Revista Cultura y Ocio

La puerta de la esperanza

Por Orlando Tunnermann
LA PUERTA DE LA ESPERANZA
Todos los ilusos acuden como moscas a la luz a la Puerta de la esperanza. Les han dicho que Clarissa obra milagros a cambio de gratitud volitiva, genuina, sin coacciones ni presiones. La pitonisa brasileña es una reputada nigromante, espiritista, clarividente; poco menos que un enlace entre los vivos y los muertos. Puede columbrar el futuro en el interior de su refulgente esfera espiral. Si sufres las hieles hirientes de un amor no correspondido, Clarissa devuelve a los calderos de esa pulsión extinguida lo que en su día fueran llamas incombustibles y fuegos artificiales. Si la mácula de la enfermedad se adhiere a tu alma y a tus carnes macilentas, Clarissa la retira como si fuese el pellejo de un viejo odre raído. El dinero, la belleza, la fortuna, son frutos maduros a tu alcance cuando cruzas el umbral de la Puerta de la esperanza. Y mientras el milagro se cuece a fuego lento en los calderos del destino, tus bolsillos sufren de anorexia irremediable, delgadez extrema y consunción, decepción y devoción por la religión de los creyentes que sueñan con el reverdecer de sus vidas a cambio de desearlo, sin hacer otra cosa que esperar y derrochar el dinero que no les sobra en un dolo de superchería flagrante. Alimentan al impostor, alimentan al apóstata sin credo ni religión, sin ética ni moral, engordan su ego hiperbólico y le permiten arrogarse ínfulas y honores del mismísimo Dios Todopoderoso. En la Puerta de la esperanza sólo hay luces de neón, efectos especiales y martingalas ingeniosas, cuyo envoltorio pretende con total inverecundia confundirte, obnubilarte, engendrar en tu deseo el espejismo de la realidad soñada. Sólo tienes que desearlo, eso sí, con un buen puñado de billetes sobre la mesa y por adelantado.

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