Aunque fue Walter Scott el “padre de la novela histórica” moderna. Antes de él hubo numerosos antecedentes, pero su influencia posterior marcó defintivamente el devenir de la literatura, hasta convertir a este moderno género en el de mayor pujanza en la actualidad.
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Literatura e Historia se han llevado tradicionalmente bien, sobre todo en estos tiempos en los que abundan los productos editoriales -y televisivos y cinematográficos- que recurren a un determinado contexto histórico para desarrollar una narración más o menos literaria.
Y es que utlizar el “texto como pretexto” siempre ha sido un recurso muy utilizado por creadores, investigadores y divulgadores. Es cierto que no termina de quedar claro si es la historia el pretexto en la que desarrollar una determinada trama, o si es la propia narración la que encaja mejor en un determinado periodo histórico.
Se trata, en todo caso, de conferir credibilidad a unos personajes o a unos sucesos para hacerlos más digeribles. Así, el lector puede adentrarse sin dificultad en un relato e incorporar fácilmente referentes que le ayuden a comprender motivaciones y peripecias.
Situar el origen de la novela histórica en un periodo determinado o señalar cuál fue primera novela en inauguar el género histórico puede parecer, acaso, una osadía que seguramente no contentará ni a puristas ni a aficionados. Pese a ello, voy a atreverme a hacer una modesta cronología de tan influyente evento en la historia de la literatura; o debería decir “historia de los libros”, para que no se me pueda acusar de meter en el mismo saco a una de las Bellas Artes y a un negocio.
Existen numerosos antecedentes que podrían considerarse como Novela Histórica, en su sentido más laxo: desde Homero y su Ilíada (ahora entenderán lo de “laxo”, pues la Ilíada es en realidad poesía) a la Biblia. Ambas obras no son sino un intento de explicar, de forma pretendidamente histórica, unos determinados acontecimientos, algunos de ellos de dudosa veracidad.
Y cómo hablar de los antecedentes de la novela histórica sin mencionar a Marco Polo. ¿No podría calificarse su Libro de las Maravillas como una novela histórica?
Ya a finales de la Edad Media comienzan a aparecer la Prosa Didáctica y las Crónicas, más destinadas a ensalzar la figura de sus protagonistas -Reyes y nobles- que a dejar constancia de la realidad.
Y aunque estos primeros intentos narrativos son de obligada consulta para los investigadores, los estudios históricos se centran más en el análisis de otro tipo de documentos: registros, actas, tratados, testamentos, herencias, certificados…
En esta misma época aparecen los Libros de Viajes, narraciones en primera persona basadas en experiencias personales, de escaso valor literario e histórico pero muy influyentes en los años posteriores. Y también vieron la luz los Libros de Aventuras, como el Ciclo Artúrico (quizá los más conocidos, que desarrollan de forma bastante relajada y fantasiosa la vida y milagros del Rey Arturo y sus secuaces), o La gran conquista de Ultramar, crónica novelada de la conquista de Jerusalén durante la Primera Cruzada.
Y llegamos al final del siglo XV. Aunque los libros de aventuras gozaban, y siguieron gozando durante muchos años, de plena vigencia, aparece una obra que tiene el mérito de ser la “primera novela”, y esta no es otra que La Celestina, de Fernando de Rojas.
Y a comienzos del XVI aparace el Amadís de Gaula, de Garci Núñez de Montalvo, un genial mestizaje de todos los géneros anteriores, que inicia el ciclo de las Novelas de Caballerías, que apenas duraría un siglo hasta que Cervantes escribió la mejor y definitiva, El Quijote.
No son ni el Amadís ni el Quijote novelas historicas. Pero son dos documentos imprescincibles para comprender la sociedad de su época.
Una vez escrita la primera novela, aunque sea dialogada, y sentadas las bases estilísticas del género, solo era cuestión de tiempo que aparecieran las primeras novelas, desde el punto de vista formal, que intentasen recoger, con indudable espíritu de veracidad, determinados acontecimientos históricos.
Y aquí es donde aparecen, en 1595, Ginés Pérez de Hita y su Historia de los bandos de los Zegries y Abencerrajes, caballeros moros de Granada, de las civiles gueras que vio en ella, y batallas singulares que se dieron en la vega entre cristianos y moros, hasta que el rey don Fernando Quinto ganó ese Reino. No creo que haga falta explicar de qué trata la novela, pero se puede especular, sin temor a errar en exceso, con que estamos frente la primera novela histórica en castellano.
Pero estamos todavía en el Renacimiento y aún han de pasar una par de siglos para que aparezcan, desde nuestro punto de vista contemporáneo, las primeras novelas históricas realmente modernas.
7 de julio de 1814. Edimburgo. Se publica un relato histórico bajo el título de Waverley o hace sesenta años, obra de un ya bastante conocido abogado escocés, de nombre Walter Scott. El título pone de manifiesto su intención de novelar un período del pasado, pero a diferencia de los anteriores intentos de ambientar novelas en épocas pasadas, a partir de Waverley…
“…la evocación se basa en unos factores históricos muy concretos, con un notable conocimiento de la época y del país en que transcurre la acción, respetando y exaltando sus peculiaridades; y además con un propósito clarísimo, hablar del presente por medio del pasado, algo que hasta nuestros días será consustancial a este subgénero: si se vuelve la mirada al ayer es para iluminar el hoy, para comprenderlo mejor y sacar consecuencias prácticas”*.Por ello, Walter Scott es considerado el “padre de la novela histórica”. De su Waverley, pese a publicarse inicialmente de forma anónima, en apenas cinco meses se realizaron cuatro ediciones y se convirtió en una auténtico best-seller.
Su influencia alcanzó a autores posteriores como Victor Hugo en Los Miserables, Stendhal y su Rojo y Negro, o Guerra y paz de Tolstoi.
Sigamos hasta 1823, en España. Aparece Ramiro, Conde de Lucena, de Rafael Húmara y Salamanca. En los manuales de literatura encontraréis que figura como la primera novela histórica moderna en Español, aunque es prácticamente inaccesible y no puede decirse que se trate “de una obra maestra olvidada”.
Luego vendrían, entre otros, Mariano José de Larra, y su Doncel de Don Enrique el Doliente (1834), y, por supuesto, Benito Pérez Galdós y sus Episodios Nacionales (a partir de 1873), seguramente una de las cumbres de la novela histórica española.
Y si seguimos avanzado, nos encontramos, por ejemplo, a Valle Inclán con El ruedo ibérico y la Guerra Carlista, o a Ramón J. Sender, con La aventura equinoccial de Lope de Aguirre.
El siglo XX supuso la consolidación definitiva del género y la nómina de autores y obras notables que recrearon periodos o personajes históricos es enorme. Algunas de estas novelas han sido auténticos fenómenos de masas: Sinuhé el egipcio, de Mika Waltari; Yo, Claudio, de Robert Graves, León el Africano de Amin Maalouf, Memorias de Adriano de Margarite Yourcenar, o incluso, por qué no, El nombre de la Rosa, de Umberto Eco.
Miguel Delibes, Torrente Ballester, Terenci Moix, Antonio Gala, Vargas Llosa, Javier Cercas, Garcia Márquez, Mújica Laínez o, también por qué no, Pérez Reverte, engrosan el elenco de escritores que han contribuido a darle a la novela histórica el prestigio del que ahora goza, hasta el punto de haberse convertido en el género dominante en la literatura actual.
Con frecuencia la novela supera a la propia historia. Pero no olvidemos que los libros se escriben para ser vendidos -ojalá pudiera decir que para ser leídos- y el lector suele preferir la ficción histórica que la historia misma y está dispuesto a aceptar ciertas licencias narrativas.
Así, coincidimos con Enrique García Díaz cuando afirma:
“la novela histórica es un género popular. Es una literatura con ingredientes y fórmulas que se repiten una y otra vez y que por lo tanto muy pocas de ellas ofrecen alguna novedad. La ficción que ha nacido a la sombra de la Historia no deja de ser un producto bastardo o mestizo, aunque de gran importancia literaria. No importa si la novela histórica es fiel o no a la Historia, lo que cuenta es que es literatura y como tal debe ser considerada”**.
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Para leer y profundizar:
* Carlos Pujol Jaumandreu, Novela historica, en Culturahistorica.es.
** Enrique García Díaz; La novela histórica.
• Georg Lukacs; La forma clásica de la novela histórica.
• Ginés Pérez de Hita, Historia de los bandos de los Zegries y Abencerrajes, caballeros moros de Granada, de las civiles gueras que vio en ella, y batallas singulares que se dieron en la vega entre cristianos y moros, hasta que el rey don Fernando Quinto ganó ese Reino. 1595.
• Alan D. Deyermond; Historia de la literatura española. Vol 1. Ed. Ariel. Barcelona, 1973.
• Walter Scott; Waverly o hace sesenta años. 1814.
• Donald L. Shaw; A propósito de Ramiro, Conde de Lucena, de Rafael Humara.
• Justo Fernández López; la novela histórica en el siglo XIX.
• Guía de Recursos bibliográficos de la novela histórica, portal de la Biblioteca Nacional de España.
• Novela histórica española. Portal de la Biblioteca virtual Miguel de Cervantes.
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Colaboración para el número 1 de la revista iHstoria, revista digital interactiva de Mediazines.
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