lo que sucede en el entorno. Igual ocurre cuando está en el ministerio, las ventanas están clausuradas, no ve la pobreza circundante.
El individuo siempre ha estado bien. Estudió en una Universidad autónoma del país cuando todavía no era su grupo gobierno. Fue becado en el exterior en un gran centro de estudios. Ha ocupado un sinfín de cargos: entrevistador en la televisión pública nacional, ministro, vicepresidente, yerno. Lo nombraron en un momento determinado responsable de elaborar un sistema policíaco de control social. Cualquier función la puede abarcar. El ascenso ha sido vertiginoso. Vivió en La Casona, un patrimonio cultural de la nación. Ha viajado por el mundo en nombre del socialismo. No se le conoce haber hecho alguna vez trabajo social de base en las comunidades. Su asunto ha sido vivir y gestionar al lado del círculo medular del poder. Miembros de su familia ocupan altos cargos. ¿Cuál es su sueldo o ingreso? No se conoce, es secretismo de Estado.
Representa ese otro lado de la realidad: el de la opulencia, hedonismo. Es el rostro clásico de la casta dominante enquistada en el palacio. No camina calles o comunidades, goza de exquisitos cargos, excelente sistema de salud, ropa exclusiva, comida por doquier, joyas, guardaespaldas, restaurantes, aire acondicionado. Lo llevan, traen, ponen, reciclan, enrocan. La tesorería nacional queda cerca de su oficina. Representa en toda su amplitud a la iniquidad de un modelo político inhumano, antiecológico y entreguista.
Pronto estará en Nueva York, en el podio de la Asamblea General de las Naciones Unidas hablando de revolución, ideología, pueblo, soberanía, antiimperialismo, lucha de clases y país potencia. Sainete internacional a gran escala.
Lorenzo Figallo Calzadilla @hmcaminante
“Las imágenes que salen en la portada, no son de responsabilidad del autor del escrito”TwittearEnviar este artículo a tus seguidores
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