(AE)
Lo confieso, llevo varios meses escribiendo este blog y la verdad es que la actualidad no termina de darme razones para que lo termine ya de una puñetera vez. Es más, creo que es pertinente hacerlo en el periodo “solidario” por excelencia que es la Navidad, donde por algún mecanismo inconsciente nos volvemos un poquito más sensibles para las cuestiones sociales, nos damos cuenta de que cada hijo de vecino tiene su alma en su armario y creemos – pobres de nosotros, dirán algunos – que entre todos si nos da la gana podríamos hacer un mundo mejor. Por desgracia, luego llegan las rebajas de invierno y se nos quitan del disco duro todas esas inquietantes alucinaciones y las metemos en el mismo cajón donde guardamos el espumillón del Belén, esperando ser temporalmente revividas el año que viene en cuanto suene el monótono soniquete de la Lotería nacional. Un curioso mecanismo estacional que debería estudiarse mucho más en los anales científicos de psicología o sociología.
Vamos entonces a hablar de lo solidario. Hace poco Antonio Burgos escribió un artículo criticando el uso tan generalizado y casi manido extendido de esta palabra, simplemente porque suena mucho mejor y tiene un sentido mucho más aséptico y más moderno que “caridad”, palabra según él con tintes fachas, perteneciente a otros tiempos y hoy en día utilizada solamente por meapilas y otros seres cuando menos “raritos” según el pedigrí socialmente vigente. Es curioso que cuando España alcanza 4 millones de parados, sea precisamente una organización que se llama “Cáritas” la que dé de comer y vista a un número muy elevado de españoles y de inmigrantes. Cuando se trata de estadísticas, de personas atendidas y de comidas repartidas, parece ser que el partido caridad-solidaridad lo gana la primera por amplia goleada. Parece que incluso la pobreza es políticamente incorrecta.
Déjenme que les cuente una historia real y verídica: En los años de la guerra en los Balcanes un grupo de agricultores españoles decidieron asistir a la población afectada por el conflicto armado con los excedentes de la leche de sus granjas. Después de discutir el tema, comenzaron a organizarse. El objetivo era a todas luces loable, pero la logística de llevar camiones cisterna llenos de leche de España hasta los países balcánicos no era moco de pavo. Sin embargo, la inusual emoción de organizar esa caravana teniendo en cuenta los obstáculos que se iban a encontrar en el camino era un sentimiento nuevo y emocionante que disparó la adrenalina de cada persona involucrada en la misma. Cuando hablaron con algunas personas especialistas en temas de desarrollo y de logística, les dijeron simplemente que sería mucho mejor si vendieran la leche en España y donaran el dinero equivalente para poder así comprar la leche in situ (se obtendría además una cantidad muy superior a la que pudieran transportar los camiones cisternas) y poder así atender a un grupo mayor de afectados.
Ni que decir tiene que estos comentarios tuvieron el efecto de un verdadero jarro de agua fría para ese grupo de emprendedores agricultores. Después de ver cómo crecía cada día la emoción y el suspense ante la perspectiva de verse involucrados en una aventura de este tipo... y ahora llegaba el aguafiestas con sus cálculos racionales y sus propuestas descorazonadoras. Fue como un coitus interruptus colectivo. Obviamente, la organización y el envío oficial de los camines cisternas se daba a todo tipo de actividades paralelas de visibilidad: camisetas de la campaña, carteles promocionales, fotos publicitarias de las organizaciones involucradas y los participantes, patrocinios de otros grupos y gremios, etc. Obviamente, qué era todo eso en comparación con la frío, aséptico y poco mediático trámite de despachar un cheque de fondos para comprar leche localmente, el cual a todas luces no iba a tener el mismo efecto ni se iba a poder documentar de una manera tan gráfica y atractiva. El proyecto se vino abajo.
Seguro que algunos lectores con sus finos olfatos habrán detectado ya para dónde van los tiros del post de hoy (además, estos días se dan mucho para resúmenes de los hechos más relevantes del año y me parece que hay que aprender de las pifias solidarias más sonadas de 2010) El hecho de la liberación hace algunos meses de los dos … (¿podemos llamarlos cooperantes así con todas las de la ley o les ponemos simplemente unas comillas?) digamos voluntarios de “Barcelona Solidaria” participantes en aquella megacaravana organizada meses atrás, nos da pie para comentar el tema ahora con muchas menos presiones y con más libertad. Creo que fue uno de los casos más lamentables de mal uso del término solidario, casos que nos hablan casi más de buenismo burgués y tecnológico unido márketing que de pura solidaridad y no hay más que tirar de hemeroteca para documentar el incidente: se ha hablado de filantropismo de niños pijos, de solidaridad “coronel Tapiocca” con cobertura de la caravana en tiempo real por internet y GPS... Al final aquello no fue más que una ilusoria iniciativa hecha por unos “aficionados” (siendo decirlo así, pero ninguna organización humanitaria que se precie habría dado la cobertura mediática que ellos le dieron al asunto) que al final terminó en un lamentable secuestro solucionado por nuestro hipotecado gobierno a golpe de cheque. No me queda duda alguna de sus buenas intenciones, pero, como dice el refrán inglés, la misma la calzada del infierno está pavimentada de buena voluntad.
Hoy, por desgracia, TODO puede ser solidario, desde un bolígrafo a un campeonato de pádel. No nos damos cuenta que la solidaridad no es – no puede ser – descargo de nuestra mala conciencia burguesa sino un planteamiento diferente de la vida, una voluntad de cambiar las cosas pero exigiendo también cambios importantes en el ritmo de vida de nuestra propia sociedad. Si lo solidario está unido a unos intereses crematísticos o comerciales (sólo nos queda ver un abrigo de visón o un diamante solidario), entonces le queda poco de esa esencia primigenia y huele por tanto a tongo o a descarada manipulación comercial.
Reconozcámoslo claramente, los occidentales en general y lo que se ha venido a llamar la “industria de la ayuda” en particular tenemos un gran problema: sabemos siempre mejor que les hace falta a los pobres y sabemos los pasos que hay que tomar para presuntamente remediar cualquier tipo de pobreza de manera efectiva y radical. El “hombre blanco” viene con sus sofisticados medios, con portátiles y aparatitos de GPS y técnicas de imagen... desembarca cual expedición de extraterrestres en misión de estudio de primitivos terrícolas, comienza a dar órdenes y a hablar en nombre de los “beneficiarios” (aparentemente, según el libro de estilo solidario, esta palabra ha hecho que les hayamos quitado incluso la dignidad de ser personas con opinión propia) Como en el caso de los lecheros solidarios, el gustirrinín de organizar una caravana y el supuesto deseo emular a las grandes oenegés nos hace perder la perspectiva y las actividades organizadas se convierten en un fin más que en un medio.
Se puede vivir según el lema del “Esta Navidad, siente un pobre a su mesa”, pero no me parece suficiente porque esta actitud puede perfectamente ser un chute de buenismo voluntarioso mientras el resto del año vivimos sin que nos importe el prójimo, pero yo creo más en la solidaridad/caridad del que se embarca unas horas de cada semana del año en acompañar a drogadictos, en alfabetizar a inmigrantes, en integrar colectivos marginados o en colaborar con Manos Unidas o con el ropero parroquial. Sólo creo en la solidaridad de piñón fijo, la que no depende de la compra de un objeto o de la visita a una página web para materializarse. La que significa un cambio (aunque sea pequeño) de estilo de vida para que otros puedan tener más vida. Soy de los que piensan que la “tribu de la Navidad”, el grupo de los que creemos que lo que le pasó a una pareja de refugiados en Belén fue algo más que un acontecimiento puntual en la historia, debería hacerse ver y notar en Diciembre... y en Febrero y en Mayo y en el fragor de las vacaciones estivales. Las historias de solidaridad no son – no deberían ser – un fugaz cuento navideño con fecha de caducidad de 6 de Enero. El verdadero amor (caridad) – afortunadamente para todos – no conoce fechas límite, ni campañas de márketing ni vigencias estacionales.