Revista Opinión

La prosa administrativa (Camilo J. Cela)

Publicado el 07 marzo 2013 por Miguelmerino

La  prosa administrativa debe tener dos virtudes, a falta de otros adornos: rigor y eficacia. Para ejemplo de funcionarios y contribuyentes y mejor enseñanza de todos los españoles, en general, transcribo el papel que en el verano del año pasado y pegadito con cuatro puntos de goma lucía sobre el tablón de anuncios de una oficina del partido judicial de Tafalla. Decía así:

(Hay un sello de tinta morada con el escudo de la nación y una leyenda que pregona: Cámara Agraria Local. Funes. Navarra). Subsidios agosto. Eventuales: lunes, día 4. Autónomos: martes, día 5. Se insiste una vez más en que cada cual en su día, porque últimamente esta operación se está convirtiendo en una especie de florero de la Bernarda, donde cada uno liquida cuando se le pasa por las pelotas, y esto no puede seguir así. Se acabaron los espárragos y vamos a volver al orden o habrá lamentaciones. ¡Solteros! Deben ir pensando en ponerse al día en los pagos, no vaya a ocurrir alguna emergencia, nos encontremos la oficina cerrada por vacaciones, y luego, ¡Ay, madre! ¡Ay, madre!

Mi llorado amigo y maestro don José Gascón y Marín, ministro de Instrucción Pública en el último Gobierno del Rey Don Alfonso XIII, catedrático de Derecho Administrativo en la antigua Universidad Central, y prócer ante el que salí con bien de la prueba más difícil por la que hube de pasar en mi vida (aprobar la asignatura), se hubiera quedado estupefacto y de un aire de haberse de haberse encarado con el documento que acabo de copiar. La prosa administrativa puede alcanzar grados de eficiencia de una madurez insospechada, y pienso que ni Galdós ni Baroja, pongamos por caso de escritores a los que admiro por la veracidad con la que mueven y prestan voz a sus marionetas, hubieran sido capaces de hacer hablar a un personaje con tamaña naturalidad y precisión. La vida y la literatura, pienso que aun sin querer e incluso a pesar suyo, forman un entramado de adivinaciones e intuiciones que, a veces, me sobrecoge el ánimo y me llena de estupor y de envidia.

Recogido en El juego de los tres madroños, Barcelona: Destino, 1983

 


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