Revista Sociedad

La presión de pascal

Publicado el 04 noviembre 2009 por Alfonso

Recientemente asistí a un par de hechos casuales que me llevaron a pensar en una misma persona: Blaise Pascal. Ello me pareció tan peligroso y lúcido como apropiado y pedante, tan contradictorio como su figura.
Haciendo fila frente a la taquilla de un moderno multicine, los tres púberes que me precedían, discutían si ver la segunda parte de una funesta saga literaria de moda o la penúltima, y también consecuente, cinta de terror de producción española, valga la redundancia. Al ser tres los protagonistas y dos las películas, está claro como discurría la contienda. Así que uno de ellos, el de mayor cantidad de acné cutáneo por centímetro cuadrado, propuso votar. Ni que decir que ganó la opción de la mayoría, tan absoluta como relativa, en lógica coincidencia con la del convocante. El perdedor, que no supo o quiso explicar que cada uno podía disfrutar en su sala y volver a reunirse en el vestíbulo tras las proyecciones, pagó su entrada sin mucho rechistar ni decir que el próximo día elegiría él. Sus amigos le habían dado en las narices con la puerta de la democracia, sin saber que Pascal, un tipo al que con algo de suerte conocerán mañana por un líquido asunto, dictó que la opinión de la mayoría no es la más justa pero sí la que más fuerza tiene.
Poco antes de acercarme a no disfrutar de mi entrada en esos mismos cines -mi elección fue la funesta adaptación-, me senté en una cafetería a tomar algo y terminar mi sudoku de periódico, cuando se acomodó en la mesa de al lado una familia compuesta de padre y madre cincuentones y dos hijas veinteañeras. A media voz pero perceptible sin ningún esfuerzo, sin miramientos, la más joven reprochaba a su progenitor el poco entusiasmo demostrado ante los estudios artísticos que, por fin, iba a recibir. Éste le respondía que él ya estaba pensando en que hacer cuando consiguiera terminarlos, cómo aprovecharlos al máximo y que se alegraba, claro que sí. Apuntaba la hija mayor, escorada hacia su hermana, que era más bien parco en las demostraciones emotivas. La madre, antes de romper a llorar, sólo acertó a decir a la dolorida que cómo podía pensar así. Me pareció tan insoportable el cuadro que terminé mi consumición antes de numerar todas las casillas y me levanté no sin ganas de decirle un par de cosas a la consentida, de esas de la familia, las efusividades, el apoyo de los tuyos y demás, y otras tantas al resto. Pero temí ser malinterpretado, y quizá acalorado. No recordé entonces, sino cuando asistí apenas media hora después a esa ficción de poder popular mientras esperaba mi turno en la taquilla y pensaba en las opiniones mayoritarias, que el deseo de admiración determina todos nuestros actos y que ello es lo único que nos satisface. Otra vez Pascal me golpeaba. Hace tres siglos y medio, seguro que hubiese mediado con las palabras exactas en ambos casos, pensé. Luego me abandoné al haz luminoso de la sala. Que los hombres evitan pensar para no ser infelices y que la elocuencia continua aburre también lo dijo antes el mismo personaje.Blaise Pascal fue un francés lúcido y escéptico, que cuando nació en 1623 encontró al mundo europeo, lo que entonces equivalía decir a todo, sumido en la recesión económica del Barroco, la espectacular crisis en que desembocó la falsa prosperidad del Renacimiento, y que cuando lo abandonó, pobres pero vividos 39 años después, aún era determinante en el día a día. Lo que me lleva a reflexionar que quizá no haya nacido todavía quien nos haga más llevadero el caos que originaron los mariposeos de Wall Street, los dueños de la moneda china, media docena de impudorosos con tirantes y nuestras envidias. Claro que Pascal se hizo un hueco con cálculos físicos y frases del tipo el hombre es una caña que piensa. Hoy a alguien que dice semejante verdad no se le da lápiz y papel o a-de-ese-ele para expresarlo. Como mucho, se le pone a pasar hambre frente a un televisor. El corazón de las sinrazones.
LA PRESIÓN DE PASCAL
Blaise Pascal (1623-62), De Champaigne


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