Una librería en el malecón de Riohacha
Algo parecido vi en Riohacha hace dos semanas en la Feria Itinerante organizada por la ACLI, la Asociación colombiana de libreros independientes: una librería al lado del mar. Un proyecto que busca llevar las librerías a lugares donde no son comunes o ni siquiera son conocidas, a Florencia y a Ibagué, a Villavicencio y a Barranquilla, a Popayán. Un trabajo que demuestra que lectores hay en todas partes y que lo importante es saber llegar. No es fácil y por eso el trabajo de la ACLI tiene que celebrarse, Colombia es muy grande y muy descuidada, que los libreros intenten hacer algo no deja de llamarme la atención, este oficio puede tener responsabilidades que van más allá de los inventarios y los cortes.En Riohacha veía que la gente preguntaba y miraba, con desagrado o sorpresa entraba o seguía de largo, preguntaba por García Márquez y por la Biblia y por el Quijote, “uno no necesita más”, me decía un señor que quería el último libro de... sí, lo juro, de Coelho. Y se reía porque lo teníamos, el Quijote, pues. De todo esto se trata, de conocer a otros lectores, otras influencias –una de las actividades de la Feria era una conferencia sobre la influencia de la Guajira y los wayuu en la obra de García Márquez: duró casi tres horas, todas deliciosas e inimaginables– y otros caprichos.
“Manizales, eso sí que está lejos”, me decía uno de las visitantes mientras hojeaba la Antología de la literatura fantástica de Borges, Bioy y su señora. “No creo”, le dije, “ese libro y usted son la prueba”.
Tomás David RubioLibélula Libros