Una vez que se entiende qué es la energía y la relación entre crecimiento, desarrollo y consumo energético lo natural es proceder a establecer una política energética que trate de garantizar un suministro estable y constante de energía por períodos razonablemente largos para una nación.
Una política energética debe estar orientada exclusivamente a atender el consumo energético interno de un país. La producción de energía que será o es exportada no forma parte de la política energética del país sino que debe tomarse como una actividad económica adicional que genera ingresos a la nación. En los países petroleros, como por ejemplo en Venezuela, se suele confundir el negocio petrolero con las políticas energéticas del país, causando distorsiones que llegan incluso a una inadecuada atención de las necesidades energéticas internas.
En los modelos tradicionales las políticas energéticas contemplan tres elementos básicos que son:
- Garantizar la seguridad energética
- Diversificar las fuentes de energía sustentables y de bajo costo
- Minimizar el impacto en el medio ambiente
El diseño de la política energética debe ser un asunto pragmático, libre de ideologías que debe decidir su actuación entre dos modelos o fronteras muy bien definidos que son, o el establecimiento de monopolios energéticos gubernamentales o la completa privatización de los mercados energéticos. La historia parece indicar que ninguno de los modelos extremos es convincente y que en cualquier caso depende en muy buena medida de los objetivos que se persiguen con dicha política energética. Lo único que si está claro es que la ausencia de una política energética clara y bien definida crea demasiados obstáculos para el crecimiento y desarrollo de las naciones.
La seguridad energética es tal vez el principal objetivo que persigue una nación. Es necesario contar con la certeza de fuentes de energía que garanticen en el futuro el consumo de energía. El tipo de infraestructura que suele preferirse son las que garanticen al menos unos 50 años de producción como son las represas hidoeléctricas o plantas nucleares. En segundo término se optan por los combustibles fósiles como carbón, petróleo o gas que pueden preveerse para al menos dos décadas; aunque los parámetros del mercado como precios, políticas gubernamentales, interrupciones del suministro por guerras u otros factores introducen un alto grado de incertidumbre en la seguridad energética a bajo costo.
El otro factor importante es la diversidad de fuentes de energía. Tradicionalmente los gobienos han argumentado que la diversidad se puede lograr a través de una mezcla de fuentes de energía, donde deben preferirse las fuentes de suministro doméstico sobre las importadas. Esto necesariamente requiere de una evaluación exhaustiva de los recursos disponibles en cada nación y establecer planes de exploración y explotación de dichas fuentes de energía. La historia indica que lo que usualmente ocurre es que los gobiernos de países en desarrollo no toman previsiones hacia lo interno sino que se abastecen de las fuentes que el mercado internacional pone a disposición. Esto es tal vez la mayor de las debilidades que suelen observarse en los países en desarrollo, que suelen depender de las nuevas tecnologías que los países desarrollados crean como resultado del escrutinio de sus recursos internos para la genreación de nuevas fuentes energéticas.
En la mayoría de los casos cuando se trata de garantizar la seguridad energética y la diversidad de fuentes de energía, el impacto al medio ambiente se suele dejar como un objetivo secundario, ya que la prioridad es la de disponer de energía a precios adsequibles. Sin embargo, en las últimas décadas el factor ambiental ha comenzado a influenciar de manera sostenida el diseño de las políticas energéticas de los países. Primero fue la lluvia ácida en la década de los 70, y ahora gradualmente es el calentamiento global el que ocupa la agenda. Europa comenzó estableciendo objetivos a cumplir para los niveles de azufre, y luego se comenzaron a establecer niveles a cumplir para los gases de efecto invernadero. Todo esto llevó al tratado de Kyoto de 1998 en la que se estableció una agenda global para todos los países firmantes, que ha venido influenciado las políticas energéticas mundiales de las última década y media.
La situación actual es que las políticas energéticas parecen asignar un rol más relevante al impacto que se causa al medio ambiente y esto está modelando el mercado de la energía en en el mediano plazo. Hoy por hoy, las energías alternativas y renovables están siendo promocionadas como una suerte de solución mágica a los problemas del consumo energético en el mediano plazo, y aparte de los muy buenos deseos de que eso se convierta en una realidad, no hay soporte técnico actualmente que garantice con certeza que las energías alternativas puedan cumplir con tamaño compromiso; a excepción tal vez de la energía solar fotovoltaica si llega a haber un avance significativo en la tecnología de estos dispositivos.
Hay que realizar un análisis serio sobre cuales deberán ser las fuentes de energía que de manera confiable sean realmente capaces de suplir la energía de un mundo que crece a pasos agigantados y donde no hay, al menos en el corto plazo, la posibilidad de suplir la energía necesaria para todos. El planeta no puede jugar a la política del "Dios proveerá".