Ya nos habíamos cruzado en infinidad de ocasiones pero tengo que reconocer que ninguno de nuestros encuentros fue tan pasional como el de ayer. A pesar de las críticas que le han llovido y siguen lloviendo hay que reconocer lo que es incuestionable, la Catedral de la Almudena es especialista en traernos atardeceres para el recuerdo. Por eso, según salí del trabajo quise visitarla, hacía mucho que no lo hacía, consciente de que hoy era su gran día. Con lo que yo no contaba es que alguien le había sugerido mis intenciones, un chivatazo que me brindó una postal fantástica.
Según me acerqué la noté más radiante que nunca. Unos casi pictóricos rayos naranjas iban perfilando la silueta de su cúpula y espalda así que me detuve para afinar con el mejor encuadre posible. Éste lo encontré en la intersección de la Calle Mayor con Baillén, pegado al semáforo que abre y cierra el tráfico, tanto humano como rodado, en este turístico punto de la Villa.
Fue entonces cuando lo casual se hizo causal. Cuando noté que la magia se iba haciendo tangible y es que, percibí la presencia de dos policías a caballo que, avanzaban a mano izquierda. Intuí una imagen cuando menos curiosa así que, me mantuve estático en mi baldosa, lo más quieto posible, con la intención de interferir lo mínimo posible en el espectáculo que Madrid me acaba de servir en bandeja de plata ante mis ojos. El original y hermoso resultado es esta postal de la semana. Un recuerdo tan hermoso que casi parece pintado y es que, en Madrid, la belleza muchas veces supera la ficción.
¡Espero que la disfrutéis y, por cierto, felicidades a todas las Almudenas!