Reflexión para un tiempo de pandemia
Daniel de Pablo Maroto, ocd
Convento de La Santa-Ávila
Primero, lo de “vieja y cansada”, que suena a insulto, pero es su modo de autocomprenderse como que se puede leer en sus Cartas al menos desde el año 1574, cuando ella no había cumplido los 58, y lo repitió sin muchas variaciones los años siguientes hasta pocos meses antes de morir, al concluir la fundación de Burgos: “Y si Dios fuere servido, no andar ya más, que estoy muy vieja y cansada (Carta a Dionisio Ruiz de la Peña, 4-6-82, n. 3). Y entre estas dos fechas extremas, varias afirmaciones idénticas o parecidas.
Ningún biógrafo informado se atrevería a aplicar el dicho a una mujer tan dinámica y creativa como fue la madre Teresa de Jesús, no obstante sus muchas y graves enfermedades desde su adolescencia. Es verdad que su permanente estado patológico no mermó la fortaleza y la energía del espíritu para la portentosa acción que realizó en su vida hasta casi el momento de su muerte.
Anoto de camino una curiosa anécdota: ella, que se permitía la libertad de llamarse “vieja” y “vejezuela”, le molestaba que alguien lo notase y se lo advirtiera. Por ejemplo, cuando andaba dudosa y remolona si ir a fundar en Palencia, después de haber sufrido y superado el “catarro universal” de 1580 y llegar medio muerta a Valladolid, el P. Ripalda, jesuita amigo, a quien pidió consejo, le espetó: “Que de vieja tenía ya esa cobardía”. Teresa reaccionó como un toro herido por las banderillas como anotó meses después al redactar la crónica de la fundación: “Más bien veía yo que no era eso; que más vieja soy ahora y no la tengo”. Aceptó su consejo de “que en ninguna manera lo dejase” (Fundaciones, 29, 4). Y vino después, la voz de lo alto: “No dejes de hacer estas dos fundaciones” (Palencia y Burgos).
Después, cambiamos de panorama y recuerdo el confinamiento en nuestras casas a que nos ha sometido la pandemia actual. Por una curiosa paradoja existencial, a Teresa, que eligió la clausura rigurosa en el convento reformado de San José de Ávila en 1562, se le complicó la vida al extender su proyecto reformador a otras ciudades de Castilla y Andalucía recorriendo, según algunas estimaciones, unos 8.000 kilómetros a lomos de caballerías, en carros entoldados, y hasta en coches o en carrozas de ilustres personajes.
Por mucho que alabemos su asombrosa actividad exterior como fundadora de 16 conventos de monjas y uno de frailes; aunque aceptemos que ella fue una “fémina inquieta y andariega”, desobediente a los dictámenes del concilio de Trento sobre la clausura de las monjas, como le acusó el nuncio Felipe Sega, la verdad histórica es que se pasó años enteros enclaustrada, confinada en sus conventos, conviviendo con sus queridas hijas y hermanas en el Carmelo descalzo y gozando del encerramiento. Recordemos, por ejemplo, lo que dice Teresa sobre los deliciosos años que se pasó desde la inauguración de San José en Ávila (1562), hasta que se convirtió en “andariega” como fundadora (1567): “A lo que ahora entiendo, me parece serán los años más descansados de mi vida” (Fundaciones, 1, 1).
Es verdad que viajó mucho por los caminos de Castilla y Andalucía, pero es falso que la madre Teresa haya pasado los últimos años de su vida excesivo tiempo fuera de la clausura, habiendo obligado a sus monjas a permanecer enclaustradas. Es cierto que su función de fundadora la obligó a salir de la clausura. Pero no olvidemos un hecho: que en las horas muertas de los caminos, dentro de los carromatos entoldados, imponía no solo la vida enclaustrada y en comunidad, con sus horarios de oración, de silencio, de comidas y de recreación, y pedía a los carreteros que respetasen la vida monjil. Ana de San Bartolomé escribe que la Madre les compensaba con algún regalillo por su buen comportamiento.
Y eso mismo hacía cuando pasaban las noches en ventas y mesones donde escogía una sala aislada para observar en lo posible el retiro conventual; o en las casas compradas y alquiladas y convertidas pronto en conventos de clausura con sus rejas y tornos de separación. Además, procuraba, si era posible, detenerse en las fundaciones ya hechas para descansar unos días y seguir la vida comunitaria con más tranquilidad.
Para terminar, si preguntamos qué hacía la madre Teresa en sus carromatos y, sobre todo en la clausura de los conventos cuando el sosiego era de días o de años, la respuesta es clara: vivir la vida comunitaria, ayudar en los trabajos comunes, conversar con sus queridas hijas y hermanas, resolver los problemas de las fundaciones, etc. Y, pienso que, de manera especial, escribir. Lo hacía en la casa donde era priora o simple conventual; lo hacía siendo huésped de paso obligado o en largas temporadas; lo hacía en los mismos carromatos cuando urgía una respuesta a algún problema que planteaban las circunstancias.
En esas clausuras de tránsito o permanentes nacieron sus libros, obras mayores y menores. La Vida o Autobiografía en el sosiego duradero del convento de San José de Ávila en su redacción definitiva de 1565. Algunas Cuentas de Conciencia para sus confesores. Y las dos redacciones del Camino de Perfección, un código de moral y de espiritualidad para las comunidades religiosas y laicales.
Las Fundaciones es un libro de viajes escrito en varios conventos, entre Salamanca, Ávila, Segovia y Toledo los años 1573-1576 los capítulos 1-27. Y las cuatro últimas fundaciones, Villanueva de la Jara, Palencia, Soria y Burgos, los años 1580-1582, al concluir cada una de ellas. Es también un libro de espiritualidad.
Y, finalmente, en las clausuras de Toledo y San José de Ávila, en un tiempo record de dos meses, con varias interrupciones, con una salud precaria, ruidos de cabeza, entre la tempestad de calumnias y persecuciones de su persona, de su querido P. Jerónimo Gracián y de sus monjas, escribió una de las cumbres de la mística cristiana, El Castillo interior o las Moradas. Nada ni nadie perturba el silencio ni apaga la luz que se siente en el interior de este hermosa creación teresiana.
Y queda el precioso legado de su Epistolario, unas 450 cartas, resto de un naufragio de varios miles que pudo escribir esta monja contemplativa enclaustrada, inquieta “andariega” y trotamundos. Estos días de enclaustramiento estoy repasando cronológicamente este rico botín de una escritora singular, de estilo epistolar originalísimo en el que se percibe el rumor de las prisas con su precipitada y a veces ininteligible redacción, el tumulto de las ideas y los sentimientos, la cercanía amorosa de la madre y la hermana, la persuasión de la amiga y consejera, la omnipresente en todos los avatares de la vida cotidiana de sus corresponsales.
En síntesis, un vendaval de preocupaciones, de problemas y soluciones, de preguntas y respuestas, de nuevas ideas y propuestas. Aquí no aparece para nada la mística Teresa, la extasiada ni transverberada; no hay locuciones divinas, ni visiones de Cristo, de ángeles, de difuntos ni demonios. Todo suena a realismo, a historia de España, de Europa, del Nuevo Mundo. Y todo girando velozmente en la cabeza de Teresa, la mujer hacendosa, con solución para los problemas cotidianos de sus “negocios”, no solo económicos, sino vitales de su Reforma del Carmelo y sus protagonistas, mujeres y hombres. Y, en la trinchera de enfrente, sus enemigos, los contrarios a la misma. Y al final del Epistolario, el triunfo de los buenos, de sus ideales reformadores.
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