Dibujante. Calpurnio —Eduardo Pelegrín Martínez de Pisón en el DNI— siempre se define así. Es lo que empezó siendo, lo que nunca ha dejado de ser y de alguna manera, como si fuera una matriz, engloba todo lo que ha venido después en su carrera profesional. Además, le parece una palabra bonita. Tanto, que en su perfil de Twitter aparece como dibujante al cuadrado.
Calpurnio fue el protagonista de PRINT nº5 en el que nos sobre sus comienzos como estudiante poco aplicado de arquitectura y su paso por las revistas Makoki y El Víbora, donde comenzó a publicar las aventuras de El bueno de Cuttlas. De ahí, a El Heraldo de Aragón como ilustrador multiusos y tras esa etapa, a El País de las Tentaciones.
También supimos cómo sus dibujos han llegado a Japón y Brasil, además viajar en Metrovalencia y protagonizar proyectos editoriales y gráficos como la portadas de uno de los discos de Seguridad Social o las ilustraciones de Odisea, trabajo homérico para la editorial Blackie Books.
Y como en cada ocasión, durante la entrevista, le preguntamos cómo fue su primera experiencia en una imprenta, y esto es lo que nos contó:
«Realmente, tengo dos primeras veces. Una fue cuando ya había dejado la carrera, había vuelto de la mili, no tenía trabajo ni perspectivas claras de futuro y, de repente, me surgió trabajo en una imprenta. Estaba a las afueras de Zaragoza y estuve unos tres meses. En el escalafón más bajo, ni siquiera me dejaban acercarme a las máquinas. Descargaba camiones o en las mesas de plegado, te ponían todas las hojitas y las doblabas y las metías en la grapadora. Me gustó de alguna manera, era un trabajo muy duro, porque madrugaba, pero me sirvió para estar en contacto con el papel. Y hay algunas cosas que aprendí entonces y sigo haciendo, como airear el papel cuando lo meto en la impresora en micasa (risas)».
«La otra fue cuando entré a trabajar en el Heraldo. Cuando estaba allí cambiaron de formato grande a uno más pequeño y compraron unas linotipias nuevas. Hicieron una fiesta como de inauguración de la nueva maquinaria. Y entrar en aquella nave y ver ese maquinón funcionando me pareció increíble, toda verde, gigante, fantástica, el papel entraba por un lado y por el otro salía el periódico ya doblado. Tengo muy buen recuerdo de aquel momento».