Corrían, en efecto los años 60 -aquellos felices años 60 en muchos aspectos-. Los chavales del pueblo, atentos siempre a cualquier novedad que irrumpiese de pronto en la monotonía de los días, recibimos la noticia de que a una de las tierras del pueblo sembrada de trigo aquel año -situada la finca junto a la carretera que conduce a Saldaña, pasado ya el pueblo-, había llegado una gran máquina, una súper máquina que ejecutaba todas las labores agrícolas de golpe en el momento de la recolección: segaba el trigo, lo trillaba, separaba el grano de la paja y cada uno de estos elementos los expulsaba por una parte diferente de su estructura; el grano, en concreto, lo lanzaba mediante una especie de tubo hasta el remolque de un tractor que se encontraba a su vera, y la paja por su parte trasera. Así nos lo explicarían, más o menos, en aquel entonces.
Así que, rápidos y veloces -a la carrera en esencia-, los chavales nos dirigimos como una exhalación hasta la tierra donde se encontraba esta gran máquina. Y tras acercarnos, la impresión que recibimos de pronto en aquellos años fue de impacto total; acostumbrados como estábamos a la forma tradicional de recoger la cosecha y a los diferentes tipos de máquinas o útiles de trabajo que intervenían en el proceso: máquina segadora tirada por mulas, carro para acarrear la mies a la era tirado por los mismos animales, trillo enganchado también a las mismas mulas para moler la mies y separar el trigo de las espigas -aunque había ya alguna máquina, llamada trilladora, que este proceso lo hacía ella sola-. Y máquina beldadora, luego, para separar el grano de la paja y sacar el grano limpio para su recogida en sacos cara a su entrega en el silo de Saldaña. Encontrarnos de pronto con aquella gran máquina que realizaba todo ese largo proceso anterior, que duraba meses, de una sola "tacada" y en apenas unos pocos días, recogiéndose el grano ya limpio en el remolque de un tractor que la acompañaba, fue un impacto tan grande que no parábamos de hablar de ella en casa y en las charlas de amigos. Nos parecía increíble el invento, y así había que ponerlo en común entre nosotros y en nuestras casas, con comentarios alusivos a la modernidad que recién acabábamos de descubrir en nuestro pueblo y en nuestros campos de labor. Y a continuación nos surgía la gran pregunta: ¿Cuál sería el precio en pesetas de aquel extraordinario invento?. ¿Podrían todos los agricultores hacerse con una máquina así?, o ¿tendrían que adquirirla entre varios de ellos?.
Todo un mar de dudas se nos presentaba frente a nosotros en aquellos momentos...; y que luego, el paso del tiempo iría solucionando poco a poco.