Suele concebirse al momento presente como un “fantasma entre dos fantasmas”: el pasado y el futuro. El instante del ahora sería así un punto en el tiempo enmarcado por lo que está permanentemente a punto de llegar y por aquello que cuando se piensa en él ya ha terminado, no existe más. (“Atención, atención … demasiado tarde“.)
Una buena alegoría de un presente adimensional que no entra en contradicción con el fluir incesante es el disco de vinilo. Toda la música está ya inscrita en los surcos, y la púa de diamante representa ese continuo presente que nos permite escuchar la grabación con fluidez. Puesto que todo ya está grabado en el disco, resulta irrelevante hablar de pasado o futuro en términos absolutos: sólo lo son en relación a la posición que ocupe la púa del presente.
En este símil, el presente está fijo (la púa no se desplaza); lo que se mueve es el transcurrir, el acontecer (es el disco el que rota). Esto contradice en algo la percepción intuitiva para la cual es el presente lo que se desplaza constantemente, dejando estelas de pasado y mordiendo el territorio virgen del futuro.
Subrayo en esta alegoría el movimiento, el fluir, el movimiento del disco. Que un disco rote no es nada complicado de entender (ni siquiera para la generación de nativos digitales); pero la noción de un tiempo que se desplaza es notoriamente más abstracta. En particular porque, en este ejemplo, el tiempo se reduce a ser la sucesión en que son leídos acontecimientos prefijados. La idea de concebir al tiempo, al transcurrir, como una lectura secuencial y constante de una totalidad que ya preexiste, nos acerca demasiado a la noción de una predestinación completa, de una pre-determinación. Los eventos ya estarían así registrados en una hipotética memoria cósmica y lo único que haríamos los observadores es leerlos uno tras otro, hacerlos sonar, experienciarlos pasivamente sin influir grandemente en su naturaleza. Como mucho, podríamos manipular la perilla del volumen.
En la vida cotidiana tenemos cierto grado de decisión acerca de ese acontecer (o preferimos creer que lo tenemos). Pensarlo de otro modo complicaría extremadamente las cosas: habría que determinar quién grabó ese disco, cómo llegó a nuestras manos, si existen más discos como éste (con la misma música u otra distinta), si podría volver a escucharse una y otra vez – y quién es ese oyente.
[Juan María Solare; Bremen, 5 de enero de 2018]
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