Siglo tras siglo, en las páginas más importantes de la historia universal, la obra de muchas mujeres ha quedado sepultada bajo el peso de la misoginia, la tradición patriarcal y también la ignorancia. Pero tanto en el arte como en la filosofía y en la literatura, un recorrido desde el siglo XI al XVII descubre nombres de mujeres como tesoros milenarios, raras gemas que con su belleza y valor completan el legado histórico que se forjó en estos siglos.
Hildegarda de Bingen, quien hasta el año de su muerte, en 1179, fue conocida en las tierras de la actual Alemania por haber fundado el primer monasterio femenino, por sus conocimientos musicales y por sus brillantes tratados sobre el poder curativo de las plantas, considerados el origen de la moderna medicina natural. Cristina de Pisan, la primera escritora profesional de la historia, poeta, historiadora y tratadista.
También en España existieron nombres acallados por el peso de la tradición machista: Luisa Roldán o Isabel de Villena se unen a los nombres de monarcas pioneras como Margarita de Navarra e Isabel la Catól ica. Las vidas de todas ellas, marcadas por las injurias y por el desprecio hacia su condición femenina, constituyen un testimonio único de la lenta evolución del pensamiento universal hacia el reconocimiento de las capacidades de la mujer, demostrando que a pesar de los límites de la religión, la política y las sociedades quisieron imponer.
Evidentemente, la única razón por la cual la presencia de las mujeres en cualquiera de los campos de la creación ha sido muchísimo menor que la de los hombres es la misma por la cual la presencia de las mujeres ha sido muchísimo menor que la de los hombres en cualquier otra actividad pública, prestigiosa y capaz de proporcionar dinero: la opresión masculina. Imagino que si algún lector hombre ha llegado hasta aquí -discúlpenme la ironía, pero me consta por confesión de ciertos amigos en cuya palabra confío que muchos hombres no leen libros escritos por mujeres, y menos aún si tratan de otras mujeres-, quizás en este momento esté a punto de cerrar definitivamente: "Vaya -estará pensando-, otra de esas pesadas feministas que se dedican a atacarnos".
Pues lo siento, pero no me arrepiento en absoluto de haber escrito la palabra "opresión". Ésa es una realidad que las leyes, las costumbres y las normas morales establecidas por las religiones ponen de relieve a lo largo de la historia, y por mucha buena intención que una le eche al asunto, no puede llamar de otra manera a la forma como los hombres mantuvieron durante siglos y siglos a las mujeres sometidas, encerradas, calladas, impedidas para ejercer la libertad, para buscar el más mínimo atisbo de independencia y autonomía.
Voy a dejar de lado a propósito el mundo actual. Habría aún mucho que decir sobre nuestra situación en este momento, sobre las dificultades y los prejuicios a los que aún nos enfrentamos las mujeres que hoy en día escribimos o utilizamos cualquier otro medio de expresión artística. Y, desde luego, habría mucho que decir respecto a las diferencias entre nuestro pequeño mundo occidental y la mayor parte del resto del planeta. Pero este libro trata del pasado, de un período que abarca desde el siglo XII hasta el XVII, y me limitaré a esas estrictas categorías cronológicas.
Las mujeres, por lo tanto, apenas escribieron, pintaron o compusieron música porque los hombres -que establecían por supuesto las normas- no lo permitían. En las siguientes páginas de este estudio, los lectores encontrarán una y otra vez textos de tratadistas y pensadores que expresaban de manera bien clara, sin ningún temor a eso que ahora llamamos lo "políticamente correcto", cuál era su opinión sobre el sexo femenino, sobre su incapacidad intelectual y su natural tendencia al desorden moral y al vicio.
Pero hay algo más: la presencia femenina en el mundo de la creación no fue tan escasa como los libros de tantos historiadores, críticos o biógrafos nos han hecho tradicionalmente creer. En las últimas décadas, al menos desde 1970, numerosos estudios han empezado a revelar que el número de pintoras, escultoras, dramaturgas, poetas, ensayistas, novelistas o compositoras que han existido en la historia ha sido mucho mayor de lo que siempre nos habían contado. Y mucho más importante por la calidad de su trabajo.
A fuerza de interesarme por el asunto, de leer e investigar, yo misma tuve que acabar llegando a la frustrante conclusión de que todo lo que había aprendido durante mis años de carrera, es más, durante mis muchos años de amor por el arte y la literatura, era tan sólo una parte de la realidad, porque los libros que había leído, los museos que había visitado, los discos de música culta que había escuchado o los programas de los conciertos y óperas a los que había asistido a lo largo de mi vida excluían de manera casi total el amplio mundo de las mujeres.
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