(Alberto Aguilar ante un Prieto de la Cal)
"Tras haber asistido a algunas corridas lo suficiente para entender de qué se trata, si los toros empiezan a significar algo para usted, tarde o temprano se verá obligado a mantener una posición definida en relación con ellos. O le gustan a usted los verdaderos toros, la verdadera lidia, y espera que se formen buenos toreros que sepan lidiar, como sabe hacerlo, por ejemplo, Marcial Lalanda, o que aparezca un buen torero que se pueda permitir el romper todas las reglas, como las rompió Belmonte; o bien acepta usted la fiesta en su estado actual, se hace usted amigo de los toreros, conoce su punto de vista -hay siempre en la vida buenas y válidas excusas para todas las debilidades-, se pone usted en su lugar, echa a los toros la culpa de los desastres y aguarda a que salga el toro que ellos quieren ver salir al ruedo. En cuanto usted haya hecho todo esto, se hará tan culpable como todos los que viven de la lidia arruinándola, y será usted todavía más culpable que ellos, porque paga para arruinarla. Muy bien, pero ¿qué se puede hacer?, me dirá. ¿Quedarse al margen? ¿No ir a los toros? Se puede uno quedar al margen, pero sería como escupir al cielo. Mientras la fiesta le inspire algún placer, tiene usted derecho a asistir. Puede usted protestar, puede usted hablar, puede usted convencer a los otros de su imbecilidad, aunque todo sea inútil, si bien las protestas sean necesarias y útiles a su debido tiempo en el ruedo. Pero hay otra cosa que también puede hacer, y es distinguir lo que está bien de lo que está mal, saber juzgar lo que es nuevo, sin dejar que nada turbe sus criterios de valor. Puede seguir asistiendo a las corridas, aunque sean malas, siempre que no aplauda lo que no es bueno. Porque, como espectador, tiene el deber de mostrar que aprecia las cosas buenas y valiosas, aun reducidas a lo esencial y desprovistas de brillo. Debe apreciar el trabajo bien hecho y la manera correcta de entrar a matar a un toro con el que es imposible hacer un trabajo más lucido. Porque un torero no será durante mucho tiempo mejor que su público. Si el público prefiere los trucos a la sinceridad, el torero hará trucos. Para que un espada realmente bueno siga siendo honrado, sincero, sin trucos ni engaños, necesita contar con un núcleo de espectadores para los que pueda trabajar. Y si esto suena un poco como un programa de "esfuerzo cristiano", añadiré que creo firmemente en el lanzamiento de almohadillas de cualquier tamaño, de mendrugos de pan, de naranjas, de patatas, de animalitos muertos de todas clases, incluso de pescado podrido y, si es necesario, de botellas, siempre que no se arrojen a la cabeza de los toreros, y hasta justifico, en ocasiones, el incendio de la plaza, si una protesta hecha en forma correcta no ha tenido efecto". Ernest Hemingway.
(Se reían del guiri, a lo mejor eran risas nerviosas, pero los buitres taurinos y sus graznidos lograron silenciar sus palabras. Mientras, algunos, seguimos con él en el programa de "esfuerzo cristiano"...)