Pocos barrios duermen más despiertos que Lavapiés. Una zona donde casi la única diferencia entre la noche y el día es el cambio de color de su cielo. Por lo demás, sus calles siguen latiendo vida, prosiguiendo su camino. Un silencio que nunca llega a materializarse del todo, como los sueños más imposibles.
Hace no mucho me dejé caer por este peculiar entorno y me sorprendió, para bien, esta bonita mirada. La pude acariciar desde la Calle de Mesón de Paredes. En primer lugar una explanada sin demasiado encanto arquitectónico pero con mucha personalidad, la Plaza de Agustín Lara. Justo detrás un volcán cuyo cráter heredamos de la Guerra Civil, las Escuelas Pías de San Fernando, hoy sin duda la biblioteca más fascinante de Madrid. Unas ruinas con un poder único y que absorben miradas y piropos. Una huella del pasado que sobrevive en un presente acelerado. Una comunión perfecta.
Por estos lares siempre se habla de multiculturalidad y renovación pero es verdad que por sus calles se recogen las huellas del Madrid más castizo y genuino. Tabernas, comercios, edificios. Es una bonita paradoja. El Madrid más real resiste y convive aquí, sólo hay que saber apreciarlo y buscarlo. Cae la noche en Lavapiés pero el barrio no baja la guardia. Sus luces amarillentas añaden matices a un escenario que ya de por sí exhibe un colorido singular. Pasear por Madrid, sea por el destino que sea, siempre tiene recompensa y para muestra, un botón.