Me cuesta creer que Francisco Marhuenda, actual director de La Razón, sea una persona de carne y hueso, con vida propia. Adicto a los debates televisivos, siempre representa el mismo personaje, el arquetipo de la derecha más extrema. No digo que no sea coherente en sus opiniones, pero me parece un robot, ya perfectamente previsible.
Francisco Marhuenda, director de La Razón
(Fuente: eleconomista)
Este sábado noche, en La Sexta se emitió un debate sobre el espinoso tema de la regulación del aborto, al hilo de la nueva Ley Gallardón. Y digo regulación, porque creo que es la palabra más apropiada. No creo que se trate ni de prohibirlo ni de autorizar el asesinato de los no-natos. Se trataría, creo yo, de que la sociedad civil de este país se pusiera de acuerdo en su contenido, que sin duda no dejaría a nadie plenamente satisfecho. Pero ese tipo de acuerdos de Estado, de pactos reales del Gobierno con toda la ciudadanía, parecen personajes de ficción en este país. En esta democracia con muletas que habitamos, lo que se lleva es el rodillo y el trágala. Lo hizo Bibiana Aído (con Zapatero) y ahora lo quiere hacer Gallardón (con Rajoy).
Me parece obsceno que, para estas cosas, con listas cerradas y total partitocracia, se acuda a decir que estaba en su Programa Electoral, para justificar cualquier trapacería o desmán. Porque no lo citan en absoluto cuando suben los impuestos, por ejemplo. Parece que los Programas pueden ser Guía de Oro o Papel Higiénico, según sus propias conveniencias e intereses.
Antes del debate, se emitió una interesante entrevista con Cristina Cifuentes, la Delegada del Gobierno en la Comunidad de Madrid. Ya recuperada del gravísimo accidente de moto que sufrió hace unos meses por las calles de Madrid, se ratificó en que, a título personal, está en desacuerdo con alguno de los aspectos de la Ley Gallardón. Pero que pertenecer a un partido supone la disciplina de voto y que, en su caso, le tocaría votar incluso contra su propia opinión y/o conciencia.
El tema del aborto es, por supuesto, extremadamente delicado. En primer lugar, porque no creo que ninguna mujer vaya a abortar con alegría, o lo considere como un triunfo personal. El aborto, en suma, no debe ser más que el último recurso para una situación que se nos haya ido de las manos. Respeto a los que piensan (o creen) que no se debería producir ningún aborto, bajo ninguna circunstancia. Pero también respeto a las futuras madres que no quieren alumbrar (y criar toda su vida) a un hijo fruto de una violación y no del amor, ni de un proyecto personal o de pareja. Y también respeto a los futuros padres que no se ven con ánimo, coraje, valor y/o voluntad de alumbrar a un bebé con importantes deficiencias físicas o mentales, probadas por la ciencia médica.
Es cierto que existen métodos anticonceptivos para que, quien quiera realizar prácticas sexuales sin fines reproductivos, pueda hacerlo sin (casi) consecuencias. Por eso le llamo al aborto el último recurso.
No creo que lleve a ninguna parte tampoco el falso debate sobre si abortar es o no matar a un ser vivo. Porque creo que el aborto es un asesinato, o al menos un homicidio (los detalles se los dejo a los juristas), y eso sin entrar en el tema de plazos. Pero todos estamos hartos de ver (en las películas americanas, especialmente) que el asesinato en defensa propia supone la exención de responsabilidad penal.
Y, por supuesto, estoy convencido de que la mujer es dueña de su propio cuerpo, y está habilitada para tomar ciertas decisiones (informadas) al respecto. Del mismo modo que cualquiera puede decidir fumar o no (siempre que esté informado de todos los efectos y consecuencias de decidir en un sentido u otro). O cualquiera puede decidir sucumbir a su vigorexia, y realizar ejercicio físico en las dosis que estime conveniente. En todos los casos, la información y la formación son básicas e imprescindibles. En esa línea (al margen de algunos sectarismos en su aplicación) iba la asignatura de Educación para la Ciudadanía, que el PP también se ha cargado con su Ley Wert.
En resumen, creo que el tema del aborto, junto con otros grandes temas de Estado (Educación, Sanidad,...) deberían ser objeto de acuerdos de amplio consenso entre todas las fuerzas políticas, y ser finalmente sometidas a referéndum popular, para que todos los ciudadanos se vean reflejados en la decisión final que se tome. Lo que evitaría, por cierto, los continuos bandazos y promesas electorales de eliminar la ley promulgada por sus rivales (o enemigos). Que genera, además, inseguridad jurídica.
Cabecera del programa La Sexta Noche
(Fuente: lasexta)
Además, el tema del aborto, como otros grandes temas de los que citaré, a título de ejemplo, la regulación de las drogas o los paraísos fiscales, cualquier legislación debe tener en cuenta los hábitos y formas de los países de nuestro entorno, con los que debemos compararnos y, a ser posible, unificarnos. No vaya a ser que una regulación restrictiva del aborto en España genere turismo abortivo a otros países de dentro o fuera de la Unión Europea. Un turismo que sólo podrían practicar, por cierto, los ciudadanos con recursos económicos holgados.
Creo que la Sanidad Pública debe facilitar la práctica del aborto como último recurso, cuando todas las demás posibilidades se hayan agotado. Y como entiendo que haya médicos o personal sanitario que puedan tener reparos de conciencia con esta práctica, quizá la mejor solución es que los abortos se acabaran realizando en el seno de Centros Especializados en Asesoría Reproductiva, con personal voluntario (quiero decir, sin reparos de conciencia). Y sólo tras intentar todas las demás soluciones, y haberlas tenido que descartar por unos u otros motivos.
Y, desde luego, no me gustaría que volvieran esas breves vacaciones en Londres (u otros lugares), para realizar un aborto de pago, con las correctas condiciones sanitarias y médicas. Esas prácticas forman parte de nuestro pasado más negro y olvidable. O a esos abortos clandestinos, sin las mínimas garantías.
Volviendo a Francisco Marhuenda, como es esperable, se manifiesta completamente contrario al aborto. Sin embargo, por lo que dijo, parece aceptarlo en caso de violación. Puestos a desconfiar de un personaje con tantos automatismos, la única explicación que se me ocurre es su íntimo convencimiento de que con sus perfectos genes de señor de derechas y con la excelente educación que (sin duda) les estará dando a sus hij@s (que ignoro si l@s tiene), ese es el único supuesto en que una hija suya (que ignoro si la tiene) podría verse (accidentalmente) involucrada.
En resumen, señores políticos: Que los ciudadanos hemos madurado nuestras capacidades democráticas, y ese contrato/carta blanca por cuatro años al que se aferran no nos parece ya una opción válida. Y que si los Programas de los partidos políticos funcionan a lo toman o lo dejan, tengan por seguro que ningún partido político (ninguno, repito) representa, en esas condiciones, a la gran mayoría de ciudadanos librepensadores de este país. Y eso nos puede acabar llevando a una desafección por la política, y a unos niveles de abstención (y de votos en blanco o nulos) que serán portada de todos los principales periódicos internacionales.
Más acuerdos de Estado (en que todos estemos de acuerdo, pero nadie satisfecho) y más consultas populares. El rodillo, a la cocina. Ah, y la Iglesia Católica (bueno, y todas las demás) a sus templos, y que hablen para sus seguidores fieles. Que (ninguna) Ley del Aborto obliga a nadie a hacerlo.
JMBA