Originalmente publicado en Diario Publicoscopia.
El reconocido asesor político y experto en comunicación política Antoni Gutierrez Rubí (@antonigr) escribía hace unos días un artículo que titulaba La política pop. En él explicaba someramente este fenómeno que, tal como señala, han diagnosticado reputados expertos en comunicación política como Mazzoleni (@gpmazzoleni) y que, no sólo ha sido analizado por la Academia, sino que con facilidad encuentra ejemplos en España -con Esperanza Aguirre y su chotis- o en Estados Unidos -con Reagan, Clinton o recientemente Barack Obama ( en el programa de Jimmy Kimmel)-.
El politainment, fenómeno que considero que está muy asociado con la política rosa de la que hablé anteriormente, es, en mi opinión, consecuencia directa del intento desesperado por parte del status quo para hacer frente a lo que es una incorrecta lectura del contexto de desinterés y desafección política ciudadana. Piensan: "Si al público general no le interesa la política y prefiere el entretenimiento televisivo ofertado por la caja tonta, ofrezcámosles política tonta a través de su caja y en el formato que éste lo desee". Políticos bailando, cantando, bromeando, sin corbata, en ambientes desenfadados y, en ocasiones, hasta de juego (como sucede habitualmente en el programa El Hormiguero). Es sencilla respuesta de la oferta a la demanda (de los medios y de la ciudadanía en general). Es, en definitiva, información política para un debate público que acaba siendo de muy baja -bajísima y trivializada- calidad.
¿Y qué tiene esto de malo, qué tiene de malo que nuestros políticos se comporten como personas normales y corrientes que bailan, juegan, hacen tonterías o bornean? Pues nada. El problema no proviene del qué -ni siquiera tanto del cómo- sino del porqué. Que traten de acercar la política a la gente, desde un punto de vista normativo, no debería motivar reproche alguno. ¿Cuál es sino este el objetivo más codiciado por la política democrática (de la de raíz teórica no elitista)? Llegar al pueblo que representa y dirige. Ha de partir y llegar al pueblo (¡eso sin duda!). Al fin y al cabo la democracia, es el gobierno del pueblo, para el pueblo y por el pueblo ...¿no? El problema viene, por tanto, de por qué lo acercan y, en parte también, de los métodos utilizados -la manipulación marketiniana-, y no tanto del hecho en sí mismo.
Los políticos de hoy en día no sacan a relucir su cara más humana porque sean así (aunque algunos/as lo sean), sino porque es un buen medio (o eso se creen) para alcanzar su fin comunicativo y estratégico, un fin que Gutiérrez Rubí señala en su artículo: "Un pragmatismo in extremis y una desesperada búsqueda de la centralidad o de su apariencia" Y eso -espero que se me perdone la expresión- ¡me revienta! Me revienta la manipulación, me revientan los fines antepuestos a los medios y, en consecuencia, los medios vaciados de contrapesos morales. Sí, no soy el fan número uno de los postulados de Maquiavelo en ese sentido... Como me sucede con el neuromarketing, creo que ninguna construcción normativa soporta un medio tan mezquino como el enmascaramiento, el simplismo y, hasta cierto punto, el populismo televisivo del politainment (entendido como dar al público lo que en masa pide).
Y ¡ojo! No me refiero a la programación de divulgación o análisis político y cultural (programas como 59 Segundos o Saber y Ganar no tenían o tienen la culpa...) ¿Qué daño hace fomentar el conocimiento político a través de programas divulgativos basados el buen gusto y la seriedad que la realidad política y social se merece? Es cierto que no queremos políticos acartonados por su imagen artificial, pero tampoco nuestra sociedad debería poder o querer permitirse trileros políticos ajenos al drama social existente. Tal vez si bajan del cielo de la casta para sentarse en los platós dejarán de ser casta, pero se convertirán en payasos al servicio del vulgo y de sus más bajos deseos. La clave está en ir un poco más abajo, es decir, adónde la ficción televisiva se torna en lo que es en realidad: en pura ficción y parafernalia percibida a través de la caja del recreo. Desde esa perspectiva, es más fácil comprender que la política tiene tan poco de recreo como el hambre y la injusticia que debería combatir.
En cada esquina hay un problema, a cada resolución de una situación allí abajo, en la realidad, habrá una nueva emergencia aguardando a una persona dedicada al servicio público cuyos años de servicio estén comprometidos no a vender humo ni una cara afable, sino a acometer cambios, es decir, a cambiar las máscaras por instrumentos de transformación social. Se espera que, como dice Gutierrez Rubí, haya "[...] lugar para otra comunicación. Una que está vinculada a la gestión política, que ya no es entendida como una herramienta, sino como una parte inherente de la política y de la acción política. Una comunicación que es pedagogía, conversación, y no espectáculo; y que ya no piensa en consumidores pasivos, sino en ciudadanos activos."
En fin, tomando el guante de Rubí, quiero creer que hay lugar para otra política y que, de la mano de la pedagogía más propia de Sócrates que de Sálvame, la consultoría política y la Academia no entren en el juego -un juego sucio- cuyas consecuencias en términos de ética política pueden ser devastadoras: una política basada en el trilerismo audiovisual, en el ruido informativo y en la movilización del aspecto más negativo visionado por Ortega y Gasset en la tan peligrosa masa, un impulso al borreguismo ciudadano y la degradación moral e intelectual de la política en sí misma.
¿Y qué pasa con la desafección? Lo que pasa es que, si todo sigue así, gritaré al más puro estilo Mafalda "¡Paren el mundo, que me quiero bajar!" y entonces perderé el interés y acabaré desconfiando de que la política rosa me pueda llegar a representar. Porque a mí no me representa el márketing; a mí lo que me representan son la razón y la ética.