Noche y día pugnan por hacerse con el control de Madrid,mientras, la Gran Vía rebosa actividad y vida en su momento más intenso de la jornada
Hay dos momentos del día en los que Madrid se muestra más frágil o más hermosa, como queráis llamarlo. El primero de ellos coincide con el amanecer, el despertar de la ciudad, cuando todo se conjura para recuperar un ritmo y una rutina que por mucho que se intente, jamás se consigue olvidar. El segundo nos lleva al anochecer, ese cambio de guardia y de estilo que tan bien refleja la mirada que en esta ocasión quiero compartir con vosotros.
Al comenzar a caer el sol, calles, comercios y locales se ven obligados a fabricar su propia luz. Es ese precioso intervalo de tiempo cuando noche y día conviven sin celos. Condenados a perseguirse sin fin resulta especialmente bonito contemplar como durante un lapso muy definido ambas caras, antagónicas por naturaleza, coinciden. El cielo se va apagando con cautela. Neones y farolas salen al rescate del peatón. La actividad a pie de calle se resigna a extinguirse.
Si hay un punto de Madrid donde esta lucha de poderes se admira en todo su esplendor, ése es la Gran Vía. Sus innumerables tiendas se encargan de iluminar la vida a ras de suelo y para ello cuentan con una desinteresada ayuda, la del eterno tráfico que siempre envuelve esta principal avenida de Madrid. Al caer el día los faros de los coches convierten esta arteria en un río que brilla incandescente desde el cielo. Señales luminosas que los viandantes usan de referencia y siguen como autómatas en un nuevo retorno a sus respectivos, y en ocasiones muy lejanos, hogares.
En una de mis incontables idas y venidas por este ajetreado lugar saqué mi móvil y sencillamente disparé sin apuntar a nada concreto. Sólo quería inmortalizar este instante en que la vida fluye a mil por hora tanto por aceras como por el asfalto y así nació esta postal, improvisada y sin embargo capaz de desprender una fuerza arrolladora. El anochecer de Madrid es algo que nunca se olvida. Es a partir de ese cambio de registro cuando la capital saca a relucir su faceta más canalla o romántica, según por donde te muevas. Mucho se ha dicho y escrito sobre la noche madrileña pero quizás cabría recapacitar que lo más interesante de ella está precisamente en sus prolegómenos, en ese momento en el que la capital parece impacientarse ante lo que se le viene encima.
Un instante que marca con la misma facilidad que se evapora. Si te pilla despistado es posible que se produzca delante de tus ojos sin que te des cuenta. Aún así, no te lamentes por la ocasión desperdiciada. Siempre te quedará el mañana.
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