A veces tengo la sensación de que vivimos una época en que todo es post-algo. Vivimos la pos-modernidad, el pos-franquismo, el pos-marxismo, el pos-cristianismo, la pos-verdad y así podríamos seguir hasta percatarnos que hemos entrado en la posteridad sin darnos cuenta.
Una de las cosas que por las que ya manifesté mi preocupación es esa tendencia a sustituir lo verdadero por lo emotivo, lo objetivo por el estruendo subjetivo de lo que gusta, de lo que queda bien porque encaja en la corrección política al uso. Así, cuando sale un tema espinoso, cuesta debatir basándonos en hechos, datos y objetividades. Se suele recurrir a la comparación, se alude al mal menor, al sesgo del pensamiento mayoritario (sí, ya saben, ese que dice que comamos hierba porque miles de millones de vacas no pueden estar equivocadas), al sentimiento (por supuesto, es lo que me gusta, lo que me apetece y por tanto a lo que tengo derecho) y todo lo demás, no importa. Una frase bonita, bien articulada, que coincida con lo que pienso que debería ser, se convierte en verdadera e incontrovertible.
Pongamos un ejemplo: Un señor llamado Max Neef, economista chileno, afirma para los titulares: “la economía neoliberal mata más que todos los ejércitos del mundo juntos y no hay ningún acusado ni hay ningún preso por ello”. E inmediatamente la reacción de “cuanta verdad” de parte de todos los que soñamos ser progresistas intachables no se hace esperar. Nadie se cuestiona la barbaridad ni ahonda en los datos que deberían darle la razón y que no aparecen por ninguna parte, luego en el cuerpo del artículo salen los temas habituales, y ningún dato. Pero no se pierdan la explicación de cuál es el sistema por el que él apuesta y que llama, en consonancia con lo estupendo de su pensamiento, “economía ecológica” o “desarrollo a escala humana”, por lo visto ahora debe ser escala inhumana, o escala animal o escala marciana, dado que no deben ser humanos los que practican la economía.
Pero no se pierdan la aclaración sobre su tesis: Sobre este punto explicó que "la economía convencional –que es la hija de la economía neoclásica– desde una visión ontológica, se sustenta en una visión mecánica, newtoniana: el humano, la economía y el mundo son mecánicos. Y en un mundo mecánico tú tienes sistemas que tienen partes. Partes que descompones, analizas y vuelves a armar. Del otro lado, la economía ecológica se sustenta en una visión orgánica. Los sistemas no tienen partes, sino que participantes, los cuales no son separables. Lo cual significa que todo está intrínsecamente unido y relacionado. Esto por lo demás ya es un mensaje que hace más de 90 años nos viene dando la física cuántica, pero ese mensaje ha tardado en llegar a las ciencias sociales".
A lo que habría que añadir “y dos huevos duros”. ¿Lo han entendido? ¿A que es bonito? ¿Y eso dónde se está poniendo en práctica? En ningún sitio, es pura farfolla crítica de la que arranca aplausos emocionados, mientras con los ordenadores y móviles de la economía convencional se difunde ese mensaje tan propio del pensamiento “Alicia”. Y el problema es que los cristianos somos proclives a asumir ese tipo de pensamiento acríticamente, porque encaja de alguna manera con nuestros máximos morales, sea real y objetivo o pura ensoñación. Y así alimentamos al monstruo del relativismo sin percatarnos. Pero de esto quizá hablaré otro día.