Revista Cultura y Ocio
Hay asuntos en los que uno no debe meterse. No nos incumben o nos quedan demasiado grandes o no son cosa nuestra y sí de otros, de quienes saben o han sido invitados o creen (a conciencia esa creencia) que alguien espera que ellos se involucren o aplaudan o censuren o sencillamente manifiesten una cara sonriente o una que no sonríe. Serán a quienes miremos, de los que nos fiemos, con los que contemos para emitir nosotros un veredicto o, más sencillamente, una opinión una cara sonriente o una que no sonríe. Todo, muchas veces, queda en iconos, no en argumentaciones. Basta un gesto que conceda o rechace o exponga cuánto nos divierte o nos desagrada. Escuché anoche en una tertulia radiofónica (era tarde, estaba en el duermevela, en la vigilia y en lo que no es vigilia) a alguien que se manifestaba apolítico total, creo que usó esa expresión. Le daba igual quién se sentara en las bancadas, quién ocupara La Moncloa o el sillón principal en los plenos de su municipio. No hablaba mal, se expresaba con conocimiento de causa y de consecuencias, pero el hartazgo le había hecho reclinar toda participación, decir bien a las claras que no iba con él la política, que (al fin y al cabo) estuviera quien estuviera harían con su pensión las atrocidades de costumbre o que la sanidad seguiría cogida con pinzas o que la educación (dijo tener nietos que no sabían lo que él sí a su edad) estaba afectada de una burocracia tan salvaje que se habían dejado de lado consideraciones sencillas, justo el tipo de consideraciones que harían que sus nietas supieran quién es Hitler o algún país que limitase con Alemania. Le dejaron hablar (yo lo escuché con intermitencias) porque estaba afectado de verdad y no era prudente censurar su parlamento. Acabó (luego ya no pude o no quise seguir) diciendo que no confiaba en el nuevo gobierno. Ni éste tan cogido con pinzas, tan escuálido y moroso, ni el otro, el apartado como si fuese la peste. No creo que debamos quedar fuera de la política. Es un asunto nuestro en la misma medida que lo es el colegio de nuestros hijos o el precio de la compra. De hecho el colegio de nuestros hijos y el precio de la compra es una extensión inmediata de esa política. Cuando escucho a alguien desentenderse de los políticos y de su trabajo, no me irrito particularmente, no evidencio nada que exhiba mi contrariedad o mi desaprobación. En ocasiones, cuando uno está colmado de política, también se retrae y prefiere no saber, dejar que los demás sepan y ver cómo vienen los abrazos o las hostias. Como el abuelo de la tertulia de anoche, como a veces uno mismo cuando todo está muy visto y muy repetido también, como cuando hemos escuchado la misma canción más veces de las soportables y desea uno que le cambien la melodía o que, en la idea de que no pueda haber otra, la ejecute una banda con más entusiasmo o más habilidad.Hay gobiernos que a veces son bandas contratadas para cubrir los huecos que dejan los gobiernos con más mando o más experiencia. Es admirable que alguien decida dedicarse a la política. Sigo pensando que es uno de los oficios menos agradecidos.
No saber de política no nos priva de emitir juicios sobre ella, por supuesto. Algunos están afinados y se vuelcan con retraimiento, como temiendo meter la pata o decir algo inconveniente. Otros están enteramente desastrados, se airean con fiereza porque es fácil criticar al político o al árbitro de fútbol o al médico o al maestro. Hay oficios que están expuesto al dictamen popular. Hablar es fácil. Debiéramos tener una mejor educación auditiva. Saber qué se nos dice, en dónde se nos miente, por qué nos toman por tontos. El barullo reciente (unos que han sido echados, razonablemente echados; otros que han entrado sin más avales que los comprometidos) no hará que llegue la sangre al río. Volverán las aguas a su manso fluir y el país (España, el nuestro, que se escamotea el nombre como si hiriese o produjese sonrojo o vergüenza) seguirá avanzando. Nunca avanzará del todo. Yo no he apreciado esa mejora incuestionable, que avance con arrojo y todos estén de acuerdo en que algunos (los que están al mando) lo estén haciendo bien. Siempre hay obstáculos, siempre hay comentarios interesadamente dañinos. Al menos, en estos tiempos, la información está al alcance, se expande y llega a todos lados. Faltan (tal vez) las instrucciones que nos permitan escarbar, hurgar, sacar lo verdaderamente relevante y dejar que la información espúrea, la bastarda e incivil, no prospere, no se convierta en la oficial, en la admita, en la que se toma por buena para crucificar al mandatorio saliente o al que está lampando (cuchillo en la boca, gesto combativo) por ser el mandatorio entrante. Yo mismo no sé mucho de nada de lo que digo. Se tienen ideas muy básicas, se pulen con los años y se aferra uno a ellas. Lo malo (lo verdaderamente peligroso) es hablar sin saber, es criticar sin oficio. Tiene sus ventajas (algunos veo yo, al menos) no ser mucho de unos ni de otros y ver que todos tienen la voluntad de trabajar a beneficio mío. Porque todo esto se hace para que yo viva mejor. Y usted.