Yo confieso que a veces dejo mi portátil olvidado en algún rincón y me siento delante del de mi marido. No sé porqué pero me gusta hacerlo. Sentarme frente a su pantalla, ver qué fondo tiene hoy, cerrarle sus redes sociales para abrir las mías y sobre todo, lo que siempre hago, rebuscar por las viejas fotos.
Soy una amante de las fotos en papel y un desastre para las digitales por lo que en mi ordenador no suelo tener fotos. Mi especialidad en borrarlas o que desaparezcan me precede. Y él, como en todo, es más de digital y aquí están, todas las fotos de nuestra vida ordenadas, juntas pero no revueltas, dispuestas a llevarnos a esos momentos cuando abrimos las carpetas. Todas. Las de estos 7 años que hemos caminado en común, las del trabajo que nos unió como amigos allá por el 2005 y las de nuestra vida antes de empezar a caminar juntos. Hay fotos bonitas, perfectas de esas que enseñas en cuanto puedes y luego están las fotos imperfectas, en las que no salimos del todo bien pero que, en muchos casos, nos reflejan aún mejor.
Y hoy, a esta hora con el café en una mano y la calefacción encendida lo he hecho. He rebuscado entre las fotos, he sonreído sola y me he reído como una loca entre estas 4 paredes al ver esas viejas fotos de nuestro trabajo juntos, cuando él vigilaba y yo era la chica del puerto y he visto, la primera foto que mi marido me sacó hace 10 años este mes, sin saber todo lo que la vida nos tendría escrito después.
Era el 4 de Enero del 2006 y unas horas antes a mi me habían dado el alta hospitalaria de aquel accidente que me rebautizaría como “la chica de la ballena” y estaba allí, en aquella carpa, disfrutando todo lo que podía con mis compañeros de trabajo. Unos hacían juegos cooperativos, otros cenaban, algunos portaban vasos de plástico que hacían las veces de copas y otras lucíamos collarín. Los vigilantes de seguridad eran los más sosos. Allí sentados, mirando como esa panda de monitores se lo pasaban como enanos sin enanos, porque a veces los mayores también tenían derecho a disfrutar. Un compañero no soltaba su cámara y captaba todos los momentos para que años atrás podamos reírnos de nuestras pintas y recordar aquel día. No soltaba la cámara hasta que quiso jugar y le paso la cámara al vigilante de seguridad.
Y allí, entre foto y foto, me crucé yo con mi vaso-copa en la mano, mi collarín en el cuello diciendo eso de “fotos no” pero no hubo manera y Kike disparó. Sentado, pidiéndome que mirara para abajo cuando no podía mover el cuello y a traición.
Disparó a la chica de la ballena sin saber que esa sería la primera foto de muchas. Disparó aquella cámara riéndose. Escojonándose. Disparó creando una de las fotos en las que peor salgo de aquel día pero que se ha convertido en una de mis favoritas.
Era una foto más hasta que años después la chica de la ballena y el vigilante de seguridad más opuestos del mundo se cruzaron y se pusieron a caminar juntos…
…a reír y a rebuscar esa primera foto. Y qué bueno es captar los momentos aunque no salgas bien en todos ellos.