Con sus más de 3.000 habitaciones, el Palacio Real es la construcción más evidente de Madrid. Complicado no verlo o no percatarse de su presencia mientras avanzas por la capital. En cualquier momento se muestra como un coloso infranqueable pero él también tiene su punto débil, su tendón de Aquiles.
Es al caer la noche, cuando despiertan las farolas que lo rodean y cuando el cielo empieza a adormecerse, el instante en el que la residencia regia más grande de Europa Occidental se vuelve frágil. Parece casi de cristal. Toda su rotundidad se torna pequeña ante unos cielos que parecen estar dispersos, más pendientes ya del nuevo día que no tardará mucho en llegar.
Se habla mucho de donde contemplar los mejores atardeceres de Madrid y pocas veces se menciona esta opción. Despedir el día caminando junto al Palacio Real es siempre un acierto. Un paseo que nos evoca los gloriosos tiempos pretéritos, con unas vistas espectaculares y desde el cual se pueden iniciar algunos de los itinerarios más memorables de cuantos nos propone la Villa.
Una postal que, cada día, acude puntual a su cita en Madrid y que personalmente trato de vivir en primera persona siempre que puedo. Así da gusto zanjar los días.
Fotografía extraída de Traveler
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