Revista Opinión

La princesa y Pizarro

Publicado el 10 noviembre 2013 por Miguelmerino

¡Y si después de tantas palabras,
no sobrevive la palabra!
¡Si después de las alas de los pájaros,
no sobrevive el pájaro parado!
¡Más valdría, en verdad,
que se lo coman todo y acabemos!

César Vallejo

Déjame que te cuente limeña, déjame que te diga la gloria del ensueño que evoca la memoria, La memoria de mi capitán, don Francisco Pizarro, conquistador de grande y merecida fama. La memoria de aquella princesa inca, cuya belleza superaba en fama, al menos entre los suyos y que vio llegar por la vereda que bajaba  del viejo puente, del viejo puente del río y la alameda. Déjame que te cuente limeña, la princesa Emevé que exhalaba un  perfume a jazmines y a rosas y a canela. Ahora que aun perfuma el recuerdo, ahora que aún se mece en un sueño. Un sueño le pareció a mi capitán, don Francisco Pizarro, cuando la vio aparecer con sus largas trenzas negras, con su rostro algo aceitunado, redondo y con dos ojos como dos soles, me recato de describir el resto, pues no es mi intención ponerle los dientes largos a nadie.  El viejo puente, el río y la alameda. Jazmines en el pelo y rosas en la cara airosa caminaba la flor de la canela, caminaba con la majestuosidad de quien se sabe superior. Superior y admirada. Estaba acostumbrada a que los hombres se la quedaran mirando a su paso y esos dioses blancos, de luengas barbas, no iban a ser menos.  Derramaba lisura y a su paso dejaba aromas de mistura que en el pecho llevaba. Pocos saben, porque no era prudente saberlo, que la conquista del Perú estuvo a punto de no ser. Del puente a la alameda menudo pie la lleva por la vereda que se estremece, de no ser, al menos, como llegó a ser. Mi capitán, don Francisco Pizarro cayó embrujado por la princesa Emevé y  al ritmo de su(s) cadera(s) recogía la risa de la brisa del río y al viento la lanzaba del puente a la alameda. Cuarenta días, con sus cuarenta noches, se estuvo mi capitán, don Francisco Pizarro, encerrado (encelado) con la princesa. Si este fuera un relato del estilo de esos que vendrán siglos después, entre sombras y greyses, describiría aquí cada uno de esos días, cada una de esas noches, pero sólo pretende ser una parte de la crónica de la conquista del Perú.  Déjame que te cuente limeña,  Ay, deja que te diga morena, mi pensamiento, que la princesa Emevé no estaba enamorada de mi capitán, lo prueba lo que acaeció más tarde, pero que mi capitán sí que lo estaba de la princesa lo demuestra cuan rápido la obedeció cuando le ordenó abandonarla y seguir con la conquista. Sí, morena, sí. Te cuento,  a ver si así despiertas del sueño, del sueño que entretiene morena, tu sentimiento. Los soldados hicimos una reunión y me encomendaron que fuera yo a hablar con mi capitán, don Francisco Pizarro, para hacerle saber que debíamos seguir adelante con la conquista. Me dirigí, no sin mucho temor, a los aposentos que ocupaban los amantes y fue la princesa quien salió a recibirme y enterarse de las nuevas que le traía.  Aspira de la lisura que da la flor de la canela, adornada con jazmines, matizando su hermosura, una vez informada de mi encomienda, ordenó a mi capitán que regresara a su misión y a mí me dijo:  Alfombra de nuevo el puente y engalana la alameda que el río acompasará su paso por la vereda, y vuelve aquí inmediatamente, que tú acabas de conquistar lo más valioso que hay en Perú.  Deja para otros la fundación de ciudades, como San Miguel de Tangarará, que tú estás destinado a ser mi Inca (los biempensantes observan que no lleva hache, por lo que pueden abstenerse del chiste fácil). Y recuerda que jazmines en el pelo y rosas en la cara, airosa caminaba la flor de la canela, derramaba lisura y a su paso dejaba aromas de mistura que en el pecho llevaba. Del puente a la alameda menudo pie la lleva por la vereda que se estremece al ritmo de su cadera, recogía la risa de la brisa del río y al viento la lanzaba del puente a la alameda.

Así fue como mi antepasado, Güelmi Norime, quedó fuera de los libros de historia en la conquista del Perú. Él, el mejor y más afortunado de todos los conquistadores que en el mundo, nuevo o viejo, han sido.


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