Revista Cultura y Ocio
“Sobre los viajes”
La poesía del viaje no reside en descansar de la monotonía de la vida doméstica, del trabajo y las preocupaciones, ni tampoco de la azarosa convivencia con otras gentes o en la contemplación de otras imágenes. Tampoco reside en la posibilidad de satisfacer una curiosidad. La poesía del viaje reside en la experiencia vital, es decir, en el enriquecimiento, en la incorporación orgánica de lo recién adquirido, en el incremento de nuestra compresión por la unidad en la diversidad, por el gran tejido del mundo y de la humanidad, en el recuentro de unas verdades y unas leyes antiguas bajo unas condiciones nuevas.
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Del mismo modo que una amistad o un amor que nos exige cuidados y sacrificios, o un libro que hemos elegido, comprado y leído con toda reflexión, así también cualquier viaje de placer o de estudios debe suponer una afición, un deseo de aprender, una entrega. Debe tener como objetivo convertir un país y un pueblo, una ciudad o un paisaje en propiedad espiritual del viajero; con amor y devoción, éste debe ponerse al acecho de lo desconocido y esforzarse con perseverancia en descubrir el secreto de su manera de ser.
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El que no necesita ahorrar tiempo y dinero y siente el placer de viajar, debería tener la necesidad imperiosa de hacerse suyos, pedazo a pedazo, aquellos países en los que se adivina algo codiciable para sus ojos y su corazón, y conquistar un fragmento de mundo con un aprendizaje y un goce lentos, echar raíces en muchos países y coleccionar, del este y el oeste, piedras para el hermoso edificio de una amplia compresión hacia la tierra y sus formas de vida.
Herman Hesse, EL ARTE DEL OCIO.