“Siempre digo que mi lema es Arte por mi bien”. Las palabras pertenecen a una carta escrita por Lawrence antes de la guerra. “Si quiero escribir, escribo; y si no quiero, no lo hago. El problema reside en encontrar con exactitud la forma que adopta la pasión de cada uno. La obra nace por pasión en mí, como los besos. ¿Y en usted?”.
“Arte por mi bien”. Pero aun siendo por mi bien, es, sin embargo, arte. Lawrence fue siempre ineludiblemente un artista. Sí, ineludiblemente es la palabra; porque hubo momentos en que quiso evadirse de su destino. “Desearía con todo mi corazón que el hado no me hubiera impuesto los estigmas del escritor. ¡Qué oficio inmundo!”. Mas contra los decretos del destino no hay apelación. Tampoco Lawrence quiso apelar en todos los momentos de su vida. Sus quejas eran sólo ocasionales y provocadas, no por encono contra el arte como tal, sino por odio a los padecimientos y humillaciones inherentes a la vida de artista. Escribiendo a Edward Garnett, pregunta: “¿Por qué, por qué tendremos que estar infestados de literatura y tonterías semejantes? ¿Por qué no hemos de poder llevar unas vidas decentes, honorables, sin que los críticos del Little Theatre nos estén exasperando? La publicación de una obra de arte es, siempre, la exposición de una desnudez, es arrojar algo delicado y sensible a los asnos, monos y perros”. Sin embargo, Lawrence amaba su destino; amaba el arte en el cual era maestro. ¿Cómo es posible que un maestro no ame su arte? Además el arte, tal como él lo practicaba, y en el fondo como todos, hasta el más puro fariseo, lo practica, era “arte por mi bien”. Así, le era útil, prácticamente provechoso. “Uno descarga sus enfermedades en los libros, repite y vuelve a presentar sus emociones para dominarlas”. Y a fin de cuentas amor u odio estaban fuera de lugar ante la evidencia de que Lawrence era un poseído, en un sentido estricto del término, por su genio creador. Nada podía hacer contra eso. “Estoy haciendo una novela que no he podido dominar. ¡Condenada sea! Estoy en la página ciento cuarenta y cinco, y no tengo noción de lo que trata. La detesto. Frieda dice que es buena. Mas para mí es una novela escrita en un lenguaje extranjero casi incomprensible; tan sólo puedo darme cuenta del tema”. Nada podía hacer con esta extraña fuerza que estaba en su interior, con ese poder que creaba sus obras de arte, sino someterse. Lawrence se sometía en forma total y reverente. “Pienso con frecuencia que se debería orar antes de ponerse a la obra y luego abandonarla a las manos del Señor. No es trabajo arduo el llegar a una lucha directa con la imaginación de uno; tirar todo por la borda. Constantemente percibo que estoy desnudo para dejar que el fuego del Dios Todopoderoso vaya a través de mi ser, y es un sentir bastante espantoso. Hay que ser terriblemente religioso para ser artista”. Pudo haber agregado, invirtiendo los términos, que es necesario ser terriblemente artista, terriblemente consciente de la inspiración y de la fuerza impulsadora del genio, para ser religioso como él lo era.
Aldous Huxley
Prólogo de la correspondencia de D.H. Lawrence
Foto: D.H. Lawrence
Lago Chapala, México, 1923