Revista Cultura y Ocio
Margaret Oliphant (1828-1897) fue una autora victoriana muy prolífica. Y es que Oliphant necesitaba escribir no solo como medio de expresión o como necesidad intelectual; necesitaba escribir, y publicar, como medio de sustento para su familia. Tras quedarse viuda- en poco tiempo fallecieron su marido y sus padres- quedó al cargo de sus tres hijos (dos habían fallecido antes del cumplir un año y otro había nacido muerto) y además su hermano Frank Wilson se unió al grupo familiar, acompañado de sus tres hijos, al perder su empleo. Una familia muy numerosa pues a la que Oliphant debía mantener con su trabajo como escritora. Esto la llevó irremediablemente a la publicación de obras de segunda categoría- difícil debe ser mantener un alto nivel a un ritmo vertiginoso de escritura- y que hizo decaer su popularidad. Afortunadamente ha sido rescatada últimamente del semi olvido. Como muchas mujeres escritoras de la época, Oliphant hubo de compaginar a duras penas la escritura con sus obligaciones domésticas y en su caso llegó- así lo manifiesta en su Autobiografía- a culpabilizarse por ese tiempo dedicado a la creación literaria robado a sus hijos y a sus deberes familiares. Y eso a pesar de ser su medio de subsistencia. Quizá ese sentimiento de culpabilidad viniese derivado, casi impuesto, por los frecuentes reproches y críticas recibidas en este sentido desde ciertos sectores. De entre su vasta producción destacan sus obras adscritas al género fantástico y las novelas que configuran las famosas Crónicas de Carlingford, al estilo estas últimas de las Crónicas de Barsetshire, del también autor victoriano Anthony Trollope.
La puerta abierta (The Open Door) se desarrolla en una aldea de Escocia. Allí llega el Coronel Mortimer y su familia, venidos del extranjero, para alojarse en una vieja mansión antes de decidir dónde establecerse definitivamente. Pronto el hijo, Roland, único varón de los tres vástagos, contrae unas terribles fiebres que hacen temer por su vida. Las fiebres parecen tener estar relacionadas de algún modo con unas ruinas cercanas a la mansión y el padre, desesperado por ayudar a su hijo, decide intentar descubrir lo que allí se esconde. Contará para ello con Simson, médico y hombre de ciencia que rechaza cualquier elemento no racional, y con el doctor Montcrieff, teólogo y sacerdote con un planteamiento vital más espiritual. La puerta abierta es un relato muy bellamente escrito, impecable en sus descripciones y en el pulso de la narración. Supone un clásico en la novela victoriana de fantasmas que se distancia intencionadamente, como lo hacen los autores del género en este momento, de la literatura gótica de vampiros, castillos, criptas y pasadizos para acercar el fantasma o espectro, protagonista ahora de este tipo de literatura, a la vida cotidiana. El amor sigue siendo, eso sí, el gran poder redentor. Un clásico, como digo, que debe ser leído. ¡Gracias por compartir!