He tenido ocasión de saludarle en unas pocas ocasiones, en Roma.
Pero de la que conservo documento gráfico, sin embargo, es del día que pude estar con él un rato, después de que él cenara con la conferencia episcopal peruana, en la nunciatura de la ciudad de Lima, en Perú, en febrero de 1985. El entonces secretario de Juan Pablo II, don Stanislaw Dziwisz, hoy cardenal de Cracovia, nos dijo que esperáramos un poco, que después de la cena podríamos estar un rato con el Papa.
Me presentó Alberto Michelini, colega periodista italiano, que por haber trabajado hasta poco antes en la RAI como “vaticanista”, era bien conocido de Juan Pablo II; estábamos realizando juntos un documental cultural para la RAI, en varios países sudamericanos.
Hicimos lo posible por coincidir en Lima con la estancia del Papa, y finalmente logramos llegar hasta la nunciatura, a pesar de un apagón de luz en buena parte de la ciudad, provocado –paradojas de la vida- por las gentes de “sendero luminoso”.
Logré saludarle y estar allí un rato con él. Me preguntó a qué me dedicaba, y le hablé de cosas académicas y profesionales en el mundo de la comunicación, y le dije que conocía mucha gente que rezaba por él y por sus intenciones en aquel viaje, y algunas cosas más que no son del caso.
Lo que se me quedó fue su mirada franca, abierta y también alegre y divertida, mientras me escuchaba, asintiendo. Como si aquello fuera lo único que tenía que hacer: escuchar a aquel tipo con gafas, algo calvo, que hablaba con entusiasmo, endomingado de urgencia. Estaba ante la paciencia y la picardía de un santo para quien -como hoy se ha recordado en la red- sabía que "todo su tiempo era libre".
Entonces y desde luego más tarde, y ahora mismo, estoy convencido de que en ese momento lo que hacía era rezar por el que suscribe. Mañana, en cuanto sea canonizado, recordaré a San Juan Pablo II esta primera vez que tuve la suerte de saludarle y le pediré que siga acordándose del que suscribe, entre muchas otras gentes.