Es uno de los espacios más conocidos de Madrid que tras décadas de ostracismo busca recuperar el apogeo perdido, ¿Lo conseguirá?
Después de vivir épocas convulsas y de notable decadencia, la Plaza de España se encuentra en la actualidad en plena fase de renovación. Algo totalmente necesario ya que un espacio tan brillantemente situado, entre Gran Vía y Princesa y a pocos pasos del Palacio Real no podía ofrecer el aspecto abandonado que tanto la lastraba. Aún y con todo, ha seguido siendo capaz de mostrarse tan bella e imponente como en la postal de esta semana.
Siempre que uno visita este lugar tiene la sensación de que todo se hizo a lo grande. Basta con mirar a sus dos grandes guardaespaldas, el Edificio España (1953) y la Torre Madrid (1960). Cuando se transita es inevitable alzar la mirada a los cielos de la capital en busca del infinito final de ambas construcciones. El desarraigo llega cuando uno recuerda que una languidece medio vacía mientras que la otra lleva años desierta de vida, sin más ocupación que la de ver pasar los días que se consumen ante su escalonada fachada.
Con sus cerca de 37.000 metros cuadrados de superficie, la Plaza de España es una de las explanada más grandes de nuestro país. Darse un paseo por su zona arbolada, bordeando el colosal Monumento a Cervantes (1916) produce encontradas sensaciones. La mayoría de las veces es fácil contagiarse del aire decaído y tristón que se mece por este entorno. Otras, especialmente los fines de semana de buen tiempo, grupos de jóvenes anidan en sus jardines, ofreciendo un colorido contrapunto a ese velo ocre que, día y noche, envuelve a nuestra protagonista.
Hay lugares de Madrid que nos hipnotizan por su fuerza, como la Gran Vía, o por su majestuosidad, como el Palacio Real. Unos pocos, sin embargo, lo hacer por su mirada abatida y éste es uno de ellos. Admirando la fotografía de hoy, cuyo nombre del autor no he podido localizar, uno atisba cierto optimismo en ese intenso cielo azul que se pasea por encima del Edificio España y que también aparece retratado en el estanque, envolviendo la estampa con garbo. Los reflejos del agua crean un interesante juego visual, duplican realidades y sensaciones, brindando una mirada enérgica de la que, tiempos atrás, se llamó Plaza de San Marcial.
Esta postal es la mejor señal de que a la Plaza de España aún le queda mucho por decir y que sólo hace falta saber mirarla y tratarla de la manera adecuada. Tiene numerosos encantos y lo que es lo bueno, mucho más tangibles que simples reflejos. Esperemos que muy pronto todos podamos disfrutar de ellos.
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