Por José Ignacio Azkue
Seguro que has oído hablar de la procrastinación y de cómo afecta a nuestra productividad. Es un término que en la actualidad está muy en boga, probablemente, gracias a que en blogs como este se ha hablado sobre ella. A pesar de todo, pienso que hay cierta confusión acerca de este concepto y que lo mejor es hacer una pequeña reflexión para aclarar unas ideas.
La palabra tiene su origen en el latín, por lo que podemos fácilmente deducir que los romanos también la sufrían. Sus raíces son pro, que significa "delante de, en favor de" y crastinus, "del día de mañana".
Como prueba de ello, voy a citar las palabras de un romano sobradamente conocido por la mayoría, Marco Aurelio, que en uno de sus escritos dejó plasmado un pensamiento en el que, con claridad, señala la procrastinación como un problema, y decía: "Piensa en todos los años que han pasado en los que te decías 'lo haré mañana', y en cómo los dioses, una y otra vez, te concedían periodos de gracia de los que no has sacado ningún provecho".
A pesar de lo que muchos creen, la procrastinación no consiste meramente en dejar algo para más tarde; aunque obrar así, como veremos, puede ser parte de este problema. Es decir, en el concepto de procrastinación, se incluye que la decisión de dejar de hacer algo -que podría realizar hoy y posponerlo para mañana, pasado mañana, la semana que viene o, incluso, más tarde- debe tener un cierto grado de irracionalidad a la hora de tomarla.
La podemos definir como "el arte" de posponer, de manera irracional, un trabajo que inevitablemente se debe hacer. Si este modo de decidir no tomar acción se lleva a la práctica de manera reiterada, es más que probable que termine por convertirse en un mal hábito que afectará de manera negativa a la productividad.
El significado de procrastinación abarca mucho más que su definición literal. Hay factores como la prudencia, la objetividad o la prioridad que nos hacen aplazar alguna tarea. Debemos tener bien claro que, en estos casos, no podemos hablar de procrastinación como tal, ya que la irracionalidad no ha intervenido en la elección de la tarea.
Cuando procrastinamos, insisto, lo hacemos de manera irracional: posponemos tareas de forma voluntaria pese a que sabemos, a ciencia cierta, que esa dilación nos perjudica. Es decir, somos conscientes de que cuando actuamos así estamos yendo en contra de lo que nos conviene o lo que realmente deberíamos hacer.
Por tanto, no debemos confundir dilaciones sabias e inteligentes con la procrastinación. No es inteligente postergar, por ejemplo, concluir un presupuesto para, en su lugar, ordenar el archivo donde guardas información, aunque esta sea relevante.
Está claro que la procrastinación nos lleva a tomar decisiones de dudosa inteligencia porque, cada vez que procrastinamos algo, somos conscientes de que va en contra de nuestro mejor juicio y criterio. Como resultado, cuando lo hacemos, una vocecita en nuestra conciencia se despierta y nos avisa de que nos estamos haciendo daño a nosotros mismos.
Esta es la actitud irracional a la que me refiero, es la autoconciencia que nos hace sentirnos mal con cada una de estas malas decisiones. Cuando procrastinamos, no solo somos conscientes de que estamos evitando una tarea en cuestión, sino que además sabemos que hacerlo es una mala idea.
Por esto digo que la procrastinación debe tener un componente esencial que es la irracionalidad, ya que no tiene sentido hacer algo que tendrá peores consecuencias. Porque a la hora de elegir qué hacer, ponemos en la balanza varias posibilidades y en vez de optar por lo que nos interesa, elegimos otra que, es muy probable, nos apetezca más, pero que seguro que es menos relevante.
Si tienes que hacer una tarea importante, pero tienes sentimientos negativos hacia ella, como pueden ser, entre otros: tener miedo, que no te guste, que no sepas cómo realizarla, que tengas dudas sobre su resultado, etc., puedes terminar atrapado en un círculo de malas decisiones que puede acabar cronificándose. Es decir, puede llegar a convertirse en un hábito, debido a una falta de voluntad y a una cierta incapacidad para gestionar un estado anímico negativo hacia una tarea. Además, procrastinar acostumbra a tu mente a dar prioridad a necesidades inmediatas, en vez de aprender a fijar tu foco en aquellas de mayor recorrido, pero cuyos resultados serán mejores si llegas a realizarlas.
A pesar de que cada vez que procrastinamos somos conscientes de que estamos obrando mal, recibimos una pequeña recompensa, disfrazada de alivio temporal, por haber logrado evadir la tarea que vamos a dejar sin hacer. Debemos saber que cuando somos recompensados por algo, aunque la recompensa sea mínima, tendemos a repetirlo. Es por ello por lo que cuando se inicia el camino de la procrastinación, cada vez es más difícil abandonar esta senda.
Para terminar, te diré que la procrastinación no solo tiene efectos negativos para la productividad, como es evidente, sino que termina, a su vez, por tener efectos negativos e incluso destructivos para nuestra salud física y mental. Esta manera de actuar suele acabar acompañada de estrés, angustia, baja satisfacción y depresión, entre otras consecuencias que, sin duda, se deberían evitar.
Por si te hace sentir mejor, esta actitud es más común de lo que parece. Según multitud de encuestas el 95 % de las personas admite que procrastina, y una gran mayoría de ese porcentaje señala que es algo crónico y recurrente. Evitarlo es una de las principales metas que todo el mundo dice tener.
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Fuente: https://deproconsultores.com/la-procrastinacion-indecision-irracional-que-afecta-a-tu-productividad/