Revista Cultura y Ocio

La Primera Cruzada: La lucha por la tierra Santa

Por Joaquintoledo

la-primera-cruzadaDesde el siglo VIII de nuestra era, e incluso desde antes (algunos hechos así lo prueban) la convivencia entre las religiones que mejor identifican a Occidente (el cristianismo) y el Oriente Medio (el musulmanismo) vivían horas de creciente enemistad. El incontenible avance del Islam, y la progresiva divergencia e intolerancia, habían llevado a ambos a una abierta guerra ideológica y expansión. Tras el triunfo en el año 1071 de los turcos selyúcidas en Siria y Palestina, y la posterior toma de Jerusalén, la supuesta amenaza de los llamados “infieles” se hallaba a casi un paso de ingresar a Europa. Alejo Comneno, emperador de Bizancio, había propagado en el mundo occidental su voz de alerta. Y el Papa  Urbano II, en el famoso Concilio de Clermont, fue en su auxilio organizando la Primera Cruzada (1096-1099) bajo el lema: Deus vult! (¡Dios lo quiere!).
Sin embargo, aquella iniciativa papal no había sido el primer intento de lucha contra el Islam. En 1095, un clérigo francés llamado Pedro el Ermitaño, o Pedro de Amiens,  había azuzado a los fieles a “tomar las armas y recuperar los lugares santos” con una desastrosa peregrinación de 12,000 hombres (integrada por campesinos, artesanos y nobles medianos) que fue masacrada por las fuerzas selyúcidas del Sultanato de Rüm. Justamente este nuevo y gran imperio, fue la causa y detonante del estallido cruzado. Veamos: Luego del conocido quiebre del mítico Imperio Romano gracias a la fuerza expansiva de las migraciones germánicas, una de sus dos divisiones, el Bizantino, se había apoderado de la parte Oriental de Europa.

Débil, corrupto y sin carácter para instalarse con firmeza en la zona, muy pronto se vio amenazado por sus propias disensiones y el desafío de los croatas, normandos (que ya le habían arrebatado el sur de Italia) y sobre todo, los selyúcidas, un pueblo de origen turco de una calidad militar y guerrera tan o más avanzada que sus pares de Occidente.

Este pueblo árabe suníe signado por los designios de Alá (y nacido en el 1077 d.C), aprovechó el momento para apoderarse de la meseta de Anatolia (actual Turquía), iniciando una serie de medidas restrictivas e intolerantes hacia otras religiones. Repitiendo los tiempos brutales del califa fatimí Huséin al-Hakim Bi-Amrillah en el año 1009, la persecución contra los cristianos y judíos alcanzó ribetes dramáticos. No solamente se les prohibió ejercer su religión o visitar los lugares sagrados (en posesión de ellos), sino que también fueron asesinados o abandonados en el desierto. Fuertes y organizados, su renovado poder ambicionó todo el Asia Menor y la Grecia Insular. Irreconciliables en sus posiciones, las acciones armadas contra Bizancio no tardaron en prosperar. Así, a principios del 1071, ambos bandos se enfrentaron en la Batalla de Manzikert donde los turcos selyúcidas bajo el mando de Alp Arslan (1030 – 1072/1073) derrotaron contundentemente a las tropas bizantinas y mercenarias de Romano IV Diógenes.

Manzikert, el preludio a la Primera Cruzada

La noticia de la derrota fue considerada una verdadera catástrofe en Constantinopla. De ahora en adelante, los turcos no tendrían oposición alguna para conquistar el Oriente Cercano y además, el litoral asiático del Mar Egeo era indefendible. El emperador bizantino Alejo Comneno, arrebatado por la amenaza y la intranquilidad, envía al Papa Urbano II una petición para que éste usara sus influencias a fin de proveerle mercenarios que le permitan reconquistar el terreno perdido. He aquí pues, el origen de la primera Gran Cruzada, un evento concebido por razones estratégicas y geo-políticas y no solamente religiosas, como equivocadamente se piensa.

Informado Urbano II de la difícil situación existente en Bizancio, ve en este hecho una inmejorable oportunidad para solucionar de golpe varios problemas que aquejaban a la Iglesia. En principio, podría someter a la Iglesia Ortodoxa de Oriente y poner fin a las  diferencias dogmáticas (la cláusula filioque y la eucaristía acimita o procimita) que las habían alejado en demasía desde el Cisma de Oriente de 1054. También, el Papa vio la posibilidad de reforzar la autoridad de la Iglesia en Europa y someter bajo su yugo a la nobleza, cuya interminable agitación guerrera y ambición feudal iba en contra de su poder.

Finalmente, de conseguirse el triunfo, podría obtenerse la supremacía en tierras lejanas y quizás, forjar la cimiente para la instalación de una sola fe: La suya. El 27 de noviembre de 1095, último día del concilio de Clermont, Alvernia (Francia), Urbano II proclama tras un emocionante discurso, la realización de la Primera Cruzada. No solamente prometió el perdón de los pecados a los voluntarios, además les invitó a tomar aquellos dominios “rebosantes de leche y miel” y salvar a la humanidad de los infieles. También dijo lo siguiente:

“Quienes lucharon antes en guerras privadas entre fieles, que combatan ahora contra los infieles y alcancen la victoria en una guerra que ya debía haber comenzado; que quienes hasta ayer fueron bandidos se hagan soldados; que los que antes combatieron a sus hermanos luchen contra los bárbaros”

“Comprometeos ya desde ahora que los guerreros solucionen ya sus asuntos y reúnan todo lo que haga falta para hacer frente a sus gastos; cuando acabe el invierno y llegue la primavera, que se pongan en movimiento, alegremente, para tomar el camino bajo la guía del Señor. Recordaos lo que dijo Mateo: El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y síganme”

El grito final de Deus vult! (¡Dios lo quiere!) sublevó a los presentes. De inmediato, una espectacular ola de religiosidad y sentido del deber se propagó por cada castillo, feudo o casa, sea noble, plebeya, campesina o sacerdotal. La explosión de la fe motivó que en apenas semanas, miles de hombres, mujeres y niños, se apersonaran ante sus amos para participar. Ni la recomendación papal que participasen sólo los guerreros pudo frenar las oleadas de voluntarios venidos de toda Europa. Familias enteras, soldados, mercenarios, oportunistas, letrados, artesanos, campesinos y un amplio etcétera, partía a Bizancio para iniciar desde allí, la expedición. Tal fue el interés provocado, que hubo de prohibirse a los nobles de muchos pueblos acudir para no descabezar el poder político de sus reinos. Las mareas humanas de creyentes subestimaron hasta el más alucinado cálculo de Urbano II, quien prometió respetar las propiedades de los cruzados a su vuelta. No obstante, muchos liquidaron sus bienes pues la certeza de una vuelta, ante semejante empresa, era de pronóstico reservado.

La campaña por Antioquia. Rivalidades internas


Entretanto los musulmanes, que ignoraban aún lo que ocurría en Occidente, habían prácticamente rodeado a la Cristiandad en un imperio que incluso hoy, se extiende desde las costas atlánticas y occidentales de África hasta los montes Zagros (Irán), incluyendo en sus dominios el norte y el cuerno africano, el levante, Mesopotamia y toda la Península de Arabia. Unidos por la fe en Mahoma, el máximo profeta y preferido de Alá (Dios) a diferencia de los cristianos, la unidad de este pueblo iba más allá de la religión: estaba en su lucha por el desierto, la fe considerable, la reverencia absoluta al Corán (el libro sagrado), y la orientación existencial hacia la Meca (ciudad donde nació Mahoma).

La lucha empezó, como referimos párrafos arriba, con el fracasado intento de Pedro el Ermitaño y su Cruzada de los Pobres. Su líder, reuniendo los remanentes, esperó el grueso de tropas cruzadas que se reunieron entre noviembre de 1096 y mayo de 1097 en Roma (donde Urbano II finalizaba sus disputas con el Antipapa Clemente III) y luego en Constantinopla, para dirigirse finalmente a Nicea, ahora capital del Sultanato de Rüm y ex ciudad del imperio Bizantino. La llamada Cruzada de los príncipes estaba formada por una serie de contingentes armados procedentes principalmente de Francia, los Países Bajos y el reino normando de Sicilia. Estos grupos iban dirigidos por representantes menores de la nobleza como Godofredo de Bouillón, Raimundo de Tolosa y Bohemundo de Tarento

Desde el comienzo, se manifestarían múltiples dificultades en la movilización de tales masas. La escasez de comida y el peligro que suponían posibles saqueos, hicieron que su paso por las ciudades bizantinas estuviera plagado de manifestaciones en contra. El asedio de Nicea, muy bien defendida por sus altas murallas, fue largo, pero el 23 de mayo de 1097 lograron derrotar al ejército del selyúcida Kilij Aíslan, el cual vería nuevamente la derrota el 1 de julio de ese año en Dorea, la batalla siguiente. Batidos los musulmanes en retirada, el camino hacia Antioquia y Jerusalén, las ciudades de más alto significado para la cristiandad, quedó libre. Superando incluso las propias previsiones occidentales, ciudades como Sozopolis, Konya y Kayseri, fueron fácilmente tomadas y devueltas a Bizancio. Yaghi-Siyan, el gobernador de Antioquia, que alistaba la defensa de la ciudad, sabe que solo no podría defender la ciudad. Así que va en búsqueda de Kerbogha, atabeg de Mosul (Iraq), para iniciar una defensa conjunta. Pero también fracasan.

Las fuerzas cruzadas de Bohemundo y Raimundo derrotan durante el mes de junio de 1098 a ambas fuerzas e ingresan a Antioquia, donde tras un largo y exasperante asedio de 7 meses, conquistan. Es aquí cuando la desunión y la desorganización de quienes dirigían la cruzada se hace más evidente. Contraviniendo la palabra dada a Bizancio, los cruzados no devolvieron la ciudad al Imperio Bizantino, sino que Bohemundo de Tarento, acaso el noble con el mayor ejército de los presentes, la retuvo para sí formando el Principado de Antioquia pese a la abierta negativa de sus demás compañeros. A los enormes problemas ya existentes, deviene una terrible  plaga de tifus, que mató a muchos de los cruzados, incluyendo al legado pontificio Ademar de Le Puy.

La toma de Jerusalén

Fueron momentos críticos. El hambre y la desesperación cundieron. Muchos, que llevaban más de 5 días sin comer, no dudaron en matar a sus propios caballos para alimentarse, desesperados por la negativa de los campesinos musulmanes a proveerles de comida. No importaba que ciudad o campo conquistaran, de comida, prácticamente nada. La campaña cruzada, a más de un año de iniciada, entró en un franco proceso muerto. En diciembre de ese año, en su búsqueda por alimento, conquistaron la ciudad de Ma’arrat al-Numan tras un asedio en el que se llegaron a producir casos de canibalismo entre los cruzados. Al ser la comida tan escasa, dirigieron sus iras a los pobladores, a los cuales asesinaron salvajemente.

Esta situación muy pronto se volvió insoportable. Los caballeros de menor rango, que eran la gran mayoría, se fueron impacientando y amenazaron con continuar solos hacia Jerusalén, dejando atrás a sus líderes y sus disputas internas. Finalmente, a comienzos de 1099, se renovó la marcha hacia la Ciudad Santa, dejando a Bohemundo atrás como nuevo Príncipe de la ciudad. Desde Antioquía los cruzados marcharon pues, hacia Jerusalén, la cual se encontraba disputada entre los fatimíes de Egipto y los turcos de Siria, conquistando algunas plazas más por el camino. En junio de 1099, finalmente, sitiaron la capital, la cual cayó en manos de los cruzados el 15 de julio de 1099, gracias a la insospechada ayuda de las tropas genovesas dirigidas por Guillermo Embriaco, que se habían dirigido a Tierra Santa en una expedición privada.

La toma de Jerusalén terminó con una de las matanzas más espantosas que se recuerde. El fanatismo, o el convencimiento ingenuo de cumplir un deber matando a otros, no respetó mujeres, niños, ancianos, e incluso cristianos que habitaban la ciudad. Uno de los hombres que participó en aquella masacre, Raimundo de Aguilers, canónigo de Puy, dejó una descripción para la posteridad que habla por sí sola:

“Maravillosos espectáculos alegraban nuestra vista. Algunos de nosotros, los más piadosos, cortaron las cabezas de los musulmanes; otros los hicieron blancos de sus flechas; otros fueron más lejos y los arrastraron a las hogueras. En las calles y plazas de Jerusalén no se veían más que montones de cabezas, manos y pies. Se derramó tanta sangre en la mezquita edificada sobre el templo de Salomón, que los cadáveres flotaban en ella y en muchos lugares la sangre nos llegaba hasta la rodilla. Cuando no hubo más musulmanes que matar, los jefes del ejército se dirigieron en procesión a la Iglesia del Santo Sepulcro para la ceremonia de acción de gracias”

Con esta conquista finalizó la Primera Cruzada, y muchos cruzados retornaron a sus países de origen y el resto se quedó para consolidar su poder en los territorios recién conquistados. Junto al Reino de Jerusalén (dirigido inicialmente por Godofredo de Bouillón, que tomó el título de Defensor del Santo Sepulcro) y al principado de Antioquía, se crearon además los condados de Edesa (actual Urfa, en Turquía) y Trípoli (en el actual Líbano).Tras estos éxitos iniciales se produjo una nueva oleada de cruzados, que formaron la llamada cruzada de 1101. Sin embargo, esta expedición, dividida en tres grupos, fue derrotada por los turcos mientras atravesaban Anatolia. Este percance apagó los espíritus cruzados durante algunos años. Nunca más una cruzada volvería a tener éxito.

Finalmente, el resultado de la Primera Cruzada tuvo un gran impacto en la historia de los dos bandos en conflicto. La nueva estabilidad adquirida en el oeste creó una aristocracia guerrera en busca de nuevas conquistas y patrimonio, y la prosperidad de las principales ciudades significó la capacidad económica y comercial para equipar las expediciones. Por otro lado, el papado vio las Cruzadas como su forma de imponer la influencia católica como fuerza de unificación, convirtiendo la guerra en una misión religiosa. Esto supuso una nueva actitud frente a la religión que hizo posible que la disciplina religiosa, antes aplicable solamente a los monjes, se extendiese también al campo de batalla, con la creación del concepto del guerrero religioso y del sentimiento de caballería.

Escrito porJoaquín Toledo, especialista en historia del mundo, con amplia experiencia en investigaciones sobre Guerras y Conflictos mundiales


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