Mi primera vez, no es difícil de recordar. Por desgracia. Con poco más de 17 años, estaba yo currando en el departamento de concierge como botones de un hotel Hilton en Londres. Y no se si sería porque el modelito / uniforme me quedaba como un guante, o quizás por mi capacidad para ligar (hablando mucho sin decir nada) que al parecer llamé la atención de una shekoslovaca tres años mayor que yo (cosa que le omití por siempre jamás), camarera del bar del mismo hotel. Brutal; ojos azules, rubia y blanquita de piel evidentemente. Después de tan solo una semana de conversaciones triviales y de mil morreos a escondidas por ascensores de todo el hotel, llegó el día; Si, allí la recuerdo perfectamente con las expectativas por la nubes, metida en sábanas blancas muy poco limpias un viernes noche. Y yo, sin embargo, nervioso como una anguila y embrujado por las leyendas urbanas y los consejos absurdos. Procedo a quitarle la ropa, despacio. Me tumbo sobre ella, despacio. Y la penetro, despacio. Despacio. Muy despacio. Así comenzó todo y tan solo cinco minutos más tarde, se acabó. ¿Porque? Porque se puso a llorar. ¿a llorar? A llorar, si señor. ¿Porque, porque porfavor? Porque le recordé a su ex-novio. ¡¡Tócate los ****nes!!. Gracias Sharka, gracias por haberme tatuado en la sien un trauma sexual de por vida.
Mariví; Gracias. Desde CineYEAR te deseamos el mejor de los eternos sueños y sobretodo que sigas haciendo sonreír a todos allí donde andes.