Con el diseño y establecimiento de una política exterior propia, las empresas multinacionales se han convertido en actores con un enorme poder y presencia mundial. Recientemente, varios hechos y sucesos han puesto de manifiesto que, en determinados casos, las multinacionales tienen tanto o más poder que los Estados. En cualquier caso, que las multinacionales tengan una política exterior propia no es algo nuevo: si en la actualidad contamos con el ejemplo de Exxon Mobil, a mediados del siglo pasado estaba la poderosa UFCO.
Las empresas multinacionales se han convertido en los últimos años en uno de los actores más poderosos del sistema mundial. En su empeño de maximizar sus beneficios, son capaces de traspasar fronteras, reducir barreras espaciotemporales y crear redes de interdependencia y conexión a lo largo y ancho del globo. Haciendo esto, se relacionan directa o indirectamente con Estados, organizaciones internacionales e incluso con otras multinacionales rivales. Los resultados de esas relaciones son de enorme trascendencia y responden a una estrategia común de actuación, esto es, a una política exterior propia.
Las multinacionales, ¿más poderosas que los Estados?
Las empresas multinacionales tienen una visión global de la economía, de su ámbito de trabajo y de su presencia en el mercado mundial. Al actuar a semejante escala, bien intentan influir o condicionar las políticas de los Estados para que sean conformes a sus intereses, bien desarrollan una estrategia para negociar con un Estado como contraparte al mismo nivel. Todo ello forma parte de su política exterior.
A raíz del proceso de globalización y la reciente revolución tecnológica, las empresas multinacionales han adquirido un enorme poder, hasta el punto de enfrentarse incluso con Estados. Lo cierto es que su poder puede ejercer una influencia decisiva sobre un Gobierno, tanto si es para garantizar sus intereses en ese país como para simplemente desarrollar su actividad. Recientemente, en 2014, el presidente turco, Recep Tayyip Erdoğan, bloqueó el acceso desde Turquía a la red social Twitter debido a la difusión a través de esta red de pruebas de corrupción de la cúpula gubernamental, incluido el propio Erdoğan. De esta forma, una multinacional con un enorme poder de información a nivel nacional y mundial se enfrentaba al Gobierno de un Estado que veía sus intereses en peligro por culpa de la actividad de esta empresa.
Recientemente, hemos podido constatar cómo incluso jurídicamente se reconoce a las multinacionales privadas como actores propios al mismo nivel que los Estados. En el tratado de comercio recientemente firmado entre Canadá y la UE se dispone que las disputas litigiosas entre empresas afectadas por normas estatales contrarias al tratado se resolverán mediante tribunales privados de arbitraje. Así, en una disputa entre una empresa multinacional y un Estado, este será visto como equivalente a la primera a ojos del tribunal, que tomará una decisión vinculante al margen de lo que establezca el ordenamiento jurídico del Estado. En los últimos años, algunos Estados se han visto obligados a indemnizar a multinacionales o a realizar cambios en su ordenamiento como resultado de estos tribunales. Este mismo año, Ecuador logró rebajar a 980 millones de dólares una resolución inicial que le obligaba a indemnizar a Occidental Petroleum Corp con 2.300 millones de dólares.
Si además de estos ejemplos añadimos datos como que los ingresos de Walmart en 2010 fueran más elevados que el PIB de Grecia, podríamos atrevernos a decir que hay multinacionales más poderosas que algunos Estados. Es por ello que se comienza a hablar de la estrategia de desnacionalización de las empresas o incluso de su virtualización, es decir, de la total ausencia de conexión con estructuras políticas. En ello podrían estar interesadas las 25 empresas que ya son más poderosas que la mayoría de los Estados. Lo que sin duda queda claro es que en el siglo XXI las empresas multinacionales son actores políticos de primer orden, capaces de condicionar la actualidad de la agenda internacional.
Un ejemplo del pasado: la política exterior de la UFCO
Podría decirse que ni las empresas multinacionales son un producto del siglo XXI ni, por ende, el hecho de que desarrollen una política exterior tampoco lo es. Si atendemos al ejemplo de la United Fruit Company (UFCO) estadounidense, estaríamos ante una empresa que opera en territorios distintos y, nuevamente, a través de una lógica común de actuación. Sin embargo, no estamos ante el mismo fenómeno que en nuestros días.
La UFCO era una empresa estadounidense que monopolizaba el comercio de frutas entre América Central y los Estados Unidos. Efectivamente, trazaba una red de contactos y de relaciones entre las élites gobernantes de los territorios donde operaba y el Gobierno estadounidense para asegurarse la no interferencia en su control de la producción. Sin embargo, el modo de hacerlo difiere del que emplean las multinacionales en la actualidad, por su implicación directa y violenta en los territorios donde operaba y por su simbiosis respecto a la política exterior estadounidense.
Logo de la UFCO. Fuente: EmazeEs conocida su participación en la Masacre de las Bananeras en Colombia (1928) al presionar a las autoridades locales para que reprimiesen a sus trabajadores en huelga, con el resultado de unos mil muertos. De similar forma, para salvaguardar sus intereses en Guatemala, la CIA organizó un golpe de Estado en 1954; por aquel entonces, el director de la agencia, Allen Dulles, pertenecía al consejo directivo de la UFCO.
Al margen de la participación directa y violenta en conflictos internos, la principal característica del modelo de la UFCO era su paralelismo respecto a la política exterior estadounidense hacia América Central y viceversa. Ello se explica gracias a las relaciones entre sus altos cargos y el Departamento de Estado u otros organismos gubernamentales. De esta forma, allá donde la UFCO tuviera un interés estaba el aparato del Estado norteamericano para asegurárselo. Se trata, pues, de una actividad y unos intereses exteriores de una empresa que se servía de la política exterior de su país de origen para su defensa.
Manual de instrucciones para construir una política exterior propia
Si por algo la política exterior actual de las multinacionales es distinta, es principalmente porque han querido rehuir de la imagen que proporciona el modelo de la United Fruit Company. La estrategia exterior actual, no solo de las multinacionales, sino de las pequeñas y medianas empresas, así como las empresas emergentes, es demostrar la utilidad que proporciona la empresa para los retos y desafíos de la sociedad y vender la empresa como institución social útil, para lo que se valen, entre otras cosas, de la responsabilidad social corporativa, destinada fundamentalmente a promover esta imagen de la empresa de cara al exterior.
En un artículo reciente publicado en la Harvard Business Review, el analista John Chipman defiende la necesidad de las multinacionales de “privatizar” la política exterior, esto es, de realizar por sí mismas las actividades que venían siendo características de los Estados, con dos objetivos fundamentales: mejorar las habilidades de la empresa para operar en el exterior a través de la diplomacia corporativa y asegurar el éxito en cualquier escenario a través de diligencia geopolítica.
La diligencia geopolítica en las actuaciones de la empresa implica, a grandes rasgos, aplicar una visión estratégica más regional que local y tener presentes los riesgos trasnacionales. Así, para prevenir sucesos como el ataque a la planta de gas en Argelia en 2013 por Al Qaeda, una acción planeada y ejecutada en tres países distintos, una empresa debería considerar los principales actores regionales y trazar una estrategia respecto a ellos.
El segundo pilar fundamental de la política exterior de las multinacionales es la diplomacia corporativa. Su función es mejorar la habilidad de la empresa para operar hacia el exterior y garantizar su éxito en cualquier país. Para ello, es positivo que la empresa desarrolle una política exterior distinta a la de su país de origen. Por ejemplo, una empresa saudí muy alineada con las políticas de su Gobierno levantaría más inquietud en sus clientes por su delicada postura respecto a los derechos humanos, algo que no ocurriría si tuviera una línea más desmarcada.
El desarrollo de la diplomacia corporativa nos lleva necesariamente a otro punto: la figura del diplomático. En las grandes multinacionales, este cargo lo ocupan normalmente los CEO o miembros del consejo de administración y dirección de la empresa, aunque el fenómeno de las puertas giratorias ha implicado que, en gran medida, este tipo de puestos fueran reservados para expolíticos con una gran trayectoria y, sobre todo, una abultada agenda de contactos internacionales.
Sin embargo, son cada vez más los empresarios que, rodeados de buenos asesores de estrategia, ejercen la función de representar a su firma de forma similar a la que encontramos entre embajadores o representantes estatales, vendiendo la marca de su empresa mediante fundaciones, participación en foros o su presencia en medios de comunicación. Un ejemplo de diplomático del siglo XXI lo encontramos en Bill Gates, fundador de Microsoft, quien desarrolla a través de su fundación filántropa una estrategia de presencia mundial distinta a la de Microsoft, por ejemplo desarrollando iniciativas de prevención de pandemias globales junto a otros líderes mundiales o, recientemente, participando en foros internacionales, como la Conferencia de Seguridad de Múnich, que reúnen a los principales dirigentes mundiales.
Un ejemplo del presente: la política exterior de Exxon Mobil
Presencia mundial de Exxon Mobil. Fuente: U.S. Securities and Exchange ComissionEn Private Empire, el periodista Steve Coll describe a Exxon Mobil como “un Estado independiente dentro de Estados Unidos, con su propia red de contactos internacionales y una política exterior independiente”. Coll analiza el modus operandi de Exxon, cómo actúa de manera totalmente independiente del poder del Gobierno estadounidense con el único objetivo de extraer petróleo para el beneficio de sus accionistas. En una empresa como Exxon, disponer de una política exterior propia es, quizás, el segundo aspecto organizativo más importante como empresa después de su estrategia productiva.
Exxon Mobil es la mayor empresa descendiente de la monopolística Standard Oil, fundada por John D. Rockefeller. Es la empresa energética con mayor cotización en bolsa (355.921 millones de euros en 2016), solo superada por cuatro empresas del sector tecnológico y de inversión. Tradicionalmente presente únicamente en el mercado de petróleo, en 2009 compró por 30.000 millones de dólares XTO Energy, empresa especializada en perforar y explotar yacimientos naturales. Es la mayor empresa energética a nivel mundial y está presente en más de veinte países de los cinco continentes.
Esta empresa actúa en países extranjeros con reservas de gas y petróleo, invirtiendo enormes sumas de capital en operaciones que comienzan a aportar beneficios diez o quince años después de su comienzo. Evidentemente, no lo hace a cualquier precio ni, de cualquier manera. Primero necesita información de la situación geopolítica de la zona en la que va a invertir y de los posibles riesgos a corto y a largo plazo. Para ello, cuenta con un departamento propio de inteligencia política y análisis estratégico, en el que trabajan antiguos diplomáticos, funcionarios públicos e investigadores privados especializados en cada región mundial.
Exxon está interesada sobre todo en la estabilidad política del país y la región donde invierte para asegurar sus beneficios a largo plazo. Para ello, no duda en asegurar a los grupos políticos adecuados para que mantengan el orden y se mantengan ellos mismos en el poder. Azerbaiyán, Chad, Guinea Ecuatorial, Tailandia o Madagascar son algunos países en los que posee inversiones. En 2004, por ejemplo, un subcomité del Senado estadounidense identificó un banco en Washington donde Exxon y otras petrolíferas ingresaban dinero que iba a parar exclusivamente a las manos de la familia de Teodoro Obiang, dictador ecuatoguineano que ostenta el poder en la antigua colonia española desde 1979.
En todas las operaciones internacionales, que son negociadas con Gobiernos extranjeros, Exxon está representada por sus directivos más altos. El actual secretario de Estado de la Administración Trump, Rex Tillerson, fue elegido precisamente por sus cualidades de negociador. Exdirector de Exxon, Tillerson logró forjar una política exterior empresarial capaz de poner en jaque las políticas del Departamento de Estado hacia ciertas regiones con el objetivo de salvaguardar los intereses de la compañía. En 2011, firmó un acuerdo con el Gobierno del Kurdistán iraquí que debilitaba al Gobierno central de Bagdad en contra de los objetivos de la Administración Obama. Más sonado es su avocamiento por el cese de las sanciones a Rusia, lo que le valió ser condecorado con la Orden de la Amistad directamente por el presidente Putin.
Exxon sigue a rajatabla las recomendaciones de Chipman en el diseño de una política exterior —diligencia geopolítica y diplomacia corporativa— a la vez que ha logrado distanciarse enormemente de la impresión pública que tenía la UFCO. Con una política exterior propia consolidada y hasta contraria a la de su país de origen, Exxon ha logrado posicionarse como la mayor empresa del sector energético a nivel mundial y trazar una red de conexiones y actividades en regiones muy distintas, con un modo de actuación siempre favorable a sus intereses.
¿Un nuevo orden mundial?
Resulta indudable el hecho de que el poder de las multinacionales ha aumentado en las últimas décadas. Si comparamos el PIB y las cifras de facturación de varias empresas en 2015, vemos que una petrolífera china, Sinopec, es más poderosa que Sudáfrica; que Toyota supera en casi 40 millones de dólares a Portugal, o que una empresa de telecomunicaciones como AT&T tiene casi el doble de ingresos que Eslovaquia.
Ante esto, cabe hacerse varias preguntas. En primer lugar, el orden mundial que triunfó con la caída del bloque soviético en los noventa se basaba en la idea de que la democracia liberal era la forma universal más adecuada de gobernar el mundo y que todos los Estados deberían fijar como meta la democracia liberal representativa como forma de gobierno. Sin embargo, las multinacionales como actores de la política mundial no promueven ni adoptan la democracia liberal; al contrario: en ocasiones, defienden regímenes autoritarios antidemocráticos, como es el caso de Exxon en Guinea Ecuatorial. Habría que preguntarse si las multinacionales pueden llegar a suponer una amenaza para la democracia y los derechos humanos.
Si realmente lo son, ¿qué orden mundial alternativo proponen? Lo que se puede deducir del análisis de su política exterior es que el objetivo que persiguen las multinacionales a través de ella es mejorar sus rendimientos e ingresos a lo largo del mundo. Las multinacionales no promueven un orden mundial nuevo de acuerdo a sus intereses, sino que favorecen estos a costa del orden vigente.