Revista Cultura y Ocio

La princesa sin sonrisa

Por Orlando Tunnermann
LA PRINCESA SIN SONRISA
No hay nadie detrás de sus cristalinos ojos zarcos, cerúleos como un cielo despejado: tan sólo un abismo insondable, que se extiende hasta los confines del infinito.
Es tan bello su rostro como una puesta de sol que derramara sus lágrimas ígneas sobre los valles ubérrimos del edén.
La princesa sin sonrisa es ausencia ininterrumpida, silente como una sombra del pasado, taimada y esquiva. Me desplomo abatida cuando la veo cruzar estancias de la casa como un espectro etéreo. Es como la brisa, perceptible pero inasible.
Mi pequeña, Nerea, el fruto del amor y el deseo primitivo, mi princesa sin sonrisa, emergió de la gravidez de mi vientre como un resplandor glorioso que nimbara el universo con su preciosidad.
Jamás contemplaron mis ojos azabache tal compendio de hermosura confinado en una urna de maciza solidez, tan gélida e impenetrable como las pétreas murallas de un glaciar.
Mi princesa sin sonrisa es inmune a la lisonja y al arrullo de mi voz. Su presencia me conmueve, del mismo modo que me atormenta y me conmina a convertirme en presencia rechazada y subalterna.
Sueño con poder ver cómo aboca su floreciente mocedad hacia la madurez, y acaso, en ese viaje milagroso de conversión, me mire una sola vez, rubricando en su semblante una sonrisa genuina y desconocida.

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