Pedro Paricio Aucejo
Escribir sobre la vida de una persona ha sido un ejercicio que, a lo largo de la historia, ha tentado a muchos escritores. Desde antes de Cristo aparecen textos que nos llevan a afirmar que la biografía ha sido usada para exaltar a personas que de una u otra forma han desarrollado un papel importante en los acontecimientos de cierta época. Pero este ejercicio literario se convierte en arte cuando no consiste en la mera mención de hechos y acontecimientos de la existencia del biografiado, sino especialmente en el modo como ha vivido, reflejando las actitudes, los valores y las ideas por las cuales la persona biografiada luchó en vida, así como las aportaciones y las conclusiones que se pueden extraer de dichas experiencias. A partir de la época medieval prosperaron numerosos escritos documentales sobre vidas de santos. Estas hagiografías intentaban hacer posible la encarnación humana de lo sagrado con el fin de ser relatos ejemplares para toda la humanidad.
En el caso de Santa Teresa de Jesús, fue el jesuita Francisco de Ribera (1537-1591) quien publicó su primera biografía¹. Nacido en la localidad segoviana de Villacastín, el padre Ribera había estudiado griego, hebreo, artes, teología y cánones en Salamanca, además de haber sido colegial mayor del Arzobispo. Después se retiró a su tierra natal y perfeccionó sus estudios de filología y Sagrada Escritura. Siendo doctor en Teología, se planteó la posibilidad de llevar una vida eremítica. Finalmente, en 1570, cuando ya era un hombre formado que incluso había sido rector de la Universidad de Salamanca, optó por convertirse en jesuita.
Permaneció en Medina del Campo bajo la experimentada guía del padre Baltasar Álvarez, hombre de formación y oración, cercano a Teresa de Ahumada. Regresó a Salamanca, donde inició la cátedra de Escritura y fue responsable de ella desde 1575 hasta 1591. Fue en ese período cuando Ribera escribió la primera biografía de la monja abulense, La Vida de la Madre Teresa de Jesús, fundadora de las Descalças y Descalços Carmelitas, que constituye su obra más conocida pero no lo único publicado por él, integrado por una parte de los escritos teológicos que redactó, entre los que destacaron los comentarios a los profetas menores.
Siguiendo la inspiración divina sentida en su corazón, escribió esta obra para gloria de Dios y aprovechamiento de los hombres y porque “en las alabanzas de la Madre Teresa de Jesús tiene harta parte la Compañía, de quien ella en sus principios, y después, fue siempre muy ayudada”.
Su Vida –gracias a la dirección espiritual que pudo ejercer sobre la religiosa– está repleta de abundante información personal, pero también de numerosos documentos originales, siendo una obra excepcional, fruto de la investigación y la devoción. Con ella se ha popularizado una detallada descripción de su aspecto físico (estatura, porte, cabello, rostro, frente, ojos…: “Toda junta parecía muy bien y de muy buen aire en el andar, y era tan amable y apacible, que a todas las personas que la miraban comúnmente aplacía mucho”), así como la escena de la infancia de Teresa de Ahumada en la que, acompañada por su hermano Rodrigo, la futura descalza va en búsqueda del martirio.
A este respecto, el biógrafo jesuita señala que a los dos les producía “mucho espanto lo que leían en los libros, que la gloria y la pena había de ser para siempre, y trataban de esto muchos ratos, y en este para siempre se detenían repitiéndolo muchas veces con mucho gusto: Para siempre, Para siempre, Para siempre. Con esta consideración tan platicada entre ellos –concluye Francisco de Rivera–, la imprimió el Señor en su corazón un deseo grande de caminar por el camino que iba a dar a la gloria que había de durar para siempre”.
Según el profesor Burrieza Sánchez², parece ser que Ribera tenía ya concluida esta Vida en 1587, aunque tardó tres años en salir a la imprenta, a causa del retraso derivado de la censura que tenía que efectuar la Compañía de Jesús. Su aparición fue en 1590, ocho años después de la muerte de la mística castellana y dos años después de que fray Luis de León editara algunas de las obras de la Santa. En 1602 fue reeditada y traducida al francés.
Esta biografía fue muy bien considerada por la utilización de un lenguaje puro y por el desarrollo de los acontecimientos históricos. Siguiendo los estereotipos barrocos de la santidad, sus páginas –que no eran propiamente biográficas sino más bien apologéticas– ponían énfasis en las virtudes atribuidas a la reformadora, en los milagros y en las cuestiones más extraordinarias.
¹Cf. BURRIEZA SÁNCHEZ, Javier, ´Teresa de Jesús y la Compañía de Jesús: una palabra experimentada´ , en CALLADO ESTELA, Emilio (ED.), Viviendo sin vivir en mí. Estudios en torno a Teresa de Jesús en el V Centenario de su nacimiento, Madrid, Sílex, 2016, pp. 91-185.
²Op. cit., pág. 176.
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