Erase una vez una princesa, vivía en un castillo, rodeada de sirvientes. Todos intentaban agradar a la princesa, hacerla reír. Desde que nació no había sonreído nunca.
Su padre el Rey, estaba desesperado, todos los niños ríen. Desde su nacimiento le habían hecho todo tipo de carantoñas, arrumacos, muecas y nada; no había manera. Trajo a especialistas de todo el mundo, médicos, bufones, animales exóticos, pero no había reacción por parte de la princesa.
Su profesor intentaba estimularla con conocimientos, ella era muy curiosa y despierta, y un día le empezó a hablar del mar, de sus características, de la fauna marina que habitaba en él. Ella no había oído nunca esa palabra, no podía concebir como podía ser el mar, ellos vivían muy lejos del mar. Tenía una curiosidad inmensa por conocerlo. Después de mucho discutir y negociar, su padre accedió a que realizara el viaje.
Iba acompañada por su profesor, y el día en el que llegaron a la costa él estaba a su lado. Había una duna de arena que no les permitía verlo aún, pero escuchaban las olas. Ella se paró en seco, quería verlo, pero también quería disfrutar de ese momento; nunca había oído nada parecido. En su cara comenzó a dibujarse algo parecido a una sonrisa. El profesor se percató, pero no dijo nada, estaba sorprendido de la reacción de la princesa.
Poco a poco se fueron acercando, la princesa estaba entre asustada, emocionada e impaciente. Su corazón palpitaba y no entendía por qué estaba tan nerviosa. Cuando por fin lo vio se quedó conmocionada, no podía hablar, las lágrimas caían por sus mejillas y esbozó una gran sonrisa. Todos los que habían viajado con ella no lo podían creer, el mar había logrado que la princesa sonriera. Lo que no esperaban fue lo que sucedió después.
La princesa se quitó los zapatos, se acercó al agua y la tocó con la punta del pie. Un halo dorado comenzó a surgir alrededor de ella y en un momento comenzaron a acercarse a la orilla todo tipo de animales marinos, parecía que le estaban haciendo un recibimiento. La princesa no podía dejar de sonreír, era como si estuviera viviendo un sueño.
De repente, surgió una figura del agua portentosa, pelo blanco y largo, corona y tridente en mano. El profesor estaba atónito, no podía creer que todas las historias mitológicas que conocía acerca de Poseidón fueran reales y menos que él, en algún momento, fuera a verlo con sus propios ojos.
La princesa, no se asustó. Todo lo contrario, se acercó a él, sintió una conexión muy fuerte. Fue entrando en el agua y comenzó a nadar, ella nunca había nadado, pero lo hizo de manera natural. Poseidón la tomó en sus brazos cuando llegó hasta él y le explicó lo que había ocurrido. Debido a sus muchas infidelidades a Anfítrite, su esposa, cansada, lo había castigado. Entregó a su única hija recién nacida a los que hasta ahora la princesa había creído que eran sus padres, ellos no podían tener hijos. Poseidón siempre había querido tener una hija y lo separaron de ella, no podía buscarla lejos del mar, pero siempre había sentido una conexión especial con la princesa que no podía explicar. Cuando ella tocó el mar con el pie, el corazón de Poseidón supo que ella estaba allí y que tenía que ir a por ella.
La princesa y todos los que estaban a su alrededor no salían de su asombro, no podían creer lo que estaba ocurriendo y se preguntaban que era lo que iba a suceder ahora. Poseidón le explicó a la princesa que ella era una sirena, pero que estaba sujeta a un hechizo que le impedía transformarse, pero que él podía deshacerlo con su poder. Solo tenía que decirle que sí.
La princesa no podía parar de sonreír, aquel sí que era su mundo, ahora entendía todo y supo que no podía alejarse de su medio natural, del mar. Sentía mucha pena por los que hasta ahora habían sido sus padres, pero decidió que su felicidad estaba por encima de todo y no lo pensó más. Aceptó su destino y se alejó con su padre, sonriendo, despidiéndose de todos con la mano, convertida en una flamante sirena, mientras que los demás observaban atónitos a la princesa alejarse sin saber muy bien que era lo que había ocurrido ni como se lo iban a explicar a su Rey. Esa será otra historia que contaremos en otra ocasión.