Revista Cultura y Ocio
El pasado mes de abril, participé, presentando en el acto inaugural a Francisca Aguirre y a Guadalupe Grande en una actividad cultural denominada “Vallecas calle del libro”. También participó Pepo Paz en su calidad de editor, ya que Bartleby Editores acogió la antología Detrás de los espejos que fue libro de cabecera de los eventos que al amparo del citado lema, se celebraron en todos sus barrios. Era en Vallecas, distrito de Madrid profundamente vinculado a la lucha democrática, a las movilizaciones urbanas y a una cultura alternativa que históricamente (al menos, desde los albores de la democracia) ha tenido en el rock, en el comic, en la cultura de barrio y en el compromiso colectivo con la izquierda algunos de sus ingredientes. Allí estaban, como impulsores y animadores, Pepe Molina y Antonio Albarrán, antiguos conocidos de todas las batallas por la libertad, la igualdad y la fraternidad en que una parte de mi generación se ha implicado desde que todos éramos casi adolescentes. Ellos son los artífices esenciales de la fundación que organiza la actividad: Vallecas Todo Cultura.
Siempre había contemplado “Vallecas calle del libro” desde una zona lateral. Participé de sus actividades en el lejano (parece mentira) abril de 2003 con la presentación, en la librería Abacus, hoy reconvertida en papelería-juguetería bajo otro nombre, de mi novela Los días de Eisenhower y en los años posteriores contemplé sus actividades desde una cierta lejanía. Sin embargo, este año tuve la oportunidad de vivir esa experiencia más de cerca. Casi, casi… desde dentro, desde su corazón. Lecturas de poemas, cine, presentaciones de libros, teatro, actividades infantiles: dos distritos y muchos barrios como protagonistas del hecho cultural. Algo que si bien tiene una enorme importancia en cualquier tiempo, la tiene aún más en tiempos de crisis, de recortes, de desprecio a la cultura por parte de un gobierno empeñado en poner los intereses de “los mercados” por delante de los intereses colectivos, comenzando por la cultura y pasando por la educación, la sanidad y las prestaciones sociales.
Pepe Molina y Antonio Albarrán, con otros colaboradores anónimos, hacen posible el milagro. Y el milagro es que a lo largo de una decena de días más de 30.000 personas participen en distinto grado de la cultura. Es que en todos los colegios, públicos y concertados, de esos barrios los alumnos lean y debatan los poemas del escritor al que se dedica “Vallecas calle del libro”. Este año fue Paca Aguirre, pero en años anteriores lo fueron Gloria Fuertes, o Pepe Hierro, o Rafael Alberti…. Es que en los centros culturales de ambos distritos la actividad gire en torno al libro. Las librerías (Muga, La esquina del zorro…), las bibliotecas públicas los centros de adultos, las asociaciones vecinales…. Todos comprometidos con un proyecto que es de todos. En Vallecas, abril es el homenaje al libro, a la literatura. Y este año ha sido un homenaje a la poesía, esa disciplina minoritario inasequible al desaliento y vencedora de todas las crisis que en el mundo han sido. Un ejemplo del que aprender. Una senda por la que avanzar para resistir. Aunque hubo una actividad que, irremediablemente, se cayó de la agenda por razones de fuerza mayor: no se pudo presentar En legítima defensa, la antología de poemas y poetas en tiempos de crisis cuya edición ha sido aplazada para el próximo otoño. Ahí queda una asignatura pendiente: en septiembre, o en octubre, la antología "anticrisis" será objeto de lectura y debate en alguno de los centros culturales del barrio o en la sede de Vallecas Todo Cultura.
Por razones personales, suelo ir a Vallecas un par de veces al mes (como mínimo): me gusta pasear por las grandes avenidas próximas a la Asamblea de Madrid, todas con nombres de títulos de clásicos del cine, visitar sus librerías y hablar con sus libreros, tomar un café o una cerveza en cualquiera de las terrazas al aire libre, respirar ese aire entre combativo, resistente e innovador que expanden la vanguardia cultural de sus barrios. Ahí está Vallecas Todo Cultura. Y una parte de mi memoria personal que tiene sus raíces en mi vida a los doce o trece años: durante catorce o quince meses de 1965 viví en un pisito con mis padres, allá donde “la ciudad perdía su nombre”. Al borde del descampado, en las Palomeras Altas, un lugar hoy desaparecido que entonces estaba rodeado de campos de labor y de chabolas. Abril del libro y de la cultura. Vallecas de todos, de colegiales leyendo poemas, de maestros y maestras comprometidas con la poesía… Vallecas.