"Cuando la política pierde su espíritu amateur y deja de ser un servicio generoso a la sociedad para convertirse en un auténtico chollo cargado de privilegios, es señal inequívoca de que la democracia ha dejado de existir". Ser político hoy en España representa pertenecer a una auténtica casta privilegiada, a la que nadie puede exigir nada y que ni siquiera tiene que rendir cuentas ante el ciudadano de sus actos. Para un inculto, un mediocre o un miserable, los caminos del éxito en las sociedad están vedados; sólo en la política le está permitido triunfar. Francisco Rubiales Moreno ---
En el presente, cuando España atraviesa momentos difíciles, con su convivencia, unidad y prosperidad en peligro, el país necesita a los mejores al frente del timón, pero, para desgracia de todos, los únicos que pueden acceder al poder son los políticos, un grupo humano deteriorado, cargado de privilegios, donde muchos incapaces, mediocres y, a veces, también delincuentes han hecho carrera y se han atrincherado.
El que no crea que la política, en España, ha dejado de ser sacrificio y servicio para convertirse en el mayor de los privilegios de nuestra época, que contemple la vida de los partidos y el comportamiento de los políticos en campaña electoral. Parecen depredadores dispuestos a todo con tal de ganar y de seguir disfrutando de las impresionantes ventajas y privilegios del poder.
¿Alguien recuerda aquella época en la que la política era “presentada” a los ciudadanos como un generoso ejercicio de sacrificio y de servicio? Los políticos se mostraban entonces ante la sociedad como gente generosa y sacrificada, dispuesta a renunciar a un éxito seguro en la vida ordinaria para entregarse al servicio de los demás. Hoy, por fortuna, aquel hipócrita argumento ha dejado de utilizarse porque la verdad es demasiado obvia y resulta evidente que la política actual es, probablemente, el mayor de los privilegios en nuestra cultura y los políticos son miembros la casta más poderosa del presente.
La política concebida como sacrificio y servicio a la comunidad ha pasado a la historia ante la evidencia de que ser político en nuestros tiempos significa ingresar en la “casta” de los poderosos, en un espacio exclusivo y privilegiado donde se vive rodeado de poder, dinero y una densa batería de ventajas y privilegios que muchas veces se extienden hasta los familiares y amigos.
La desaparición de la política como servicio y sacrificio ha sido una consecuencia de la degradación de la democracia y de la política en general. Hoy es demasiado evidente que ser político significa ingresar en el club exclusivo de los amos del mundo, la nueva clase privilegiada de los tiempos modernos en las falsas democracias, con fueros y privilegios propios, hasta con ciertos rasgos de inmunidad e impunidad, parecidos a los disfrutaron la nobleza y el clero en los tiempos del absolutismo.
Los políticos han desmontado todas las cautelas, controles y mecanismos de seguridad que tenía la democracia para evitar lo que era su mayor riesgo: que fuera pervertida y transformada en una oligocracia. El respeto a la voluntad popular, la duración limitada de los cargos, la separación de los poderes, la sagrada independencia del poder Judicial, la prensa libre y crítica con el poder, la existencia de una sociedad civil fuerte, el control del poder de los partidos políticos y el funcionamiento de unos procesos electorales libres, en los que los ciudadanos pudieran elegir libremente a sus representantes, son ya reliquias del pasado, tras haber sido desactivados en secreto por la casta de los políticos profesionales, que, una vez transformada la democracia en oligocracia, han podido ampliar sus privilegios, incrementar sus poderes y ejercer el dominio prácticamente sin límites y sin control alguno.
La degeneración de la democracia y su conversión a escondidas en una oligocracia de partidos es la más sucia traición a la ciudadanía perpetrada por los políticos profesionales y la mayor tragedia política de nuestro tiempo, además de ser también un foco de corrupción que envilece la convivencia, liquida los grandes valores, aleja a los ciudadanos del sistema y siembra en la sociedad la semilla de la discordia.
Por todas estas razones, la primera obligación para cualquier demócrata es exigir la regeneración de la democracia y lograr la erradicación de la cancerosa “casta” de los profesionales de la política sin control, los nuevos amos del mundo.
Es cívico, democrático y saludable reflexionar sobre esta tragedia antes de decidir a quien votar el 9 de marzo.