Revista Opinión
Ya nada es intocable. El Gobierno, comprobando que se ha quedado corto con los Presupuestos Generales del Estado, sigue dando señales a Europa para demostrar que es un chico eficiente y por ello plantea un recorte de 10.000 millones de euros en esas partidas económicas que por su carácter más social no deberían ver disminuida su dotación presupuestaria para mantener la calidad y permanencia de las mismas.
Bien es cierto que la Sanidad como sistema público de salud, tal como se ha planteado desde su origen, está ahora manifestando unos niveles de déficit preocupante para el conjunto de las Comunidades Autónomas y se declara como un servicio insostenible a medio-largo plazo. Hay que reconocer el abuso que se hace por parte de determinadas personas de la consulta, el gasto excesivo en medicamentos, etc, y que por ello es necesaria una revisión del sistema sanitario, pero no se le puede privar al ciudadano de este servicio básico ni disminuir sus niveles de calidad.
Lamentablemente, por la acción de los continuos recortes y el tan obligado ajuste sin establecimiento de medidas de estímulo económico, estamos asistiendo cada vez en mayor medida al menoscabo a pasos forzados de los derechos ciudadanos (laborales, sociales) que durante décadas ha costado tanto conseguir. Todo ello con la aclaración demoledora desde el exterior de que "aún no es suficiente" y el mensaje gubernamental interno que justifica las medidas adoptadas de: "es necesario, es lo que tenemos/hay que hacer".
El miedo cerval a la intervención por parte del Gobierno (el Miércoles Santo España estaba al borde del abismo) le ha llevado a dar a nuestro país un guiño a Europa con algo que ésta no le ha pedido. Aún. Por ello, y a partir de ahora, cualquier elemento que sea necesario para bajar del 8% al 5,3% de déficit público será tocado sin miramientos. Se acabaron las contemplaciones. Es la psicosis, la obsesión por el ajuste.
A estas alturas se llega al convencimiento por parte de los ciudadanos de que la soberanía de España ya no existe, de que la política económica está dictada por las exigencias de la soberana Europa (liderada por el Eje de los Imperios Centrales), despojando a los Gobiernos (al anterior en sus últimos meses, al presente nada más entrar) de sus capacidades operativas en la toma de decisiones, obligándoles, cual manejado arlequín, a adoptar políticas que no están en sus programas electorales. La "supranacionalidad" que supuso el origen de la Unión Europea ha llegado, en la época actual de profunda crisis económica, a su plena consumación.