Llegó a su envidiada oficina en el año 1972. Desde entonces, cada noche, aguarda impaciente el susurro de la luna para observar, desde su privilegiada situación, a una ciudad que intenta dormir como mejor puede. La Victoria Alada que corona el Edificio Metrópolis es la musa de muchos madrileños, un amor en las alturas, una relación turbulenta que sabe más de los cláxones de la Gran Vía que de caricias y besos, pero así son las pasiones imposibles. Sobre ellas, nadie manda.
La postal de esta semana nos regala una mirada insólita de esta idolatrada escultura y nos hace sentir celos de sus vistas. ¿Quién pudiera ponerse unos instantes en sus ojos para sentir lo que ella siente cada noche? El cielo se apaga, los ladrillos se encienden, la silueta de Madrid se define en la distancia hasta hacerse tan reconocible como lejana. Paradojas de asfalto y hormigón.
Creo que esta foto es de un usuario llamado Galayos pero desconozco su autoría a ciencia cierta. Desde aquí, no puedo más que darle la enhorabuena por el encanto y belleza que desprende esta imagen. Hay tantos madriles como miradas y, por supuesto, el de esta dama de bronce también cuenta.
Ciertamente, 45 metros, en una ciudad con unas superficie de cientos de kilómetros cuadrados y horizontes imposibles no pueden parecer muchos pero en este caso marcan una diferencia abismal. Ésa es la altura del Edificio Metrópolis. La que separa el cielo del infierno, la que enfrenta Madrid y sus miedos y en su invisible frontera habita ella, la guardiana de nuestros sueños.