Revista Cultura y Ocio

La primera reina consorte de españa cuyo esposo accedió al trono de forma democrática

Publicado el 10 junio 2014 por Catgo

Estos días que se está levantando tanto polvareda en torno a la abdicación del rey de España y su sucesión en la figura de su hijo, hemos acudido a la hemeroteca de La Vanguardia con la finalidad de recuperar algunos datos de un artículo de Fernando Barango-Solis, publicado el 14 de junio de 1972, que giraba en torno a la historia de una pareja real que también llegó al trono de España en un momento de conflictividad política y social, y que lo hizo «democráticamente», si por ello entendemos ser elegida tras una votación parlamentaria.

Se trata del rey Amadeo de Saboya y de la reina consorte María Victoria dal Pozzo della Cisterna, príncipes de la Casa de Saboya, que fueron poco aceptados (especialmente entre la aristocracia y la clase política), y cuyo reinado duró apenas dos años, acabando en abdicación y en la proclamación de la Primera República.

El artículo, que lleva por título “Doña Maria Victoria, la reina que no dejo de llorar durante su reinado”, empieza de esta manera: “Cuando el duque de Aosta, Amadeo de Saboya, ciñó sobre sus sienes la corona de España, dejó a su esposa, doña María Victoria del Pozzo, en Italia, convaleciente de un alumbramiento. Tres meses tardó la nueva reina en reunirse con su marido, pues éste, con la idea fija de dejar el trono al primer tropiezo, no se apresuró mucho a compartir con su familia la vida en la Corte. La sencillez y la modestia con que se presentó doña Maria Victoria en España produjeron una impresión magnífica a la gente, que no creía hallarse en presencia de una soberana porque le faltaba el empaque propio de un personaje regio, y no venía rodeada del esplendoroso boato requerido por su elevada categoría. Sin embargo, a todos sorprendió su aspecto personal, pues era una mujer hermosa, distinguida y elegante. Y pronto se echó de ver que su inteligencia corría pareja con su bondad y simpatía…” Una opinión sobre la nueva reina que no compartirían ni la aristocracia, ni algunos miembros de la clase política.

Maria Vittoria Carlotta Enrichetta Giovanna Pozzo della Cisterna, VI princesa de La Cisterna y de Belriguardo nació en Paris en 1847, y fue la hija primogénita del V príncipe de la Cisterna, procedente de una antigua familia de la aristocracia de Cerdeña, y de la condesa de Mérode-Westerloo, de origen belga, familia que se emparentaría por matrimonio con los Grimaldi de Mónaco. El Príncipe Soberano Alberto I de Mónaco fue primo hermano de Maria Victoria.

Gracias a la situación económica de la familia gozó de una formación privilegiada y muy completa, que le llevaría a hablar seis idiomas, entre ellos el español, que dominaría a la perfección sin ningún tipo de acento, a diferencia de su esposo, con grandes dificultades para aprenderlo a pesar de su acceso a la corona de España.

Como hemos dicho, la nueva pareja de reyes no fue bien acogida ni por la aristocracia española, ni por una parte de la clase política, y además se encontraron con que su primer valedor, el General Prim, murió asesinado justo el día en que el nuevo rey llegó a España para iniciar su reinado.

Siguiendo con el artículo de la Vanguardia, vale la pena extraer algunas de las anécdotas que relata sobre la real pareja, en especial con relación a la nueva reina y a su nefasta relación con la Corte española, a pesar de poner siempre su mejor intención para agradar. En los siguientes párrafos se explican algunas de ellas.

“Amadeo I asistió a la solemne apertura de las Cortes acompañado de su esposa. Al paso del cortejo real por la calle de Alcalá, los balcones de las casas estaban adornados con colgaduras, excepto los de los palacios de los aristócratas y los del Veloz Club, el casino que entonces estaba de moda en Madrid. Los socios de esta entidad se asomaron a los balcones al paso de la comitiva y cometieron la descortesía de no descubrirse cuando pasaron los reyes. El hecho de que don Amadeo llevase a su derecha a doña María Victoria indignó a los monárquicos, pues la etiqueta exige que el rey no ceda el puesto de honor a nadie.»

«Todas estas cosas no pasaron inadvertidas para la nueva reina y así pudo decir, después de haber asistido al primer acto oficial que tuvo lugar a raíz de su llegada a España: ‘El pueblo nos ha recibido cariñosamente, pero la nobleza no. Estamos perdidos. No permaneceremos mucho tiempo en este país’.” Seguramente la reina no se imaginaba que casi había hecho una predicción, que se convertiría en realidad.

“El encono de la aristocracia madrileña contra aquella reina que no parecía serlo no tuvo límites. En cierta ocasión, el Ayuntamiento de la Villa y Corte acordó suspender, por falta de recursos, la procesión de Corpus. La soberana, apenas se enteró, se ofreció a sufragar los gastos de su peculio particular. La procesión salió y recorrió las calles céntricas de Madrid con la solemnidad de costumbre, pero la nobleza se abstuvo de asistir a ella. Todos los madrileños notaron la falta de los aristócratas más caracterizados, y la reina más que nadie. Aquella noche, doña María Victoria derramó sus primeras lágrimas en España”.

“Por aquel entonces era costumbre de las mujeres de la buena sociedad madrileña pasear en coche al atardecer por la Castellana, desde la Casa de la Monedas hasta la plaza donde se elevaba el monumento conmemorativo del nacimiento de la reina Isabel II. Como la aglomeración de carruajes era todos los días muy grande, el alcalde dispuso que para facilitar la circulación todos los coches marcharan en fila rigurosa. Doña María Victoria fue la primera en someterse a aquella orden para dar ejemplo. Una tarde, todas las señoras aparecieron tocadas con mantillas y peinetas a la española, y la reina, sin comprender el significado de aquella exhibición, le dijo a don Amadeo: ‘Mañana acudiré yo también con mantilla’. Al día siguiente experimentó una pena enorme al leer en los periódicos la explicación de lo que se llamó “La protesta de las mantillas”. Una manifestación para demostrar el desagrado con que las damas madrileñas veían ocupado por una italiana el trono de Isabel II.”

Según parece la reina Maria Victoria nunca fue ajena a su constante desaprobación, y llegó a comentar que, hiciese lo que hiciese para captar la simpatía de las aristócratas, todo era inútil. “Si no miraba a nadie, la llamaban orgullosa; y si miraba a la gente, decían que aquella mirada provocativa era la de una aventurera en busca de conquistas amorosas. Si paseaba en un coche de la Casa Real, censuraban su vanidad; y si salía en un carruaje enganchado a la calesera, la tildaban de ridícula. Si daba limosnas, decían que no era difícil ser caritativa con el dinero del pueblo; y si no las daba, criticaban su tacañería. Y si vestía bien, la llamaban cursi; y si vestía con sencillez, comentaban su vulgaridad.”

Una de las actividades que más la caracterizaron fue su dedicación a las obras benéficas. Entre las más populares estuvo la fundación de lo que se podría considerar la “primera guardería infantil que se abrió en España”, donde permanecían acogidos los hijos de las lavanderas del río Manzanares mientras sus madres lavaban la ropa de las clases altas. A raíz de esta inauguración, y a modo de mofa, la buena sociedad de la capital le puso el nombre de “la reina lavandera”, a lo que la reina contestó que más le hubieran ofendido si la hubiesen llamado “aristócrata”. A la guardería se le dio el nombre de “Casa del Príncipe” ya que se inauguró bajo el patronazgo del príncipe de Asturias, título que se le había otorgado al primogénito de la pareja, el príncipe Manuel Filiberto de Saboya-Aosta, II duque de Aosta, y que perdería tras la renuncia de su padre al trono español.

“Hablando un día de sus obras de caridad, la reina Maria Victoria quiso quitarles importancia diciendo que siempre había sentido un gran afecto por los pobres y que, por lo tanto, no tenía nada de particular que procurara hacer algo por ellos cuando su situación se lo permitía. La conversación, como es natural giró hacia la falta de altruismo que demostraban ciertos ricachos madrileños, a los que se había pedido su colaboración para un obra benéfica y que se hacían los remolones sin dar una respuesta definitiva. ‘No tiene nada de particular –dijo la reina-. Los ricos son, generalmente, los que no saben que hay pobres’.”

Dicen que fue una reina que se mantuvo al margen de la política, pero que ante la inestabilidad que se vivía en el país, y los desaires y enemistad por parte de los aristócratas, siempre supo reaccionar valerosamente. Incluso llegó a convocar, en una sola ocasión, al presidente del Consejo de Ministros para pedirle que intercediera para que el rey fuera respetado en su labor, indicándole que si no, le aconsejaría que renunciara a la corona, cosa que acabaría haciendo, dado el devenir de los acontecimientos y ante la cada vez más complicada situación. La reina llegó a comentar que: “Es preferible que nuestros hijos sean unos modestos ciudadanos, a que se vean obligados a ser príncipes de un pueblo que no los quiere”.

El reinado de Amadeo I acabó el 11 de febrero de 1873 con la firma del acta de abdicación, tras lo cual los monarcas partieron destino a Lisboa, desde donde regresaron a Italia. La reina tuvo que hacerlo todavía convaleciente del nacimiento de su tercer hijo, quince días atrás. “Los periódicos de todo el mundo relataron el penoso viaje de los ex reyes de España, haciendo resaltar el detalle de que Maria Victoria no encontró en todo el trayecto una taza de caldo para reponer sus fuerzas.”

Los ex reyes se instalaron en Turín y, según parece, la ex reina continuo sufragando diferentes obras benéficas en España, a través de la escritora Concepción Arenal que hizo de intermediaria, con la condición de que los donativos se hicieran de forma anónima. Maria Victoria no llegó a recuperarse completamente del abatimiento que sufrió durante los dos años de su reinado en España, y su salud fue degenerando, hasta que murió, con tan solo veintinueve años. Está enterrada en la cripta real de la Basílica di Superga de Turín, y en su epitafio se puede leer: “En prueba de respetuoso cariño a la memoria de doña María Victoria, las lavanderas de Madrid, Barcelona, Valencia, Alicante, Tarragona, a tan virtuosa Señora”

Durante su breve reinado como consorte se creó en su honor la Orden Civil de Maria Victoria, que se otorgaba para premiar eminentes servicios prestados creando, dotando o mejorando establecimientos de enseñanza, publicando obras científicas, literarias o artísticas de reconocido mérito, o fomentando de cualquier otro modo las ciencias, las artes, la literatura o la industria. La condecoración fue disuelta tras la proclamación de la Primera República.

Por matrimonio, María Victoria ostentó los títulos de Duquesa consorte de Aosta y de Reina consorte de España, pero además, tras la muerte de su padre en 1864, heredó la extensa lista de títulos de éste, que acabaron revertiendo en la Corona de Italia, por su pertenencia a la Casa de Saboya. Estos titulo son: VI Princesa de La Cisterna, VI Princesa de Belriguardo, VII Marquesa de Voghera, VII Condesa de Reano, IX Condesa de Ponderano, IX Condesa de Bonvicino, VII Condesa de Neive, VII Condesa de Perno, Señora de Quagliuzzo, Grinzane y Vestignè y Co-Señora de Romagnano, Borriana, Beatino, Strambinello, Quaregna, Cerretto y Castellengo.

Y hasta aquí la historia de la primera reina consorte española que se dice «llegó al trono de manera democrática», gracias a la elección de su esposo por parte del Parlamento, un procedimiento que estos días está de rabiosa actualidad en las discusiones políticas.

Leer artículo completo: Fernando Barango-Solis. La Vanguardia, miércoles, 14 de junio de 1972.

Para saber más:
La Orden Civil de Maria Victoria

La entrada LA PRIMERA REINA CONSORTE DE ESPAÑA CUYO ESPOSO ACCEDIÓ AL TRONO DE FORMA DEMOCRÁTICA se publicó primero en Gabinete de Protocolo.


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